CUANDO LA LLUVIA CESE

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La lluvia había adoptado el incorregible hábito de precipitarse a la misma hora cada día. Valentín Valensi había olvidado desde cuando. Olvidado no, solo no le había prestado atención e igual a muchas cosas alrededor suyo. Vivía aislado en su capullo de pensamientos y sensaciones sentimentales. Algo tan superfluo como el horario de la lluvia caía era desdeñable para él.

El domingo pasado o el antepasado, podía haber sido aquel mismo martes; no, no podía ser. Recuerda llegar empapado a casa el lunes, sin el mayor despabilo. La lluvia caía poco antes, poco después u a las siete, cero, cero exactamente. Muchas veces fue así. Recuerda como la lluvia lo atrapó el martes en pleno camino al paradero. El miércoles llovió poco después y los otros dos días mucho antes. Otra cosa incorregible, sin dar la menor tregua a una desviación, era que la lluvia se atenuara en la previa de la llegada del autobús que esperaba todas las noches la chica de cabello castaño. Daba la impresión que la cortina de agua se cortara siempre por los faros del vehículo.

La rutina de Valensi era simple. Salía de su trabajo a la parada de buses. Tres minutos después ya estaba ahí. Esperaba hasta los siete y treinta minutos el bus de su ruta. Pasar esa media hora ahí era algo aburrido e insoportable, aunque, era indudablemente mejor que esperar en la oficina. Con ese ambiente plagado a olores de tinta, moho, estrés y conversaciones insignificantes. Pasaba el tiempo sentado en la banca metálica, que al parecer siempre tenía espacio. Engullido en sus pensamientos o la pantalla de su móvil, dejaba que los segundos transcurrieran ¿qué pensamientos? ¿en qué pensaba? No tenía nada en que pensar; no había sueños que anhelara, ni problemas que le trastornen en las noches. Era algo que hacía por diversión, una simple distracción de la realidad. Una realidad que no era mala, pero de la que se veía en la necesidad de escapar de modo recurrente. En su capullo de pensamientos, pasaba lo mismo que en la realidad. Su memoria parecía despreciar todo, su atención era desviada y en ese mundo casi onírico su facultad retentiva era minusválida; ya que cualquier: hipótesis, teoría, sensación o conclusión, era olvidada.

A llegar a la parada, observó acercarse una chica en la dirección contraria por la cual él vino. Daba saltitos, tal como una liebre bebé. "¿Las liebres bebé saltan?" pensó. Se protegía de la lluvia con un paraguas negro. Los brincos que daba para evitar mojarse los zapatos en los charcos, eran una fusión amorfa entre salto y zancada, resultado de las prisas de huir del agua y el miedo de resbalarse.

Poca y nada de atención le prestaba Valensi a las personas en la calle. La chica, erguida casi delante de él, miraba a su alrededor. Valensi se percató de lo que sucedía, analizaba el panorama, sopesaba la situación. Escrudiñaba a Valentín y debatía si era prudente sentarse al lado de aquel hombre, bajo aquella lluvia, en medio de la noche solitaria. Antes de tomar una decisión definitiva, miro hacia la terraza cubierta de un restaurante, allí había tres viejos, bebiendo quien sabe qué; también había un vendedor de comida, refugiado bajo la carpa de su carrito; por ultimo disimuladamente, observo a Valensi. Las personas alrededor y el aspecto de oficinista de Valentín le dieron ánimo suficiente para sentarse.

A Valensi se le ocurrió hacer una mueca o un gesto, no demasiado extravagante, pero lo suficiente para asustarla e inquietarla e impedirle sentarse. Renuncio a la idea, bajo el temor de un show y acusaciones de cualquier calibre."¿pa' que? Si acaso me rio. Y si es dramática y empieza a gritar como rana, capaz me golpean el culo por una tontería...capaz" Pensó

La chica de pelo castaño, le pasó desapercibida, ni un saludo ni una mirada se proporcionaron. La lluvia parecía apretar y la leve brisa empujaban gotas que salpicaban la espalda de Valentín, quien se quejaba entre dientes. Las gotas de agua no fue lo único que lo salpicaron, una leve melodía llego en forma de llovizna a sus oídos y fue en aumento hasta que un torrencial diluvio de música en francés lo sumergió en una fascinación fastuosa.

El Club de los desdichados [Antología] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora