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Jungkook POV:

«¡Dios, la he cagado! ¿Cómo se me ocurrió tan tremenda estupidez?

Ahora
abriré los ojos y me encontraré con unas ganas horribles de abalanzarme
sobre ese cretino engreído.»

Temblaba como una hoja, de rabia y de miedo a partes iguales, mientras
mis párpados se negaban a obedecer.

No quería abrirlos y toparme con la
realidad de golpe, que en verdad sería una fantasía, porque yo ni estaba
enamorado de YoonGi ni iba a estarlo, pero no se podía tentar a la suerte
apostando contra un mago y pretender ganarle la partida, por muchas ganas
de vengarme que tuviera.

Siempre tenían un as en la manga.

«Espera un momento. ¿De verdad no tengo ni una pizca de ganas de
besarlo?»

Así era. Se suponía que tenía que sentir algo en mi pecho, pero no
encontré sino unas ansias horrorosas de decirle: «¡Chúpate ésa, pringado!».

¡No estaba hipnotizado!

Habíamos jugado nuestras cartas y yo había ganado la partida. Y, aunque
un mago siempre podía tener algún truco preparado para la ocasión,
escondido como era su costumbre, no había conseguido su objetivo. Que lo
besara. Que sintiera algo por él. Ya podía abrir los ojos y…

«Tal vez no siento nada precisamente por eso, porque no he abierto aún
los ojos ni lo he mirado. Ha dicho que cuando lo hiciera sentiría…»

—Mierda.

Lo musité casi sin mover los labios, para mí mismo en cierto modo, pero había sido también otra cagada. No se podía hablar haciendo creer a un mago
que estabas hipnotizada. O que no lo estabas, y se me antojaba que se
enteraría antes de tiempo. Tal vez no se había dado cuenta, pero seguro que
más de uno me había visto mover los labios.

«Venga, valor. A abrir los ojos…»

Los apreté con más fuerza y, tímidamente, separé un poco los párpados
para poder mirar a través de una pequeña rendija. Lo vi todo borroso; delante
de mí sólo tenía mesas y más mesas, y personas esperando el momento para
reírse de un servidor cuando me lanzara a los brazos del mago. No había
nada interesante sobre lo que enfocar.

—¿Jungkook? Abre los ojos, Jungkook…

Su voz sonó exigente, aunque no enfadada. Debía de estar retrasándole el
espectáculo de forma notable, y tal vez los números más llamativos los
tuviera que hacer a la carrera por mi culpa. Después de todo, era su escenario,
su público y sus normas. Parpadeé dos veces y, temeroso de la cólera de Dios
y, sobre todo, de la de ese tipo enfundado en un frac negro, abrí totalmente
los ojos.

Lo miré.

«Tres, dos, uno… ¡Enamórate!»

Pero no sentí nada. Otra vez estaba allí, observando de frente a un hombre
al que me daba un poco de asco mirar, pero sintiendo una mierda.

No, sintiendo asco, que lo acababa de pensar.

Sonreí casi sin verlo, o viendo a pesar de él. Todo el mundo tenía los
móviles apuntando en mi dirección y detrás de ellos estaban sus rostros,
expectantes. El de aquel tipo también tenía el mismo gesto, como si no
tuviera ni puñetera idea sobre qué esperar de mí. ¿Habría conseguido su
malvado objetivo? ¿Iba a dejarme en evidencia? ¿Se burlarían todos de él o lo
harían de mí?

«¡Farsante! No me has hipnotizado, idota. Ya te he dicho que iba a
dejarte en ridículo.»

Ya me podía imaginar la conversación:

—¿Esto es todo lo que sabes hacer? Los he visto mejores.

—Es todo lo que se puede hacer con una mente tan poco receptiva como tuya. Denota falta de inteligencia…

—Lo que denota es que eres un embaucador y que a mí no me la puedes
meter doblada.

—No, a ti te la metí de otra forma. De muchas formas, en verdad. De pie,
acostado, a cuatro patas…

No, seguro que eso no era lo que acababa diciendo, aunque podría
pensarlo. Debía tener mucho cuidado con las palabras que se empleaban con
aquel hombre.

Venga, otra vez, que podía hacerlo mejor:

—¿No has dicho que ibas a hacer que cayera en tus brazos? Pues sigo
aquí, en la silla, sin ganas de darte un maldito beso.

—Eso no era lo que pensabas anoche en el bar, cuando le lanzaste las dos
pajitas al camarero…

Nada, tenía que tomar menos tequilas si quería ganar aquella batalla
dialéctica, pero ya era tarde para deshacerse del alcohol en sangre y pedir que
una nave como la Enterprise me teletransportara a su puente de mando. Una
batalla intergaláctica podría tener mejor final para mí que aquel escenario.

«¿Y si le pido que me parta en dos con un serrucho?»

Todo estaba en mi cabeza: mis ganas de vengarme, mis miedos a quedar
en ridículo, mi curiosidad por probar de pronto el estofado de conejo…

Podía
reírme de él y después soportar que se riera de mí. No pasaba nada. La vida
iba a continuar igual, salvo que tendría un par de peticiones de amistad en
Facebook después de ver mi vídeo en YouTube. Seguro que la gente ya me
estaba buscando por el nombre de Jungkook con la esperanza de que a mí se me
hubiera ocurrido la idea de hacerme un selfi delante del cartel del espectáculo
de magia para ponerlo como foto de perfil. Y que me hubiera etiquetado en
una publicación poniendo el nombre del teatro.

«¿Quieres dejar de desvariar y centrarte?»

—¿Jungkook?

Y entonces lo vi claro. Mi venganza iba a ser mucho más divertida. Mis
amigos me iban a tachar de loco…, pero también se lo habían buscado.

—No sé por qué… —le solté de pronto con sonrisa de pánfila—. Pero no
puedo pensar en otra cosa más que en besarte…

Un, Dos, Tres...¡BÉSAME! [YONKOOK / KOOKGI]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora