Chapter one

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Los rayos del sol no se divisaban por ningún lado, el silencio de la mañana sólo era roto por el sonido que hacían los zapatos sobre el asfalto con cada paso que la morena daba. Las calles estaban vacías, probablemente los residentes de aquel barrio sumido en una pobreza abrumadora aún dormían. Delphine aferró la mochila contra su pecho, ya fuera para protegerse del frío o porque su cerebro la convencía de tener al menos un poco de sentido común al pensar que, en un vecindario como ese, era mejor estar preparada.

Esbozó una sonrisa. Era absurdo que sintiera temor cuando había recorrido esas calles cientos de veces desde que tenía uso de razón y conocía a cada persona que allí vivía... no había lugar en el que pudiera estar más segura, o eso creía.

Sus pasos se hicieron más rápidos cuando dobló por una esquina, y luego corrió para doblar por otra. El falso miedo fue un propulsor para empezar tal maratón, pero había algo más fuerte... anhelo. Quería llegar a su destino, aunque no sabía exactamente que podía encontrar ahí. El frío aire de la mañana inundó sus pulmones impidiéndole que respirara con normalidad; dolía, dolía mucho, pero no se detuvo, corrió con prisa cuando se vio más cerca.

«Sólo unos metros más...» Se animó, hasta que finalmente lo hizo, llegó. Soltó la mochila y apoyó las manos en sus rodillas para buscar estabilidad y el aire que por varios minutos se negó. Poco a poco la sensación de que miles de agujas eran enterradas en sus costillas, desapareció, pero rápidamente fue reemplazada por agujas en el corazón.

─¡Leroy! ¡Leroy, es Delphine!

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› 𝟐𝟏 𝒚𝒆𝒂𝒓𝒔 𝒂𝒈𝒐.

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Los finales de enero siempre eran particularmente más fríos aunque se estuviese más cerca de la primavera. Minnie Lacroix caminaba con destino a la parada de autobuses tarareando una canción. Había sido un largo día en la mansión de los Barry en donde trabajaba como sirvienta, y lo único que deseaba era llegar a casa, meter los pies en agua caliente y abrazar a sus hijos; Bash y Aisha.

Sus pasos se apresuraron por el puente de madera sobre el pantano que diariamente cruzaba, y aunque una farola alumbraba una gran parte de este, no pudo ver con claridad lo que le esperaba del otro lado. Pronto lo que parecía ser el llanto de un bebé llegó hasta los oídos de Minnie, quien aceleró animada por la curiosidad. El sonido seco que hacía contra la madera desapareció y el llanto se escuchó con mayor claridad. Miró para todos lados, árboles grandes a cada lado del camino acaparaban su visión, pero logró dar con el lugar exacto.
Ahí, dentro de un bote de basura, cubierta con una manta rosa que tenía una nota pegada en el lateral, se encontraba una bebé llorando como si supiera que debía hacerlo si quería sobrevivir en aquel inclemente frío.

─Pobrecita... ─Susurró la afroamericana tomando a la pequeña entre sus brazos con cuidado. Podía darse cuenta que tenía pocos días de nacida, su piel era tan pálida como un copo de nieve y sus rubios cabellos la envidia de todas cuando fuera una señorita. Gracias a los arrullos de Minnie la bebé dejó de llorar y la mujer pudo apreciar unos enormes ojos negros. ─¿Quién te habrá dejado aquí? ─Volvió a observar la nota y no tardó en leerla.

«𝘘𝘶𝘪𝘦́𝘯 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦𝘢𝘴, 𝘵𝘦 𝘭𝘰 𝘴𝘶𝘱𝘭𝘪𝘤𝘰, 𝘤𝘶𝘪́𝘥𝘢𝘭𝘢, 𝘱𝘰𝘳𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘭𝘭𝘰𝘴 𝘯𝘰 𝘮𝘦 𝘥𝘦𝘫𝘢𝘯 𝘢 𝘮𝘪́ 𝘩𝘢𝘤𝘦𝘳𝘭𝘰.»

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─¡Leroy! ¡Es Delphine! ¡Delphine regresó!

La menor pudo sentir como se le encogía el corazón al escuchar a su madre gritar con gran emoción y luego la vio correr hacia ella, para abrazarla con fuerza y llorar como si temiera que de un momento a otro pudiera desaparecer.

─Dime que eres tú, que no me lo estoy inventando, que estás aquí. ─Dijo Minnie entre lágrimas sin aflojar su abrazo ni un sólo instante.

─¿Delphine? ¡Delphine! ─Esta vez fue la voz del padre la que resonó fuerte y claro antes de imitar a su esposa y correr para abrazar a su hija. ─Regresaste, blanquita.

Delphine quería decir tanto en ese momento, pero ninguna palabra salió de su boca. Se limitó a llorar abrazada a sus padres. Tres años habían pasado desde la última vez los vio, sólo necesitaba sentirlos cerca, aunque la calidez y el sentimiento fue mayor cuando sintió otro par de brazos rodeándola; tardó de más en percatarse que era su hermano Bash.

─Bienvenida, hermanita.

─Perdónenme. ─Suplicó Delphine tras largos minutos entre lágrimas.

─Shhhh. ─La acalló su madre. ─Estás en casa y es lo único que importa. Yo te cuidaré.

The Prodigal DaughterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora