Caramelos rojos

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No es como que le tema a lo que sucedió o que sienta remordimientos por lo que hice. Es solo que aún no estoy acostumbrado a tener una última mirada entre mis recuerdos , como obtener la última esencia de una persona volviéndose parte de ti.

A pesar de que mi cabeza parece perdida entre mis pensamientos y divago mucho entre ideas el día de hoy , me siento motivado a continuar con esta nueva experiencia .Dentro de mi siento que esto que hice es algo que abre las puertas a una nueva perspectiva de la vida, me atrevería a decir que es liberador.

Mientras camino por la calle mis pensamientos vagaban a aquella primera vez que probé el dulce caramelo con el sabor del amor, Eunice, dulce, dulce Eunice, fue mi maestra no sólo en el arte del amor sino también en el delicioso arte de la confitería. Una prostituta con curiosas habilidades entre ellas la de preparar las mejores golosinas del mundo que a escondidas me pedía que vendiera en las calles y a mi regreso al viejo cuarto en Sunset Street donde vivía pagaba con creces mi labor, ojalá no me hubieras dejado atrás, ojalá hubieras sido mi dulce caramelo rojo cómo siempre fuiste.

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Eunice "Candy Red" era una mujer de la vida galante de treinta y dos años, desde muy joven aquel había sido su negocio más lucrativo cuando un avaro farmacéutico de franquicia compro la dulcería de su familia y los dejo en la calle. Eunice sabía que tenía que ayudar a su familia cómo fuera y ser hermosa y desea era su segunda habilidad además de los dulces y con eso comenzó a ir a los bares de mala muerte cerca de la carretera.

De la vergüenza ante este hecho, su familia abandono el pueblo dejándola a su suerte cuando su lozanía comenzaba a irse poco a poco, intentó regresar a vender dulces pero las autoridades conscientes de su vida pública se lo prohibieron. Un buen día Henry Malli le llevó a su hijo el pequeño de quince años Nicholas Malli, Nick pidiéndole que "lo hiciera hombre", el taciturno Nick se volvió para Eunice una alegría a su ya marchitada vida y cuándo un día este le pidió un dulce de los que ella tenía en el departamento ofreció enseñarle el oficio.

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Nick seguía divagando entre sus pensamientos mientras caminando por la calle observaba a las personas ya no como seres humanos sino como una esencia que al quitarla le pertenecería a él como aquella primera vez que vio los ojos descoloridos, la piel palidecer y el alma abandonar el cuerpo de tal manera que el rigor mortis era sólo una palabra para vacío, para robado.

Durante el trayecto no se detuvo demasiado, envase, envase, más seres a los que les sobraba la vida que él había perdido en la oficina y en la vida misma y que en cualquier momento podían alimentar su necesidad de ver, de desear, de endulzar su existencia. Hasta que ahí en el puesto de revistas una foto de portada que lucía al frente de todos los periódicos sensacionalistas le hizo detenerse en seco.

Ese color ese color llamativo y vibrante que parecía recordarle el sabor dulzón que da la muerte el caramelo que se impregna del sudor de quién queda bajo tus manos, ese recuerdo volvió a llenar su mente. La gráfica nota roja lucia aún más clara a la luz del sol matutino, Nick no se sintió apenado ante su ruborizamiento debido al pensamiento alegré que llevaba su cabeza al ver aquella fotografía.

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Vestida con un sencillo baby doll rojo Eunice vigilaba el caramelo cereza que Nick preparaba en la pequeña estufa de su cocina, el chico de cabellos castaños claros usaba el delantal y los guantes volteando cada tanto a la mujer sobre la cama para mostrarle el espeso líquido rojo dentro de la cacerola.

—No olvides que si lo dejas mucho tiempo se quemara pero si no lo menas lo suficiente no podrás pegarse bien en las manzanas y quedará grumoso— dijo Eunice con su dulce voz en aquella posición seductora sobre la cama.

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