Epílogo

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Aaron


— Entonces, ¿Qué pasó?

Voltee a ver al niño con ascendencia cubana. Con Nicolás habíamos establecido una rutina silenciosa. Yo vendría cada día, a la misma hora para sentarme en una banca en Central Park. Nicolás traía a su perro caniche a pasear, se sentaba a mi lado y le relataba fragmentos de historias.

Sus ojos casi negros me veían sedientos de información, queriendo recrear en su mente de doce años, como terminaba la historia.

El acaricio el lomo de su pequeño chucho que descansaba en sus piernas.

— Ella pidió un deseo. Que todos sus seres amados cumplieran sus propósitos y fueran felices. Quizás ella no lo sabía, pero lo incluía al príncipe y hacía un hueco en la maldición. Entonces, el príncipe esperó a que su princesa lo recordara. La observó durante 365 días, hasta que cumpliera otro año de vida y poder volver a verla.

— Si ella no lo recuerda, ¿Cómo va a saber que es el amor de su vida? — Pregunto curioso el pequeño moreno

— Lo sabrá, porqué la rueda del colgante de sol volvería a girar si su amor se encuentra con él.

Dejó pasar unos segundos en silencio, demasiados para su mente preguntona.

— ¿Crees que ella aun lo ame?

Suspire, esperando que fuera así.

— Eso espero, Nicolás.


Adara


— Esta mierda arde...— Le dije a Tara, que observaba contenta como me picaba el cuero cabelludo gracias al tinte rojo fuego.

Es decir, pelirroja y de enormes ojos verdes, casi parezco irlandesa.

— Cariño, pero si te va a quedar increíble.

— Lo sé, bebé.

Las cosas habían pasado demasiado rápido, como un tren descontrolado.

Cuando cumplí dieciocho años y finalice mis estudios básicos, decidí hacer un viaje de vida. Grace y Walter también se habían unido a esta aventura algo intimidante, pero mierda que valió la pena.

Grace decidió hacer su viaje en solitario, recorriendo los países nórdicos y haciendo una introspección.

Ella alegaba que debía encontrar sus raíces y arreglar los destrozos que habían dejado en su interior, la complicada línea sucesoria de su familia.

Walter, en cambio, optó por venir conmigo a Nueva York. Realizó el proceso difícil y duro, del cambio de género. Aún está lidiando con cosas básicas, pero ahora tiene una actitud y un carnet que la certifican como Tara. Nos referimos a "ella", y realmente se siente muy cómoda.

Tara es más feliz que Walter, eso es seguro.

En cuanto a mi, estaba en una costosa estilista para que me retoque el tinte del cabello, porque quería recibir los diecinueve años como una perra alucinante.

La decisión no había sido muy difícil.

Incluso días antes de mi cumpleaños, sentí que algo había cambiado en mi. Pase de ser la gorda acomplejada, a ser una mujer con curvas, con noventa kilos de empoderamiento. Me sentía linda, segura de mi misma, pero por sobre todas las cosas, me amaba.

No sé qué pasó, simplemente empecé a ver las cosas de otra manera.

Mamá fue totalmente comprensiva, y un pilar fundamental para la aventura que teníamos con Tara. Nos acompañó en todo el proceso e incluso nos ayudó a conseguir trabajos geniales.

Una deuda con Zeus (+16)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora