Capítulo 04: "Beata María, tú sabes..."

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El rubio se encontraba solo en la iglesia, en plena noche, desvelado por la cantidad de pensamientos impuros, que atentaban contra su estabilidad moral. Listo o no los iba a enfrentar, así que frente a la imagen de aquella ejemplar María, convocó un juicio por piedad.

Años luchando contra el mal; irrumpiendo las casas de los pecadores; hurgando en sus mentes para revindicar el bien, y así sanar esas repugnantes heridas causadas por la tentación; eso era todo lo que hacían los Phelps durante siglos, y él no era del todo uno de ellos.

Con una vela en su mano, iluminando la oscuridad de aquel lugar solitario, miró a los ojos a aquella salvadora, y calló en la cuenta de que estaba pagando el precio de ser un joven de bien. Quizás era una prueba que debía pasar para demostrarse a sí mismo y al resto que la tentación no podría en su contra, más exagerado su mente le decía: "¡Maldita sea, solo admite que te gusta él!".

Si las sombras no cantarían con él, y tampoco pensaban acompañarlo, él mismo se defendería. Gritó a la imagen inmóvil de la magnífica María, tratando de sacar lo que dentro reprimía.

─Años escuchando las confesiones de otra gente, ¡¿por qué yo no puedo hacer las mías?!, María─.

El rubio ignoraba como su cabello se despeinaba con los movimientos bruscos que hacía, o como su tono de voz imploraba liberación.

─Rompí en mil pedazos, los pedazos que quedaron de mi, pero más sangre es lo que los fanáticos quieren, ¡¿a caso soy un show para todos?!, mi amarga María─.

El rubio pateó un par de de flores y regalos, que algunos fieles habían dejado para la mujer, en su templo, solo para demostrar amor; amor que el rubio nunca recibió.

─Debo inclinarme cada día para implorarte una respuesta, pero los tuyos deben estar muy ocupados atendiendo a gente más importante, ahora, si degollo a alguien, todos podrán venir enseguida a mi y culparme por no haber escuchado vuestro silencio─ el rubio golpeó una mesa ─¡¿Eso te parece justo?, mi bendita María!─.

El dolor en el pecho del joven estaba aliviándose, aunque muy poco, así que debía aprovechar su estado de locura para sacar todo de sí.

─¿Debo contarte con detalles mis inmundas fantasías carnales, para que así me prestes atención?, María... ¿debo matar a un amante no confesado, para que bendigas mi devoción hacia ti?, María─.

El rubio rompió a tablazos un par de bancos de la iglesia; entre gritos de dolor y arcadas de frustración, desquitó parte de lo que por años reprimió.

─Mañana saldré a la calle y mataré a una anciana por esta inmunda frustración, falacias y blasfemias escribiré para vosotros, recitados en poemas, para que así las flores que tus creyentes te obsequian, tengan algo con qué combinar, ¿no te parece asombroso?, María─.

El rubio apretó con rabia desproporcional su crucifijo, mientras lágrimas caían por las mejillas rojizas de este, y empapaban sus ojeras profundas como la noche misma.

─Mi culpa no es... él fue quien me hechizó con sus ojos pecaminosos, él fue quien contagió el deseo en mi, y ahora que pido tu salvación, ¿me ignoras?, María─.

Miles de voces en su cabeza, con pensamientos reprimidos del pasado, imploraron salir, pues tenía mucho que expresar aún, pero demasiado para una sola noche. El fuego de su deseo insano, ahora quemaba todo rastro de cordura en él, y sin miedo a recibir reproches, confesó todo lo que pensaba, ese misma oscura noche.

─Si de verdad esto está mal, María... ¡¿por qué no dejo de soñar su aroma?!, ¡¿por qué veo su espectro en la noche?!, ¡¿por qué anhelo su tacto insano?!, ¡¿o por qué escucho el sonido de su suave voz?!...─ el rubio se arrodilló ante la figura imponente de aquella mujer ─¿A caso no recé lo suficiente para ti?─.

Sin miedo a decir más blasfemias, el joven intentó limpiarse las lágrimas y levantarse del suelo, por más que su cansancio le ordenaba redimirse ante la figura divina.

─Años amando al mismo monstruo tentador... luchando para no sucumbir, pero de exagerado me han tachado, y mis complejos han ignorado, para juzgarme como tú me lo haces ahora a mi... ¿dónde está su coro divino de ángeles?, María...─.

El rubio, sintiendo como su mente tenía demasiado para confesar, y la noche estaba por acabar con él, dejó caer su crucifijo y usando aquella vela que otorgaba luz, hizo arder en llamas la misma iglesia.

─Si yo arderé por mi fe... tú lo harás también─.

Los muebles empezaron a redimirse ante el tacto agresivo y destructivo del fuego, que por sus pasiones había sido simbolismo de pecados e injurias, pero que ahora quemaba las cenizas restantes del mal.

El humo no tardó en inundar el lugar, más el rubio solo se arrodillaba ante el Infierno que él mismo había creado, y que por fin veía la luz, luego de tantos años de estar reprimido dentro del cuerpo del chico.

Supo allí entonces, lo mucho que había logrado soportar, pues no era tan débil como creía, ya que había reprimido una tempestad destructiva dentro suyo, por años de fanatismo exagerado.

Anhelaba sentir las manos frías y pálidas del otro, cerca de sus mejillas ahora rojas; deseaba sentirlo cerca así como verlo, pero el demonio podía mucho más que el mortal, así que cerró los ojos, y se dejó caer al suelo; por fin podría dormir.

"Valdrá la pena soñar contigo... una última vez"

Beata María -【Sally Face】-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora