Mi abuelo tuvo tres hijos. Mi tía Georgina estudió derecho y ejerce el oficio de la abogacía en órganos como la FEPADE o Pemex; no tuvo hijos. Mi madre fue la primera en decidir irse de la casona en cuanto se dió cuenta de que los aditamentos tubulares que reemplazaron los tendones del abuelo se habían estropeado por falta de mantenimiento; otra vez, cuando mi hermano estaba en periodo de gestación, más o menos a inicios de los 50s. Mi tío Carlos —que era el menor de los tres— consiguió un restaurante en la capital del estado, y mi padre, un taumaturgo de nacimiento y dedicado contador, se prestó a ayudarle en cuanto supo que necesitaba ayuda con el negocio.
No recuerdo del todo las vivencias que en su momento viví con el abuelo en vida. A veces, cuando mi tío Carlos insistía a mi madre que fuéramos a visitarlo, íbamos gran parte de la familia junta. Los primos, los hermanos, los sobrinos, los tíos, las abuelas, los cuñados, los concuñados, los suegros, los novios y novias... aprovechábamos algunas festividades para ir a la gran casona en Zacatecas y hacerle compañía al abuelo. En esos momentos, el tío Felipe —que era su hermano— se las daba a hablar y hablar de los asuntos familiares y la integración fraternal, así como la historia de la casona.
Era la costumbre, pero en el fondo yo y mi hermano nos sentíamos compungidos por el abuelo. Siendo una larga tradición familiar, ¿no extrañaría hablar a su edad, como el resto de ancianos? Lo había intentado una vez, pero no podía estar recargando su aparato fonador cada dos minutos. Algunos parientes —sobre todo primos— hablaban entre medias y se perdía el hilo de la comunicación. En otra comida, el abuelo intentó recargar su aparato con antelación mientras pensaba qué decir. Pensó tanto, que en los silencios entre cada conversación de la cena lo único que se escuchaba era la tuerca apretándose al interior de su pecho. Sus ojos estaban cabizbajos, bien su mascara de porcelana habría podido ser completa en lugar de la mitad.
Después de media hora había dejado de darse cuerda, pero cuando parecía que ya iba a hablar, uno de mis tíos —que hablaba animadamente con otros familiares— dijo que era demasiado tarde, que lo lamentaba mucho y que debía irse. Otros recordaron o dijeron lo mismo, recogieron a sus retoños y se fueron. Mi madre y sus hermanos no dijeron nada. Al final, nos quedamos mi familia y otras pocas, pero mi abuelo ya había olvidado que iba a decir; y decidió simplemente tomar un trago.
Yo tenía un noviecillo al que había invitado a la reunión, un chico bastante tímido y flacucho, que comentó que mi abuelo parecía haber esperado algo por demasiado rato, que perdió la noción del tiempo y se olvidó de lo que esperaba. Corté con ese chico meses después (después de todo, solo era la secundaria), pero sus palabras siguieron resonando durante mucho tiempo en mi mente.
Si mi madre se distanció del abuelo, la razón por la cual el hombre se fue amargando con el paso de los años y el porqué no eran tan bienvenido en la familia, era por la religión. Tras ayudarme a resolver una tarea de la secundaria en la que ocupamos la biblioteca de la casona, me animé a preguntarle sobre el tema, y nos sentamos a hablar. Yo tomaba atole que me había hecho doña Clotilde, el ama de llaves, para antes de irme a dormir mientras el abuelo recargaba su voz cada tanto.
Su odio a los religiosos no tenía parangón; en eso había encontrado a un aliado ideológico en mi padre y mi hermano. Tras adquirir la casona había llenado la biblioteca con textos materialistas que habían traído los refugiados españoles, o escritos marxistas que había conseguido tras frecuentar bibliotecas y librerías de la capital del Estado o en el Distrito Federal.
—Todos ellos no son sino ratas, m'ija. Su farsa les sirve para soportar una vida común que cualquier campesino de a pie soportaría sin rechistar. Engañan a los pobres con sus farsas idealistas y les orientan a una vida de engaño donde cualquier desgracia puede ser explicada con "Dios".
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Inquilinos y recuerdos; un relato de magia mexicana.
General FictionUn relato de magia mexicana, ambientada en el siglo xix. Un abuelo y su nieta se enfrentarán a diferentes hechos ocurridos traumáticos a lo largo del siglo.