Doce

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Tomé un poco de café y dejé que el líquido oscuro y fuerte quemara mi garganta. Necesitaba todos los activos para distraer mi mente.
Si tenía un cigarrillo aquí, estaba segura que me haría una fumadora de primera.

Estuve pasando unos hermosos días junto con Aaron, pero la energía nerviosa no me abandonaba ni un segundo.

Aaron era un sueño. Un perfecto caballero, pero la armadura brillante la llevaba en los ojos y en la sonrisa. No me hacía faltar absolutamente nada, estaba en cada detalle que podía darme.
Se estaba tomando muy en serio el hecho de enamorarme, aunque quizás no sabía que ya lo había logrado. Según él, tendría que darme todas las razones posibles para cuando llegará mi cumpleaños, solo quisiera quedarme a su lado.

Al lado del dios del sol, dejando atrás mi vida mortal. Mis amigos, mis abuelos, mi madre…
Todos a los que conocía, los vería morir alguna vez.
Cada persona que viera nacer, también la vería perecer.
Me estremecí por el pensamiento. Era más de lo que podía tomar en mis manos. Si bien la vida que me presentaba el hombre más perfecto de la vida, era preciosa y llena de beneficios, también conllevaba un costo enorme que a lo mejor, no sé me daba muy bien llevar.

Estaba entre la espada y la pared, aunque si lo evaluaba correctamente, tenía mucho que ganar a su lado.

Vamos a cruzar ese puente cuando lleguemos a él, Pensé de repente.

No era el momento de imaginarme una vida inmortal a su lado, cuando no estaba segura si sobreviviría a los diez días restantes de mi cumpleaños.

Elena aún estaba ahí, escondida, pero esperando para atacar.
Aún me picaba en la piel lo que me había dicho Aaron. Esa historia de la mortal que se había enamorado y que murió a manos de la diosa del amor.

¿Irónico, eh?

Entendía totalmente la situación. Ahora comprendía que separaba a Izan y Aaron. Una disputa que tenía siglos, una herida que pensé, seguía abierta.

No pude resistirme y a los pocos días, le plantee mis dudas a Aaron. Él fue totalmente honesto, como siempre.
Me dijo que en algún momento pensó que era la reencarnación de Elis, pero en ella veía un alma transparente, y en mi un alma brillante. El tuvo una profecía, una que decía que yo haría estragos en el Olimpo, y eso me parecía algo absurdo.

Aún me sentía demasiado mortal y mundana como para dar vueltas de cabeza algo que aún no comprendía. Con un montón de complejos que no podía despegarme, aunque el pelirrojo me dijera hasta el cansancio lo hermosa que era.

Sonreí ante el recuerdo de Aaron, acostado a mi lado en las noches, susurrando palabras que jamás pensé escuchar. Era todo un caballero que cuidaba mi integridad.
Quería esperar a que cumpliera la mayoría de edad para reclamarme, según él, ya estaría libre de la competencia y podría elegir por mi misma.

Pero que fuera un caballero cuidadoso, no impedía que tomará la mayor cantidad de duchas frías, que no había tomado en los eones de vida que llevaba.

Acomodé mi bufanda en su lugar, fuera de la casa la brisa corría fuertemente, haciendo sonar los árboles que rodeaban el jardín.
Me estaba preparando para ir donde las musas a ver a mi madre.

Mi dulce e histérica madre…

Cuando entramos en la casa, no hizo nada más que gritarle obscenidades a Aaron y arrastrándome hasta la sala. Aaron y Calíope, la musa que la acompañaba, salieron al jardín para darnos privacidad.

Tuvimos una charla madre/hija, en dónde le conté los últimos acontecimientos, incluyendo mi casi perdida de virginidad. Me parecía mal ocultarlo a mamá, toda esta situación empezó con el ocultamiento de toda la historia. No quería hacer lo mismo de lo que renegaba.

Una deuda con Zeus (+16)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora