Hermione acariciaba distraídamente la cicatriz sobre su pecho.
Llevaba tan sólo dos días fuera de San Mungo y pese a las recomendaciones de Malfoy acerca de guardar reposo, no veía la hora de reintegrarse a sus labores como auror.
Odiaba tener que permanecer quieta por demasiado tiempo y más aún, detestaba la sola idea de tener que mantenerse al margen del caso en el que había estado trabajando durante tanto tiempo. Era injusto que tuviera que detener el ritmo de su vida por algo tan tonto como una semana en el hospital mágico y sin embargo, aquello al parecer era inevitable, igual que la cantidad de exámenes a los que tendría que someterse durante las siguientes tres semanas.
Robert Mortmain le había explicado que debido a que la maldición de la que había sido víctima era un nuevo descubrimiento, debía participar —obligatoriamente— del proceso de investigación de la misma. No obstante, también le aclaró que su función se reducía a la de ser el «conejillo de indias» puesto que estaría en constante observación de un enorme grupo de sanadores entre los cuales por supuesto estaba incluido Draco Malfoy.
Draco Malfoy.
Hermione no pudo evitar que su cabeza se llenara de preguntas al recordar los últimos sucesos en relación con el rubio y principalmente aquellas palabras que le había dicho cuándo pensaba que no lo estaba escuchando.
«Lo lamento. Lamento haber sido un imbécil contigo en el colegio».
Hasta ese momento no se había cuestionado por las razones o incluso por la veracidad de las palabras del chico, pero ahora, en la soledad de su departamento no podía sacarse aquello de la cabeza.
¿Malfoy hablaba en serio?
¿De verdad se estaba disculpando con ella?
Era una situación que jamás habría imaginado.
Si años atrás le hubieran dicho que algo como eso ocurriría, de seguro se habría echado a reír a carcajadas o mejor aún, habría tildado de loco a quien hubiera sido capaz de insinuado siquiera.
Pero había sucedido y en la circunstancia más inverosímil del mundo Draco Malfoy —ahora sanador—, le había pedido perdón por las viejas ofensas. Era casi como haberse imaginado a un Severus Snape con el humor de los gemelos Weasley o como si el universo entero hubiera conspirado para que un milagro tuviera lugar.
Hermione no era capaz de recordar con exactitud cuando había sido la última vez que lo viera en el pasado pero sí estaba bastante segura de que aquel chiquillo snob y malcriado de sus años en la escuela no se parecía en nada al hombre hecho y derecho que vestía una impecable bata blanca en el presente.
Los años sin duda no pasaban en vano y en el caso particular de Draco Malfoy, habían traído consigo toda una transformación.
Era indudable que los sucesos de su vida lo habían obligado a cambiar, pero no era para menos pues todos los que se había visto afectados directa o indirectamente por la guerra, habían tenido que replantear sus puntos de vista y sus prioridades. Hermione estaba convencida de que en el caso particular del rubio, toda su existencia se había sacudido desde los cimientos.
Aquello parecía positivo y sin embargo, los ojos grises de Malfoy seguían mostrando el tormento de siempre.
Un leve cosquilleo de sus dedos sobre la cicatriz la devolvió al presente.
Era curioso que aquel estigma tuviera un aspecto tan similar al rayo en la frente de Harry y por esa razón pudo hallarle un poco de gracia al asunto.
En realidad, no le molestaba en lo absoluto porque era solo un pequeño recordatorio de todas las batallas que había librado y seguía librando contra el mal. Sin embargo, verla en su cuerpo no dejaba de causarle también cierto desconcierto y principalmente al poder evocar con exactitud la manera como había sido puesta allí.
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Healer Malfoy
Roman d'amourDISCLAIMER: El mundo de Harry Potter y todos sus personajes son propiedad de J.K. Rowling. La historia es única y exclusivamente de mi propiedad. Draco Malfoy creía haber condenado su vida, el día en que recibió la marca tenebrosa y desde ese precis...