30 Days; Rebornplay

6. Usando la ropa del otro

Karmaland 4

Fue abriendo sus ojos por culpa de los rayos de sol que traspasaban su ventana en la habitación de su casa. Puso su brazo delante de sus ojos para que no le molestara la luz. Miró al otro lado de la cama donde se suponía que había estado durmiendo su pareja, pero no encontró a nadie, estaba solo en su cama.

Se reincorporó sentándose en esta, y observó por toda la habitación si había algún rastro de su novio bajito. No podía haberse ido ya que la ropa del menor aún seguía por el suelo, al igual que la suya. La habían dejado por ahí tirada, ya que al llegar a casa lo único que hicieron fue quitarse la ropa lo más rápido posible e ir a la cama para entregarse todo su amor y deseo.

Al levantarse de la cama pudo ver que sólo llevaba puesto sus bóxers, encontró sus pantalones negros en el suelo, al lado de sus pies y los agarró para ponérselos.

— ¿Auron?— lo llamó con esperanza de que el otro diera señales de vida.

— ¿Si?— escuchó su voz proveniente del baño que había al lado de su habitación, la puerta de este estaba cerrada así que sólo se quedó en su sitio para seguir gritándole.

— ¿Has visto mi camisa?— volvió a gritarle, sin encontrar la prenda de ropa mencionada por ningún lugar.

En ese momento, la puerta del baño se abrió dejando ver al chico bajo llevando solamente una prenda superior, la cual le llegaba hasta un poco más arriba de sus muslos, y unos bóxers negros. Obviamente, esa era la camisa que Reborn estaba buscando.

— ¿Cual?— preguntó el menor sobándose su carita aún algo somnoliento.

Reborn pudo jurar que murió ahí mismo cuando vio a su novio con su camisa que lo hacía tan adorable. Cuando el menor salió completamente del baño, corrió hacia él para envolverlo en sus brazos. No se dio cuenta que lo estaba apretando demasiado.

— No puedo respirar.— dijo sonriendo mientras intentaba zafarse del agarre del mayor.

— Eres tan...— empezó Reborn cuando lo dejó de abrazar, y puso ahora sus manos en los bracitos de Raul.— adorable.— no tardó en empezar a darle pequeños besitos por toda la cara del más bajo.

— Ya lo sé, joder, me lo dices setenta veces cada día.— dijo riéndose por su gesto, sentía cosquillas por los besos del más alto.

— Pues ya no te lo digo más.— respondió soltándolo y alejándose de él. Sabía que eso lo iba a provocar.

— Noooo, me gusta que me lo digas.— se volvió a acercar a él para abrazarlo por la espalda. Aprovechó esos segundos para aspirar el aroma corporal del mayor, pegando su nariz a su ancha espalda desnuda. Vio algunas marcas rojizas y arañazos provocados por él la noche anterior, eso se le hizo muy provocativo.