El Hombre Deslucido

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Estaba un poco deprimido. Bueno, bastante. Y ver a Platini con las venas destapadas, no me animaba demasiado. Miré el techo y me quedé embobado con el. Desde hacía días, el extraño sentimiento de imaginar que, si mi yo de antes me topara en la calle, no solamente me desconocería, si no que se espantaría al enterarse de destino fatal. Un cambio tan drástico y rancio, me arruinaba la
conciencia y la existencia. Y era tan fuerte, que me encerraba en una sensación de estar perdido en la vida y en mí. Todo eso lo pensé en innumerables ocasiones. Más de las que quería y las necesarias.
Volver a eso me puso de malas, entonces mire a Platini. Ya agonizaba recostado en una de las paredes de la sala. Suspiré. Sus venas se las abrió con un trozo de vidrio y realmente cortó profundo. Lo agarré y lo llevé al balcón y lo tiré desde el cuarto piso. Di media vuelta y cuando había dado un paso se escuchó el estruendo característico de la carne y el
cemento al chocar.

Me saque la camisa que manche al agarrar a Platini y escogí una de su armario. Tenía buen gusto, tardeé casi dos minutos para elegir y eso que yo, para esas cosas soy ágil. Fui otra
vez al balcón y miré a la calle. Aplastado y hecho mierda estaba Platini contra la acera. Las personas, simplemente lo rodeaban o lo brincaban, como si fuese un obstáculo inútil. Inclusive, algunos le pasaban por encima, le pisaban y seguían adelante. En lo que se terminó en convertir Platini. ¡Una miserable alfombra!

Salí a la calle y decidí irme por el camino opuesto al de la alfombra Platini. Caminé un buen rato sin un destino, porque seguía triste y deprimido. En eso, se me vino a la mente Mónica, una prostituta depresiva que conocí. Una noche, después de tirármela, me soltó
una palabrería impresionante. Dijo que la era una burra y como andaba muy empatico esos días, con amabilidad respondí que
ella era un poco corta de mente, pero que no se denigrara así. Me pegó y se calmó. Luego, me explicó lo del burro. Me dijo que era un burro agotado y con una gran carga. Y que se
encontraba en una especie de paradoja. No podía terminar el recorrido y liberarse de la
carga, pero tampoco descansar, porque seguía con la carga puesta y no era capaz de quitarla
– o era imposible hacerlo –. Mencionó que la vida era así, un maldito camino, una maldita
meta y una maldita carga. Por un momento, se quedó tranquila, para luego rebotar por la
habitación, gritando que era peor.

–Es una mierda. Porque la muerte es la meta. Un destino de mierda. ¿Cuál es la
diferencia entre morir a los 20 o a los 90? –dijo. Luego se paralizó y continuó –. No,
no. La muerte no es destino, es el camino y la vida el vehículo.

No entendí muy bien aquello, o, no quise hacerlo. Ahora todo era un poco más claro. Igual, las prostitutas tenían ideas locas siempre.

Me senté en un banco y me dediqué a mirar a las personas. Todo era ridículo. Sin importar lo que hiciéramos, terminaríamos igual. Qué tontería ese sentimiento de pérdida que sentía.

También era ridículo. Si yo me iba a extinguir físicamente, que importaba ese yo, el cual era un simple recuerdo mío. Fue un error. Las cavilaciones me llevaron a pensar en mi madre. No la encontraría en ningún cielo y en nada. Que absurdo todo. Hasta esos tramposos, que por algún motivo dejaron una estela en la humanidad, también se iban a
olvidar y entrarían en el mismo club de inexistencia y olvido de todos nosotros, los mortales. Hasta el planeta, la tierra, pasaría por lo mismo.

La mente me trasladó a donde mi madre y mi familia. Que diferente era todo ahora. Si bien, los cambios en las personas se consideran algo positivo, por la evolución personal y esa mierda. ¿Qué pasa cuando es tanto el cambio que llegas a ser un extraño? ¿y si no hay nada
positivo? No quería cambiar, quería volver, quería ser lo que fui y quería ser feliz.

Recordé un cuento que leí de adolescente. Trataba sobre un hombre que iba a un baile,
donde todos vestían iguales y llevaban mascara. El hombre se desmaya y es llevado un hospital. Para resumir, el hombre escapa y no sabe quién es él – no de una manera amnésica, sino algo más metafísico o filosófico o como quieran llamarlo – al final, el hombre encuentra el traje de la fiesta y la máscara y vuelve saber quién es. Claro. Aún falta algo. El hombre solamente puede saber quién es cuando tiene el traje puesto, de lo
contrario, se vuelve a perder. Quizás, soy igual a ese hombre. Me perdí y me confundí en la multitud. Se asemeje y adapté a todos… o me moldearon para fuera igual a todos. Y ahora, lejos de ellos, siendo un solitario, me siento extraño, impropio de mí mismo. Porque realmente este no soy yo, sino una referencia, una réplica al común. Por algo busco mi yo de la infancia, porque ahí rechazaba todo y era libre, sin preocupaciones. ¡eso es! ¡debía encontrar mi yo de
infancia ¡

Me pareé del maldito banco con ánimos, esperanzas, pero triste. Seguía triste. Me impuse la
misión de recobrarme a mí y la única opción para hacerlo, era recordar quien fui. Intenté y lo hice; con un gran esfuerzo lo conseguí. Iba a ir a todos los lugares especiales de mi
infancia. Bajé y subí calles, buscando esos lugares. Ellos llegaron, pero sus direcciones no. Pensé y pensé. Objetivo logrado. Como en forma de fila india, salieron a flote uno al lado
del otro. Fui a la cancha, donde pasaba jugando durante horas. Que desagradable sorpresa me lleve.
Era un maldito basurero. Mi odio contra las personas creció. Mi segunda escala fue a un
viejo terreno; ahí nos convertíamos en soldados, cazadores y otras cosas. Otra sorpresa…pero menos desagradable. En el terreno se edificó un gran supermercado y ya no
quedaba nada verde cerca. Me moví a la casa de mi amigo de juegos y ya no vivía ahí. Y lo mismo fue con varios lugares más. Ya no eran nada.
Regresé al banco donde mi madre acudió a las memorias. Ahora me sentía mucho peor.

Una gran tristeza se sentaba a mi lado. Di un golpe al aire y no pegarle a nada, aumentó mi
enojo. Que decepcionante. ¿era así la vida? Sentirse podrido, querer tirar la toalla, parecer ganar, volver sentirse podrido, querer tirar la toalla y tirarla, porque no. Después de todo,
Mónica tenía razón. No hay diferencia de morir hoy o mañana.

Levanté mi culo y me fui. Las personas daban pasos estériles, sin nada de prisa o con
mucha, dado el caso particular de cada quien. No me miraban a la cara, ni a ningún otro. Fui a donde Platini, bueno, la alfombra o el obstáculo. Ya se lo habían llevado, pero la sangre, evidencia de lo sucedido quedaba;
oscureciendo por la suciedad de los zapatos y la calle en general. Que patética forma en la
que acabó.

Arrastré los pies por dos cuadras más. Entonces, un tipo, cayó del cielo. Se hizo mierda.

Bastante horrible. Por poco y casi me mata, si por algún motivo aceleraba el paso, habría caído encima mío y mandado al otro mundo. Que suerte. La suerte de los perdidos. Seguí caminando, y como si fuera una alfombra, pisé a ese hombre y continué.

Podría tener suerte y
encontrarme en alguna esquina.

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⏰ Última actualización: Jan 06, 2023 ⏰

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