8. Salvajes II

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Martha vino a hablar conmigo. Quería saber si todo lo que había dicho antes lo pensaba realmente o si era algún tipo de juego. Pero es lo que pienso. Es lo que soy. Claro que no la odio. Me saca de quicio muchas veces, sí, y no entiendo porqué escogió ser así, pero a pesar de todo ello es una persona como cualquier otra.

Mientras estábamos hablando pude ver cómo su cara iba palideciendo poco a poco, hasta tal punto que empezó a vomitar todo el manjar que se había metido. No fue la única. Todas las demás también estaban echando hasta el hígado, aunque sin duda alguna la más afectada había sido Alba.

Y a pesar de no ser bien recibida entre las enfermas, intenté ayudarles lo máximo posible: aguantándoles el pelo, dándoles agua y alguna que otra pastilla que Julia había autorizado. Sin duda ésta les sentó bien ya que la mayoría se estaban recuperando a buen paso, lento, pero al fin y cabo era un buen avance. Las que no lo hacían eran Martha y Alba. Ésta última estaba realmente mal.

Sabela había ido al bosque a por la bolsa de medicinas pero como aun no estaba del todo recuperada, se le habían caído algunas por el camino. O algo así balbuceó. Por lo que tuvieron que preguntarse seriamente quién de las dos estaba peor. Martha inmediatamente la rechazó y la colocó en la palma de mi mano para dársela a la rubia.

- Necesito que te tomes esto.

- Aléjate de mí.

- ¿Es necesario que se la dé Natalia después de todo lo que ha pasado? -escuché como preguntaba María. No quería que me afectaran estos ataques.

- Yo puedo -sentencié, cada vez me estaba poniendo más nerviosa. Le agarré la cara para que me mirara y se diera cuenta de que no estaba bromeando-. ¿Si la pongo en tu mano te la tomarás?

- No voy a aceptar ninguna mierda que me des tú.

- Alba, te salvará la vida, ¡coge la puta pastilla!

- Es igual, dámela a mí y se la doy. Lo haré yo y todo solucionado.

- ¡Dásela a Julia! ¡Dásela a Julia! -todas me gritaban y me estaban desquiciando.

- Maldita sea, ¿no puedo ayudar?

Así que en un rápido movimiento me eché encima de Alba, agarrándola por lo hombros, situé mis piernas a ambos lados de su cadera, y la dejé totalmente recostada sobre la arena. Ella se revolvía, inquieta, y tenía los ojos y la boca cerrada. Para que la abriera tuve que apretar su nariz. No le quedó más remedio, aproveché para introducirle el medicamento y taponar su boca con mi mano para que no lo escupiera. No me separé de ella hasta que oí, claramente, cómo lo había tragado. Torció la cara y tosió, y yo viendo que mi trabajo allí había terminado, me fui.

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Hicieron falta dos o tres días para que se recuperara del todo. También fueron dos o tres los días que no hablé con nadie porque ninguna me dirigía la palabra. Había encontrado un buen sitio para esconderme, llorar y pensar sobre toda la extraña situación que habíamos sufrido: el avión, el accidente, la muerte de los pilotos, que no eran conocidos, pero aun así impresiona mucho ver un cadáver tan de cerca.

Fue en este mismo lugar dónde me encontró mientras recogía leña para mantener vivo el fuego y así poder dormir por las noches.

- He venido aquí... porque necesito mi espacio.

- Sí, lo que sea. Yo no te considero una espía. Eso es cosa de África.

- Claro. Tú sólo piensas que soy una idiota y una gilipollas.

- Bueeno, ¿tú luego usas esa boca para rezar?

Hice una mueca con la boca, pero como justo en ese momento continuó recogiendo ramas, no pudo ver que en realidad me afectó un poco ese comentario.

One-shots || AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora