TAPIZ DE OTOÑO

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-¿Todo esto era necesario? -pregunta el joven de rostro pálido.

-¿Eres tonto o qué? -dice el hombre de rostro delgado y cansado -. Ya todo está hecho. Que importa pensar en: ¿si era necesario o no? ¿si es bueno o malo?

-Perdóneme, pero desde un principio sabíamos que todo esto estaba mal -dice el joven pálido.

Con un movimiento de cabeza, indica al edifico de cuatro plantas del frente. Del mismo modo, que las hojas del otoño adornan la tierra de los parques, así los cuerpos perforados por balas de fusil cubrían gran parte de las escaleras del lugar. Una cascada carmesí, bajaba de forma pausada por los escalones. El joven se volvió hacia al hombre de rostro delgado y dice:

-¿En serio creíste que era algo bueno asesinar a todas esas personas inocentes? Ahí, hay un tapiz de almas.

El hombre ríe por unos instantes, luego mira altivamente al joven.

-Todas estas personas eran basura. Escoria, puros insectos. ¡Todas! -exclama el hombre en tono de discurso triunfal -. ¿Te digo algo, Mono?

-Dime -responde el Mono.

-Cuando empezamos la intervención, cuando las ratas aun no huían, entre a una de estas casas. ¿ustedes saben lo que encontré? -sus dos compañeros niegan con la cabeza -. Había un tipo encaramado encima de una niña, podía tener la edad de mi Viola; y otro le apresaba los brazos y con la otra mano la sujetaba por el cuello. Los asesine a ambos; uno cayó sobre la chica y el otro en el piso. Ella como pudo se quitó al gordo encima... y cuando venia hacia mí para decirme algo, entonces, ¡Pam, pam! Dos tiros en la cabeza.

-Esa chica quería agradecerte ¿acaso no lo ves? También aquí había gente buena, que no merecía morir.

-¡Bah! Estaba manchada por toda esta mierda, Todos lo están.

-No lo creo. En eso estoy de acuerdo con el Mono. Vos eres demasiado negativo, Emilio.

-¡Otro! - chista Emilio -. Este es un pollo, pero tú, Alfredo, ya estas grande para eso.

Emilio permanece sentado en el techo del vehículo militar. Ofrece una mandarina al Mono, que está sentado en una caja de madera sobre la verada, mientras observa y lamenta del dantesco paisaje y su protagonismo en él.

-¿Vos quieres, Emilio? El Mono no quiere.

-No. Dame los cigarrillos - Alfredo lanza un paquete maltratado de cigarrillos que Emilio no pudo atrapar -. Lanza esa mierda bien. Se van a mojar, joder.

-Como te decía, aquí hay muchas personas diferentes: madres solteras, viudas, desplazados...

-Todos se corrompieron y ya eran igual que los demás, basura.

-¡No! -interrumpe el Mono - No todos. No todos pueden ser iguales... ¿Y si lo eran? Tampoco había derecho a masacrarlos. No nos dijeron ni siquiera porque los íbamos a exterminar, solo vinimos como perros de caza y degollamos su yugular.

-Eso somos. Unos perros caza. No hacemos preguntas, solo vamos a hacer lo que nos ordenan, lo hacemos y ya. - dice Emilio que caminaba de un lado al otro.

-La razón de esto es fácil -Alfredo come su mandarina y miraba atentamente cada movimiento del Mono -. El mundo se fue a la mierda y nuestro país mucho más. Hay escases de todo, incluso de tierra donde pisar. ¿Sabes cuál es nuestra única esperanza? Las súper potencias y esa esperanza llego, pero con un precio a pagar. Necesitamos ser productivos y útiles, y bueno, Martins no lo es. Esta porquería de lugar solo iba generar pérdidas, es...era un epicentro de inseguridad. Eso no le iba agradar a ningún país y podía mandar a la mierda todo. Por eso nos toca limpiar la basura de la calle, tal como un aguacero. No solo lo vamos a hacer aquí, sino en otros lugares. ¿No es un precio justo? Ellos por ti y por mí, ellos por tu familia.

El Club de los desdichados [Antología] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora