Adara
Me levanté con el sonido del despertador, ¿había un ruido más molesto en el mundo?, definitivamente creo que no.
Estaba teniendo un espantoso efecto de jet lag, no quería iniciar con la rutina del día a día, pero mi madre se estaba esforzando muchísimo para que me sintiera cómoda.
Corrí la sabana y fui directo al baño que teníamos entre las dos habitaciones. Cuando pasé por la de mi madre, vi que su cama ya estaba tendida y todo acomodado, por lo tanto, ya debía estar en la cocina, haciendo el desayuno para ambas.
Entre en el baño, me desvesti y traté de ser lo más rápida y práctica que pude para el aseo. En unos cuantos minutos, ya estaba vistiéndome con unos jeans azules oscuros y una blusa negra con cuello en V y holgada. Pasé la mano en el espejo para eliminar el vapor, y vi a la misma persona de siempre.
No encontraba cambios, aunque por dentro, sabía que algo no era igual. Quizás era el nuevo aire, o que debía desempeñarme lo mejor posible en mi lenguaje y manera de tratar a las personas en un lugar que era muy distinto a mi antiguo hogar.
Me puse un poco de perfume, un poco de delineador para resaltar los ojos de manera suave, y ya. Esa era toda la preparación. Recordé a Mary Ann, en su antigua escuela. Esa chica tenía más capas de maquillaje en el rostro, que podría bien contarse como una segunda piel sintética. Jamás fue de esas personas, pero si le quería dar un poco de mimo a sus ojos.
Bajé y como me supuse, mi madre me esperaba sentada en la mesa, con mucha comida y una enorme sonrisa. No pude evitar copiarla, ella siempre inspiraba eso en la gente. Que sonrieran a la par suya.
En la mesa había muchas cosas que no solíamos desayunar, salvo cuando estábamos en esas vacaciones que hacíamos para mi cumpleaños. Yogurt, fruta, algo de fiambres, embutidos y mermeladas dulces y saladas. Eso, junto con té o leche, conformaban una mesa como para un batallón increíble.
— Wau mamá, esto es demasiado para nosotras tres.
Me senté frente a ella, sirviendome un poco de té y tomando algo de lo salado. Comí tranquilamente, disfrutando del desayuno en silencio y aprovechando el tiempo que me queda, antes de ir al colegio.
— Está por llegar una vieja amiga. — Dijo y sonó el timbre — Debe ser ella.
Asentí y fui hasta la puerta para abrirla. Detrás de la puerta, había una mujer sumamente hermosa, que me regalaba una sonrisa brillante. Tenía un vestido largo de color arena, el cabello rizado de color rojo intenso y unos espectaculares ojos celestes.
¿De donde la tenía a esta modelo de televisión?
— Hola, preciosa, tu debes ser Adara.
Estrechamos las manos, ella apretaba suavemente y transmitía muchísima tranquilidad.
— Soy Adara, tu eres la amiga de mi madre, ¿verdad?
Asintió y sonrió nuevamente.
— Soy Giselle LeCurt. — Dijo acomodando la cola de cabello atado — Vivo a unas casas de la tuya, soy la madre de Aaron, se conocen, ¿verdad?
Se me subieron toda la gama de colores al rostro. Esa era la madre del chico al que había besado hace algunas cuantas horas. De eso quizás el rostro se me hacía conocido, ellos dos eran exactamente iguales. Evidentemente el sol de esta parte de Grecia se portaba bien con sus habitantes, porque solo había visto gente preciosa que se podría dedicar al modelaje.
— Ven, justo estábamos por desayunar.
La invite a pasar y la dirigí hasta la cocina, donde mi madre nos esperaba. No tenía el rostro de quien veía a una vieja amiga, al contrario, estaba un poco seria y distante. Le sonreí, pero ella no me devolvió el gesto. Giselle estaba parada en el umbral de la puerta, sin hacer caso a la mirada dura que le daba mamá, como si no se diera por aludida de la actitud extraña que mostraba su amiga.
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Una deuda con Zeus (+16)
FantasyCuando la embarazada Calista Freire está en unas divinas vacaciones por Grecia, no se imagina ni por un segundo, que gracias a un accidente su bebé pierda la vida. A orillas del mar, le pide a esos dioses extranjeros que son tan populares en esas ti...