Momentos marca Weasley

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La madriguera —como había leído en la inscripción sobre la puerta— era una pintoresca casita de campo, ubicada a las afueras de un pequeño pueblo muggle.

Draco había podido observar que poseía cuatro o cinco chimeneas, un jardín lleno de maleza y césped sin cortar, y una gran cantidad de exuberantes plantas mágicas que rodeaban un enorme estanque de agua verde, lleno de ranas. Luego de ver el panorama, no pudo evitar pensar en la sencillez de aquel lugar y en todos los años en que la condición social de los Weasley había sido motivo de burla para él.

Pero la vida podía ser demasiado irónica a veces pues aquel pequeño sitio, cuyo mayor valor radicaba en las personas que lo habitaban, tenía más calor de hogar del que jamás había llegado a tener la mansión de sus padres, y luego de su reciente visita al sitio se había percatado de que a pesar de las riquezas de su antigua casa, el refugio de la numerosa familia Weasley no tenía comparación en el buen sentido de la palabra.

No tuvo necesidad de pasear demasiado para darse cuenta de que además de gnomos de jardín, el lugar estaba lleno de animales de corral. Gallinas ruidosas revoloteaban fuera y Draco no pudo evitar sonreír al recordar la diferencia entre estas y los imponentes pavos reales que paseaban por los jardines de su casa. La simplicidad de aquel sitio resultaba tan atrayente para quienes la habitaban o la visitaban que entendió por fin qué era lo que había hecho que su mejor amiga de toda la vida estuviera tan encantada de empezar a pertenecer al enorme clan de pelirrojos.

—Pansy, cariño, te estábamos esperando —saludó efusivamente la matriarca Weasley abrazando a la chica que extrañamente, correspondió al gesto con el mismo entusiasmo—. Harry está dentro con los demás.

—Hola Molly —contestó la chica una vez se separaron—. Muchas gracias por la invitación.

La mujer dirigió su mirada al rubio que en silencio había contemplado el espectáculo.

—Veo que has traído a un amigo.

—Buenas tardes, señora —saludó de manera cortés antes de que Pansy pudiera introducirlo.

—Bienvenido, hijo —contestó la mujer, dándole un abrazo que lo tomó por sorpresa—. Qué bueno que pudiste acompañarnos. Aún no te hemos agradecido adecuadamente que ayudaras a nuestra Hermione.

Draco sonrió con incomodidad ante la efusividad de la mujer.

—No tiene por qué hacerlo. A eso me dedico.

—¡Tonterías! Tú la ayudaste y eso es algo que jamás olvidaremos. Harry y Hermione son como mis hijos y aunque sé que viven constantemente de cara al peligro, siempre es bueno saber que cuentan con personas como tú. —Draco trató de ignorar el comentario de la mujer pues la verdad era que él solo había hecho su trabajo. Además no era amigo de ninguno de sus «hijos adoptivos» como para que hiciera tanto revuelo con el asunto—. Pero pasen, ya solo faltan algunas personas por llegar.

—Parece que has encontrado una nueva amiga —susurró Pansy divertida—. Tal vez y hasta termine tejiéndote un suéter en navidad.

Draco puso los ojos en blanco.

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Dentro de la casa se sentía un ambiente bastante agradable.

A pesar de que el espacio no era tan amplio, Draco pudo observar que estaba adecuadamente distribuido y aunque la decoración le parecía un poco excéntrica para su gusto, fue capaz de reconocer que aquel sitio era reconfortante.

Varios pares de globos oculares se fijaron en los recién llegados que entraban detrás de Molly Weasley y especialmente en él, y aunque volvió a sentirse incómodo debido a la cantidad de personas en el lugar, se percató de que ninguno lo miraba con recelo o molestia, a excepción por supuesto de Ronald Weasley.

Healer MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora