La Guerra

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Al final por mas que insistiese, mi madre no me iba a contar nada sobre la singularidad del abuelo. Tanto mi padre como el mismo abuelo habrían tenido que explicarme porqué terminó así, ante mis insistencias de niña inquieta y desmadrosa.

Había sido en una batalla acontecida en Guanajuato, cuando los cristeros habían entrado en conflicto con el gobierno gracias a las reformas laicas y la Ley Calles. El porqué de la guerra no había sido de vital importancia para el abuelo. El había sido un campesino sin especial contacto con la religión, crecido en campo mientras la historia del país se desenvolvía alrededor del pequeño pueblito zacatecano donde vivía con sus padres y sus hermanos.

A la muerte de su padre, había abandonado el pueblo e ido a la capital para alistarse en el ejército siendo un joven bravo y enérgico, bastante grosero y pelado en ese entonces, si hacemos caso a la abuela. A veces tomaba, a veces no. Enviaba parte de su sueldo al pueblo para ayudar a su madre, y cumplía siempre con la agenda del ejército con la disciplina del campesino que se levanta temprano a trabajar la milpa.

Los cristeros, según menciona el abuelo cada que es mencionada la guerra, no constituyeron un peligro real en contra del Estado, aunque depende de a qué autor se consulte. En mi primaria siempre me enseñaban cosas que chocaban con la ideología de mi padre liberal. La Guerra Cristera era un tema evitado por mi profesor de historia; se rumoraba por los pasillos de la escuela que ese profesor en especial no estaba del todo comprometido con la iglesia o la cuestión religiosa. Pero era un buen profesor, y la directora de ese entonces antes que religiosa era razonable, a pesar de los fallos administrativos. Al cambio de director, corrieron a dicho profesor poco después, cuando estaba en quinto grado, y obtuve la versión cristiana de una guerra que lucharon los religiosos y el gobierno laico.

Obviamente, en el relato de la escuela el gobierno era la bestia de siete cabezas que intentó acabar con la religión de jesucristo, pero la fe de los buenos cristianos era tan fuerte que ni el diablo y la bestia pudieron acabar con esta. Poco después, fui prefiriendo la versión que tanto mi padre como mi abuelo me contaban; se asemejaba mas a mi realidad, donde vivían personas estúpidas y egoístas, mas tontas que maliciosas las más de las veces, simplemente diferentes unas de otras.

Así, mi abuelo estuvo en los choques a finales de la guerra a sus 28 años, justo antes de la Segunda Cristiada y el Grito de Guadalajara. Hay una foto de él en la sala de la casa, portando su uniforme de infantería y su rifle. Durante buena parte de su servicio fue un joven disciplinado que no había vivido la violencia del militarismo. Fue en la Guerra Cristera donde estuvo enfrentándose la mayor parte de las veces con grupos armados, veteranos de la revolución, opositores del gobierno o simples fanáticos azuzados por los curas.

Había sido el 27 de julio de 1929, cuando estaban mi abuelo y su pelotón entero resguardados en un poblado de Guanajuato, reunidos a la espera de órdenes provenientes de la capital, en medio del campo árido y semidesértico.

Fue entonces, en la madrugada cuando comenzó la balacera entre ambos grupos. Los cristeros recibieron informes del pueblo, y llegaron en masa a destruir el pelotón, seguramente alertados por algún mentalista de la población local, lo suficientemente débil para no ser detectado por el psíquico del pelotón, pero lo suficientemente fuerte para contactar con otras mentes a distancias considerables.

Cuando mi abuelo había ido a echar una meada debajo de un mezquite, como a eso de las siete, según cuenta, escuchó el balazo a lo lejos del pueblo. Cuando quedó claro que no había sido ningún imbécil de su pelotón o un pueblerino, mirando a los lados, escuchó un segundo disparo, y esta vez supo identificar que provenía del otro lado del poblado. Se arregló, y cuando llegó a la casa que habían ocupado como cuartel, esta estaba siendo balaceada del lado este, con el sol de frente, mientras el resto del pelotón se parapeteaba en otros edificios, e incluso algunos habían ganado altura. Se habían levantado lo suficientemente temprano para no ser sorprendidos, en parte alertados por el psíquico del pelotón, el cabo Ramírez.

Inquilinos y recuerdos; un relato de magia mexicana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora