La Habitación Estrellada

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Al culminar la escalera de cada piso, Hagi, maldecía el hecho inoportuno de la falta de un ascensor en el edificio. Luego de subir los seis pisos, reposar durante un minuto, tocó la puerta del departamento 6-85. Golpeó dos veces la puerta y esperó. Antes que abriese, escuchó el sonido de objetos al caer e insultos, sin destinarios aparentes. Por la rendija recién nacida, emergió una mujer con una mueca desagradable, de carácter permanente.

–¿Qué quiere? –preguntó la mujer, mientras escarbaba a Hagi con la mirada.
–Soy el sastre, he imagino, que fue usted quien me solicitó.
–Sí, sí. ¿Usted, señor –habló haciendo énfasis en la última palabra – es el sastre? Porque no tiene pinta de sastre.
–Señora, a usted no le debería importar mi apariencia –Hagi tendió la tarjeta de la sastrería y prosiguió –. ¿Me va a dejar pasar o no?

La mujer vaciló dos veces. Dejó pasar a Hagi, después de un gruñido de resignación.

–¿Puedo fumar? –preguntó Hagi al entrar.
–Haga lo que quiera.
–Ok.

En el lapso de sacar el cigarrillo, encenderlo y dar las primeras caladas, Hagi admiró el cuadro completo del apartamento. La sala estaba apenas iluminada, y montón de ropa sucia se deslizaba por los muebles hacia abajo, inundo el piso. Notó, también las pilas de revistas y periódicos, de distintos países e idiomas, que copiaban un patrón desordenado de la ropa. Fue a un rincón donde estaba una mesa, con un pila de revistas en Ruso, tomo una, y un olor a moho despertó, sofocandole la nariz.

–Acompáñeme. Vamos a ver a la novia. –Hagi siguió a la mujer por un pequeño corredor, con puertas gemelas, una frente a la otra. Entraron en una.
–¿Ella es la novia? –Hagi había empalidecido al ver la futura novia.
–Sí, es ella –dijo la mujer –. ¿Algún problema?

Hagi apenas pudo mover la cabeza de lado a lado, en señal de respuesta. Pidió permiso para usar el baño. Sospeso a lo que se enfrentaba, delante de un empañado espejo. Se lavó la cara y salió. Confesó a la mujer, la preferencia que tenia de trabajar en completa soledad, a excepción del cliente directo. La mujer arrugo la faz de su rostro, volviendo la mueca habitual más espantosa. Después de un minuto, pronunció:

–Si por ella no hay problema, está bien. – la chica que estaba sentada en el fondo de la habitación, asintió –. Igual, tengo cosas por hacer. Usted –dijo dirigiéndose a Hagi –. No se pase de listo con mi sobrina. Y tú – ahora hablaba con la chica
–. Cualquier cosa, grita. Le diré a Martin que ande pendiente.
Dicho eso, dio media vuelta, e instantes después se escuchó la puerta de la salida abrirse y cerrarse.
Hagi contempló a la chica en la semipenumbra de la habitación, sin dar fe a lo que sus ojos veían.«No puede ser» susurró de manera involuntaria.

–¿Puedo abrir las cortinas? –preguntó Hagi.
–Si quieres.

Hagi corrió las cortinas, y la luz del día avasalló la oscuridad del cuarto. Hagi se dejó caer sobre el sillón que estaba colocado al lado de la ventana. Desde ahí, contempló nuevamente a la chica. Ella permanecía inmóvil, en una silla, al lado de la cabecera de la cama. Con la espalda recta, las manos cruzadas sobre su regazo y con la cabeza alta y sin desviar la vista de su norte. Su faz era lúgubre, a pesar del sol que la golpeaba de lleno, el cual resaltaba sus ojos celestes y su lunar en forma de constelación.

–¿Por qué te casas?
–Eso no te importa.
–Claro que me importa. ¿Cuántos años tienes? ¿tu tía te obliga? – preguntó Hagi.
–Catorce años.
–¿Tu tía te obliga? ¿cierto? –al decir esto, la voz Hagi tembló casi hasta desfallecer.
–Eso no es su incumbencia
–repuso la chica.
–Celine…mírame, por favor. –implora Hagi.
Celine se volvió sobre Hagi, lo analizó de arriba abajo, al terminar, clavo su mirada en los ojos de él.
–¿Por qué te importa? ¿acaso es remordimiento? –replicó Celine, con ironía viperina.

El Club de los desdichados [Antología] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora