Finalmente, habría de graduarme en mi facultad de la universidad de la UNAM, en 1978. Yo apliqué el examen en Area 2, en la prepa 5, y mi hermano volvió del Poli para recogerme de Zacatecas e ir a vivir con el en México. Estudié en el enorme complejo de CU, y al terminar la prepa me las arreglé para entrar en la Facultad de Psicología. Mi hermano aún continuaría con la carrera otros dos años, en los que lo acompañaría mientras desempeñaba mi labor como psicóloga en la ciudad.
No sabía bien qué estudiar una vez que escapé de mi familia. Mi hermano me llevaba al complejo universitario para que viera mis opciones en cuanto acabara la preparatoria. Los chicos y chicas que pasaban por el campus eran simpáticos, pero no me animaba demasiado a hablarles. La ciudad era escandalosa, demasiado agitada. En ciertos momentos podía aprovechar para relajarme en medio del cuarto donde vivíamos mi hermano, otros estudiantes y yo.
Finalmente, tras ver como en el campus como un estudiante de psicología se las arreglaba para calmar a un perro con un simple toque en la frente, supe cuál debía ser mi carrera. Desde entonces me juntaría con estudiantes de psicología y entraría como oyente a las clases de psíquica aplicada. Me inmiscuiría profundamente en los círculos estudiantiles, haciendo amigos, e incluso aprendiendo algunos trucos psíquicos antes de ingresar en la Facultad. Era estremecedor poder controlar la vida de las plantas, los rumbos de los insectos, e incluso afinar mis dotes para percibir las emociones de la gente.
Respecto al departamento, había tenido que buscar un trabajo para contribuir al coste de la renta. Lavar los platos en una fonda de Centro Histórico fue lo que mejor se me dió, y donde una señora menuda y llena de arrugas me aceptó a pesar de mi carácter taciturno. Tenía un tierno alebrije consigo; una maravilla de color rosa con motas verdes y amarillas, una criatura mitad ardilla-mitad murciélago que había adoptado de la calle, y fungía como guardián y atracción de la casa.
Aparte de eso, también me puse a vender paletas y pulseras en el metro junto con otras chicas, y pronto pude arreglar un horario de estudio y trabajo en medio de la ciudad, epicentro de fenómenos. Sobra decir que a veces me las arreglaba para empujar o atenuar las emociones de algunos transeúntes para que me comprasen, lo que me valió varias réplicas de mis amigos. Pero eso, lejos de perjudicarme, me hizo afinar mi técnica en el complejo manejo de las emociones superficiales. Congeniaba poco con los amigos de mi hermano. Muchos eran buenos estudiantes, la mayoría de ellos provenientes de provincia, pero también teníamos a varios citadinos. A veces compartíamos historias.
Mi hermano contaba algunas cosas de nuestra familia y se valió de miradas admiradas al contar la historia del abuelo, pero yo nunca decidí abrir la boca. Me iba a estudiar al cuarto vacío, y pocas veces entraban al departamento los amigos que tenía en la preparatoria. Generalmente me divertía con esos amigos en el tiempo de posclases, pero pocas veces decidí compartir cosas de mí. Trataba de colaborar a la amistad con las risas, los chistes y el dinero de la bebida, pero la distancia seguía siendo insalvable. No es como si fuese un problema que no habría tenido con mis amigos en Zacatecas, porque también me comportaba así con mis amigos mas cercanos de psicología; simplemente parecía que el carácter taciturno y tosco de mi abuelo había transmigrado a mi corazón, como un inquilino desconocido necesitado de hogar.
Había cursado Area 2 en ciencias biológicas por mi facilidad en memorizar cosas complejas, como el mecanismo del abuelo o los sistemas tecnotaumatúrgicos que abundaban en las zonas urbanas. Si en provincia estos eran visibles, mas o menos fáciles de encontrar, en México eran cosa del día a día. Los sistemas de relojería eran poco comunes, reemplazados en cambio por motores rúnicos alimentados por una central eléctrica, una innovación que estaba acabando con varios empleos, pero que poco a poco empezaba a ser implementada en el resto de la industria que no utilizaba taumaturgia.
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Inquilinos y recuerdos; un relato de magia mexicana.
General FictionUn relato de magia mexicana, ambientada en el siglo xix. Un abuelo y su nieta se enfrentarán a diferentes hechos ocurridos traumáticos a lo largo del siglo.