Hágalo usted mismo IV

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Tras los viejos salones donde muchos de nuestros compañeros solían ir a fumar hierba, Lara y Karina debatían sobre asuntos pasados, alejadas de todos nunca estaban al tanto de las noticias, su existencia vivía en problemas propios de ellas que parecían tan importantes que el mundo entero podía depender de ellos, al menos su mundo.

—¡No quiero que sigas hablando con Paola!—le gritó Lara a Karina.

Tras un par de meses en la escuela sus diferencias se habían visto más claramente marcadas entre ellas. Mientras Karina era una chica dulce, vivaz y sociable, Lara taciturna, cruel y sería evitaba a todos por igual salvo por Javier y Karina sus dos inseparables, era claro que los celos habían comenzado a nublar su juicio y había dejado que estos hablaran por ella.

—¿Pero por qué?— preguntó Karina extrañada, hasta donde sabia Lara jamás había estado en contra de que Karina socializara.

—Simplemente ya no quiero que andes con ella, tu mejor que nadie sabes lo que paso la última vez que intentaron sepáranos—le amenazó Lara.

Karina lo sabía bien, hacia algún tiempo a ambas les había gustado el mismo chico y este les correspondía a las dos, cuando se dieron cuenta decidieron una cosa...tenía que desaparecer pues ojos que no ven corazón que no siente. Karina guardó silencio, si Paola iba a peligrar lo mejor era que se alejase de ella por su propio bien, aunque en el fondo de su mente consideraba injusto que Lara optara esa actitud, ya eran varías escuelas, ya eran varias vidas que perdían por aquella división entre ellas.

Iban a seguir discutiendo cuando Javier su eterno asistente, amenazado de muerte se acercó al par de chicas interrumpiendo su acalorada discusión. Era la hora del receso y tratando de deshacerse de él por un par de minutos Lara había ordenado a Javier que le trajera el almuerzo.

—Aquí está tu lonche—murmuró Javier entregándole el cambio del almuerzo con algo de temor.

—¡Vaya! por una vez hiciste algo bien , Javier de hoy en delante quiero que vigiles a Karina si en algún momento si quiera voltea a ver a Paola me notificaras de lo contrario...ya sabes lo que te sucederá—ordenó mordazmente Lara.

—Pero, pero...—decía Javier.

—¡Es una orden!—gritó Lara furiosa.

Javier y Karina guardaron silencio bajando la cabeza, sin saber ninguno de ellos que escondidos detrás del otro lado del salón "Emy" uno de los chicos del salón y Andrés habían escuchado todo, para "Emy" aquello era un chisme de primera, para Andrés un plan comenzaba a trabajar en su mente, un plan que desde hacía tiempo había comenzado.

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Si me pongo a pensarlo quizá todos los del salón guardaban secretos de situaciones pasadas, misterios que no debían ser revelados y sobre todo situaciones que podían dar claridad a todo lo que aconteció después. "Emy" cómo conocíamos al fornido chico "bully" del salón era alguien demasiado fastidioso para parecer tener sentimientos por alguien sin embargo cuándo Ms. Torres una joven maestra de la clase apareció pareció ser que una manzana de la discordia había aparecido para Andrés su fiel amigo que guardaba sus propios secretos tan guardados que ni el mismo "Emy" los hubiera imaginado.

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Recordaba a Ángel, era el amor de mi vida, se los dije, yo creía en eso hasta el terrible día que decidí decláramele, afuera llovía pero dentro de la cafetería donde nos habíamos reunido secretamente el calor de las personas nos mantenía protegidos. Amaba a Ángel y lo hubiera amado por siempre si él me lo hubiera permitido, era su decisión pero tampoco veía bien que él se mintiera a si mismo con lo que su familia le había le había obligado a ser.

Un futuro arquitecto, con una dulce esposa, una familia de tres hijos, rico, poderoso y sobre todo un hombre de familia. Cómo dije, recuerdo ese día claro en mi mente cómo hubiera deseado no haber abierto la boca ese día pero jamás me cayó y ese día tampoco lo hice.

—No puedo seguir con esto Kuivi—dijo Ángel soltando mis manos y pidiendo la cuenta.

—¡No puedes hablar enserio! ¡Sólo porque a tu familia no le agrada lo que eres tienes que dejar morir lo nuestro!—grité sintiendo mi corazón quebrarse en cientos de fragmentos. Ángel me lanzó mi bufanda tratando de callarme.

—¿Lo nuestro? ¡Esto no es una relación! Esto es lo que las viejas hacen cuándo están jugando, esto, yo... ¡Esto es una estupidez! Tu y yo no tenemos nada y no quiero que vuelvas a acercarte a mí!—amenazó Ángel poniendo su dedo sobre mi pecho y dejando un billete sobre la mesa para pagar la cuenta.

—¡Ángel, espera!—grité amarrando mi bufanda y saliendo detrás de él.

—¡Déjame en paz!—gritó Ángel caminando un par de pasos para dejar el café.

—¡Jamás serás tú mismo, jamás!—grité corriendo hacía él para intentar alcanzarlo.

Dicen que el arrepentimiento lo tienen los hombres buenos, no sé si conmigo aplique o no pues aún tengo dudas sobre ese día cuándo en un instante intentando huir de mí Ángel atravesó la calle de espaldas listo para responder mi amenaza. Los policías dijeron que su cabeza dio cuatro vueltas en la llanta antes de que un clave suelto la cortará de su cuerpo, la cabeza rodó por el pavimento y fue a parar frente a mis pies.

Sus ojos azules me miraban invadidos de una profunda tristeza, cómo si en el último momento una disculpa se hubiera impregnado para disculparse conmigo, no lo sé tal vez eso quise creer. De su cuerpo no quedó nada, las llantas se encargaron de destrozar sus ligeros músculos apenas marcados, sus manos delicadas y con dedos largos, sus tiernos pies y su ser entero.

Sólo un amigo me acompaño al funeral, un amigo que jamás que me dejó, siempre fuimos unidos, nunca imagine cuanto y entre lágrimas tratando de ahogar mi dolor en el llanto de todos los presentes se acercó a mí y abrazándome contra él me dijo una frase que jamás olvidaría.

—Siempre es mejor hacerlo un mismo, el mismo debió escoger, no te culpes por su falta de decisión por el contrario es momento de que tu tomes la tuya— dijo Juan Carlos sin soltarme mientras miraba el ataúd cerrado. 

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