Capítulo 2

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Un delicioso olor entró en las fosas nasales del príncipe Katsuki, despertándolo y gruñendo al ver que, otra vez, su madre había quitado las cortinas ¡cómo odiaba que los rayos del sol tocaran su rostro!

—¡Coloquen de nuevo las malditas cortinas!

Esperó los pasos apresurados de sus sirvientes y sus respectivas disculpas pero, al no escuchar nada, a regañadientes abrió los ojos.

Su respiración se cortó al ver un gigantesco león a su lado, durmiendo y generando sonidos roncos al respirar. Trató de levantarse lentamente pero un fuerte dolor en su estómago lo detuvo.

—¿Qué mierda...?

—Así que despertaste — un pecoso regresaba después de atrapar varios salmones junto a sus hermanos, los cuales ahora corrían hacia el cenizo que lo miraba anonadado— si les haces daño te clavaré mi daga.

—¡Cállate imbécil!— susurró el joven Alfa, había un león cerca de ellos, ¿es qué acaso no lo veía?— ¡Lo despertarás!

—¿A quién?— a parte de ellos sólo estaban sus hermanos y...— ¿A Áradas?

El león abrió sus inmensos ojos y se levantó al llamado del pecoso. Su imponente figura dejó estático al cenizo que sólo podía quedarse callado y esperando su muerte, de todas formas no tenía con qué defenderse.

Áradas observó por unos momentos al ser de cabello cenizo que lo miraba con temor. Se sentó, se rascó su peluda oreja con su pata tracera e ignoró al joven mientras se dirigía hacia el omega. No tenía ganas de asustar al Alfa con sus filudos dientes.

—Áradas, te toca tu medicina— sacó de uno de sus bolsillos unas hiervas y frutos rojos— come.

El felino, que había estado bostezando, cerró la boca de golpe y bajó ligeramente sus peludas orejas mientras gruñía.

No quería comer esa desagradable medicina.

Katsuki no salía del asombro, en especial cuando vio al joven de cabellera verde mirar serio al león, el cual a regañadientes abrió la boca, para luego introducir su mano y poner las hiervas en la lengua del animal, éste tragándoselo con asco.

—No pongas esa cara, sabes que debes comer esto o no llegarás a ser el jefe de la manada.

Izuku puso en su hombro el pequeño saco que contenía los pescados que había atrapado para después acercarse a la pequeña fogata donde tres ricos salmones, perforados desde su boca hasta el final de su cuerpo, se cocinaban y desprendían el delicioso olor que había despertado al cenizo de su ensoñación.

Giró los palillos y uno, que ya se había cocinado perfectamente, lo sacó y se lo dio al inmenso felino.

—¡Oye tú! ¿Dónde están mis sirvientes?— el pecoso lo ignoró y siguió moviendo los palillos.

— ¡¿Eres el líder de esos bastardos que nos asaltaron?! ¡Responde mierda!— uno de los conejitos, de inusual color verde, se le había acercado y por accidente fue pateado por el cenizo en cuanto éste trató de acercarse al omega.

Izuku, al escuchar el chillido de su hermano, se paró de golpe del suelo y sacó su daga, aunque ciertamente ya no era necesario. Áradas había corrido hacia Katsuki y lo había derribado con su peso.

—¡Quítamelo! ¡Ahora!— vio al peliverde guardar su daga y cargar al conejito que se había hecho bola del miedo, todo mientras lo volvía a ignorar y se sentaba en el suelo para inspeccionar al animalito— ¡No sabes con quién te estás metiendo!

Áradas mostró sus colmillos listo para morderlo. Había hecho llorar a su conejito favorito y nadie más que él podía molestarlo o tocarlo, a excepción del pecoso.

CACERÍA BAJO LA LUNA [KatsuDeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora