Llevo andando un buen rato. ¿Hacia donde? No lo sé. Hace tiempo que mi mente ha dejado de pensar; me dejo guiar por mi corazón. Un corazón infeliz, un corazón enamorado; un corazón roto.
LLego hacia la playa, una parte alejada de la playa.
Concretamente un acantilado.
Me quito los zapatos y los dejo en el suelo.
Más tarde mi ropa y mi lazo van fuera, dejándome en ropa interior.
Lo pliego todo correctamente y lo dejo en un lado.
Cojo mi móvil y abro el chat con Calum.
Mensaje a Calumsito:
Supongo que os preguntareis donde estoy, vuestras infinitas llamadas y mensajes lo dicen todo. Pues bien, estoy en la playa, cerca del acantilado. No os molesteis en venir a buscarme, todo será inutil cuando lleguéis. Los tres sois mis pilares de esto a lo que llaman vida. No os sintais culpables, ni derrameis una sola lágrima por mi; no lo merezco. Sed fuertes, conseguid un trabajo, formad cada uno vuestra familia, pero siempre juntos ¿vale? Esta rubia se va para no volver, ya no seré más una carga. Gracias por todo, mis pilares.
Mensaje enviado.
Acto seguido dejo el móvil en el suelo y comienzo a andar lentamente hacia el borde.
El borde que me va a llevar a un lugar mejor.
Que no quiero vivir si no es a su lado, ¿de que serviría vivir en un mundo rodeada de personas monótonas que intentan ayudar sin coseguir nada?
¿De que serviría vivir si no es con la persona que mantiene tu cabeza alta?
¿De que serviría yo en este mundo sin él?
Todas las respuestas posibles que pasan por mi cabeza en este instante dicen lo mismo.
Jesús fue mi droga. Al principio adiciva y todo es felicidad, luego todo va cambiando. Las cosas se van poniendo mal, etonces, te destruye.
Y al igual que todas las drogas, Jesús me destruye a mi.
Doy un último paso y mi cuerpo cae al vacío.
Un cuerpo sin vida.
Una mente infeliz.
Un corazón roto.
Y lágrimas negras.
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Penúltimo capítulo gente