Adara
En el cachetazo de la realidad, entendí varias cosas.
Seguramente me debía ver como una idiota, que observaba a ese pedazo de chico caliente. Que seguía sujetando su mano. Y que estaba haciendo todo lo que consideraba que estaba mal, solo hace tres días atrás.
Como si no hubiese bastado lo de Aaron, venía a quedar como una estúpida con el segundo chico precioso que conocía. Evidentemente, el don de caer ante una cara bonita, es mío.
Me separé de Izan y disimuladamente, sequé la palma de mi mano que sudaba. Parecía que el cuerpo de él ardía, en todos los sentidos. Pero de repente, una mano delgada y con brillantes uñas rojas y largas, me apartaron de Izan.
A mi lado, estaba la chica probablemente, más hermosa que había visto. Una modelo total, de esas que estaban muy bien cuidadas y le daban mucha importancia a la estética. Rubia platinada, los ojos celestes enmarcados por largas pestañas. El outfit perfecto, ni un detalle que la hiciera un poco menos atractiva.
— Izan...— Siseo la rubia, prestando atención solo al chico — Llegas tarde a clase.
El mencionado le resto importancia, como si estuviera aburrido de la situación. Se quitó la mano intrusa de encima, con total desinterés.
— No seas pesada Elena.
La tal Elena me repasó con la mirada y de inmediato me di cuenta de lo que estaba pensando. Una persona tan luminosa y perfecta, junto a ese chico perfecto, solo gritaban una cosa. Un noviazgo.
Me escruto lentamente, de arriba a abajo. En su rostro expresivo se marcaba lo que estaba sintiendo, una fuerte aversión de que la gorda estuviera cerca de su novio, pero después suavizó.
Me sudaron las manos ante su expresión. Este tipo de gente hacía que mis complejos se dispararan a niveles insospechados. Para alguien que no acepta su cuerpo, que una persona que se podría considerar perfecta mire de esa manera, prendía ciertas alarmas que reforzaban las ganas de esconderme debajo de la cama.
Di unos pasos atrás, golpeada por la fuerza de mis inseguridades. Elena me sonrió falsamente y me saludó con la mano, en una clara señal de que esperará que me alejará de ellos. Al diablo con los perfectos de Atenas, tenía que buscar el salón de clases.
Camine rápidamente, dejando a la pareja detrás. Estaba cerca de la puerta que me correspondía, o al menos eso parecía.
Respire profundo y me sequé las palmas sobre la tela de los jeans. Vamos, no podía ser tan difícil, ¿verdad? ...
Gire el pomo de la puerta y vi el interior del salón. Entendí porque había tantos en el instituto, solo se impartían clases a quince personas por curso. El profesor estaba escribiendo en la pizarra y volteo a verme. Solo hizo un gesto para que entrara y me extendió la mano.
— Necesito su horario, señorita...
— Freire. — Complete su frase y me acerque para dejarle la hoja
Reviso lo escrito en la hoja y asintió. Era un hombre de unos cuarenta o cincuenta, de cabello negro y ojos café oscuros. No tan alto con el director Kent, pero tenía su porte.
— Mi nombre es Jacob Klemment, seré tu maestro de historia. — Dijo y se volteo para ver a los demás — Denle la bienvenida a la señorita Freire, y un asiento también.
Estaba frente a todos, la mirada de cada uno de los demás alumnos estaba solo en mí. Okey, no eran muchos, pero sí los suficientes como para hacerme un agujero en la cabeza con sus miradas curiosas.
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Una deuda con Zeus (+16)
FantasyCuando la embarazada Calista Freire está en unas divinas vacaciones por Grecia, no se imagina ni por un segundo, que gracias a un accidente su bebé pierda la vida. A orillas del mar, le pide a esos dioses extranjeros que son tan populares en esas ti...