Capítulo 1

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Adanna no podía parar de preguntarse por qué esos bombardeos que pasaban en la televisión nunca llegaban al internado.

Hacía ya un año —si es que ella lo había calculado bien—, en las noticias no paraban de mencionar nuevas partes en el mundo en el que los bombardeos habían llegado y habían destruido todo a su paso. Adanna no sabía a qué parte del mundo pertenecía ella y el internado, pero a pesar de que en las noticias que miraba la madre superior se decía que los bombardeos ya habían llegado a todos los continentes, países, ciudades y distritos habidos y por haber, jamás llegaron allí.

No lo entendía. ¿Por qué no?

Y sobretodo... ¿Por qué a ella le interesaba tanto que los bombardeos llegaran allí? Ningún otra chica en el internado parecía interesada en ese tema. Sólo Adanna.

Bueno, en realidad, Adanna no entendía muchas cosas, se interesaba en muchas otras, y hacía muchas preguntas. O bueno... se las hacía a ella misma mentalmente. Si se las planteaba a cualquier otra chica, o se las hacía a cualquiera de las otras madres, probablemente la madre superior la castigaría como la última vez.

Como por ejemplo... ¿Por qué las llamaba madres? Si no eran monjas. ¿Por qué eran todas chicas? ¿Por qué tenían que usar falda o vestido? ¿Por qué no pantalón? ¿Por qué tenía que pedir permiso para ir al baño? ¿Por qué no podía apoyar los codos sobre la mesa a la hora de comer? ¿Por qué tenía que irse a dormir antes de las diez de la noche? ¿Por qué sentía que era la única que quería ir contra todas esas reglas?

Y lo más importante... ¿Por qué estaba ahí?

No recordaba nada antes del Internado Femenino "A" II. No recordaba su apellido, no recordaba cuántos años tenía, no recordaba el rostro de sus padres. Nada. Según sus recuerdos, ella siempre había estado allí. Pero eso era imposible. Totalmente imposible. Y nadie parecía verlo más que ella. Ni Alessia, ni Amalia, ni Agnes, ni ninguna otra.

—Derecha —le regañó la madre Adelaide al dejarle un plato con sopa de salsa de tomate en frente suyo y ver que Adanna se encontraba encorvada y sumida en sus pensamientos.

Adanna intentó contenerse de rodear los ojos, y se incorporó en su asiento, con la espalda recta. También se contuvo de poner una mueca de asco al percibir el olor a axila sudada que desprendía la madre Adelaide.

Como siempre, tuvo que esperar a que todas en el comedor tuvieran su plato para poder tomar su cubierto —una cuchara— y disponerse a tomar su sopa. Bueno, en realidad, para disponerse a soplarla, ya que se veía que estaba caliente.

Estaba tan concentrada en lo suyo, pero oyó perfectamente, y en el momento justo, el gritito que pegó Alaia al quemarse con la sopa.

No sabía si se había escuchado más el grito de su compañera, o la carcajada que soltó ella al causarle gracia.

Suponía que su carcajada, ya que todas en la mesa se habían quedado estáticas y mirándola con los ojos como platos.

—¿Quién ha sido? —preguntó la madre superior, quien se encontraba en la cabecera de la mesa de las madres.

Todas inmediatamente se concentraron en su plato otra vez. Adanna por supuesto que hizo lo mismo. No quería que la madre superior la regañara o la castigara.

Justo en el momento en el que acercó su cuchara hacia sus labios para soplar, Alaia volvió a soltar un grito provocando que Adanna ría de nuevo, pero esta vez, al reír, la sopa salió disparada hacia el frente, cayendo sobre el mantel de la mesa.

Bajo un humo perenneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora