Capítulo 03: La tristeza del Diablo.

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Travis recordó aquellas veces en las que su corazón se hizo un nudo, y eso interrumpió su cena, la cual estaba yendo muy normal a pesar de acontecer en soledad, hasta que su mente atormentada le recordó que debía enfrentar sus problemas alguna vez, y lo atormentaría hasta que admitiese que una vez lloró.

Pero era mentira, no fue una vez, fueron varias, y él mismo se convencía de que las injurias de la noche solo desaparecerían si se atrevía a dormir e ignorar el dolor en su corazón.

Dejó su plato con algo de sobras en este, agradeciendo a pesar de ello que el alimento nunca le faltaba. Se lavó los dientes, evitando verse al espejo, pues su ojo derecho estaba empeorando, y lo tapaba bajo un parche blanco.

Aún así, tuvo que en un momento atreverse a contemplar su reflejo, solo para ver si el parche lograba tapar del todo su condenado ojo. Una voz lo interrumpió de sus pensamientos, sintiendo esta como su propia voz, aunque un poco más aguda, así que asumió que ese era la voz que tenía en su edad de puberto.

─¿Me habré vuelto esquizofrénico ahora?─ se atrevió a preguntar en voz alta, más después notó que esa voz solo era su cabeza recordándole cosas que una vez dijo.

"Si el Diablo tiene derecho a llorar, ¿por qué tú no lo tendrías siendo solo un chico normal?"

Blasfemias y más blasfemias, pues los monstruos como ese no lloraban, ni tampoco merecían hacerlo. Ya estaba harto de recordar las cosas que dejó pendiente, pues a pesar de amigarse con el de cabello celeste, nunca llegaron a conversar en profundidad el tema tan personal que el rubio tenía.

Era bonito conversar con alguien tan pacífico como lo era aquel chico, pero bueno, le bastaba pensar unas horas al día en él; lo único que quería era dormir en paz aunque sea una vez. Se acostó en su cama, dejando una vela prendida para iluminar un rato la habitación, hasta que el sueño llegase y este apagara la luz.

Pensó un rato en la posibilidad de reanudar sus conversaciones con el susodicho, pero ahora que no tenía tiempo para ello, mejor leería un poco algún libro que tuviera a disposición. Dicho libro terminó siendo un cuaderno de la secundaria; se preguntó porqué no quemaba esas cosas, pero era lo único que le recordaba que una vez fue un chico normal, y no un hombre amargado.

"Otra vez le escribo una carta a el estúpido este, que a pesar de no decírselo, ciertamente pienso que es alguien increíble. Es algo raro y misterioso, y no lo conozco muy bien, así como no le he dejado conocerme a mi, pero quisiera realmente mostrarle que no soy un inepto como muchos dicen ser, e incluso aceptaría a su círculo de amigos, pues son fantásticos también..."

"De verdad no comprendo porqué soy tan duro conmigo mismo, pues hacerme sentir basura no me está ayudando en nada, solo me hace más discreto, y me genera una preocupación creciente el perder algo en el futuro, relacionado a mi persona, solo por seguir convenciéndome de lo que no quiero creer..."

"Me gusta soñar con el rarito este, aunque muchas veces son pesadillas donde le hago daño, o él se defiende de lo que le he hecho, pero aún así, me reconforta que mi mente sepa que aún así algo de interés tengo en él, como para guardar su imagen incluso en mis sueños".

"Quizás haga lo que realmente debo hacer, y escribir lo que siento en un maldito papel, y uno que sí lea, pues, no estoy logrando alejarlo de mi a golpes y a insultos, por lo que quizás deba acercarlo aceptando que correcto o no, sí siento algo por este chico".

"Es un fuego infernal el que me mantiene a él... y quizás yo pueda ser aquel que..."

Dejó de leer, pues sentía una inmensa vergüenza de sí mismo, y ahora volvía a entrar en contradicción. De momento se odiaba, para luego volver a repensar la idea de aceptarse tal cual era, pues a pesar de que el Travis de acero se impusiera ante todo lo que denigrara su persona, el verdadero solo quería salir y vivir tranquilo, sin un nudo en la garganta que lo atara a redimirse.

"Esto solo es deseo, esto solo es deseo... Beata María, ¡protégeme!"

Apagó la vela y lanzó el cuaderno lejos, para luego ahogar su llanto con las sábanas blancas que lo cubrían. Condenada fuese la tentación de Satanás; condenada fuese su débil autoestima que dejó abierta la barrera, para que el pecado abra paso; y condenado sea Sal Fisher, por hacer llorar al Diablo.

Beata María -【Sally Face】-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora