El día siguiente fue aún más ajetreado que el anterior, las hermanas se dedicaron la mayoría del día a colocar todo en su nuevo hogar, y ni hablar de la semana entera, aún no conocían a nadie de su vecindario, y tampoco les interesaba hacerlo, pues en su otro hogar vivían rodeadas de pasto y árboles, para lo único que salían era para conseguir nuevas decoraciones y material faltante, también pintura y demás utensilios.
Pero aún no sabían que aunque ellas no conocieran a ninguno de sus amistosos vecinos, la mayoría ya las tenía bien ubicadas, y no era de sorprenderse, nadie podía negar que eran bellas, bastante, y ya habían robado el corazón de varios aunque no se hubiesen percatado.
—¡Basta Sanji!, ¡pensarán que eres un acosador!—mencionó el más pequeño de la banda.
—¡Tengo Hambre!— se quejaba una y otra vez Luffy—¡Vamos al Baratie Sanji, Chopper tiene razón, pensaran que estamos acodándolas o algo así.
—Acosándolas, Luffy—corrigió Usopp.
—Me da igual Usopp.
El pelinegro dirigió su mirada hacia la casa, donde se le mostró la figura de una joven con cabello anaranjado tendiendo una sabana.
Se devolvió a sí mismo cuando entre todos sus amigos lo zangolotearon.
—¿Te encuentras bien Luffy?, quedaste en blanco.—dijo Usopp.
—Ah sisi, lo siento. ¿Vamos al Baratie?
Todos asintieron a la pregunta de Luffy, y en fila india caminaron hasta el extravagante restaurante.
Sillones de cuero, mesas hechas totalmente de porcelana, candelabros de joyas preciosas, pilares de oro y comida deliciosa eran el componente de ese restaurante, y era de esperarse esa finura siendo el padre de Sanji y dueño del lugar, el cocinero más reconocido de todo el mundo, titulo al que aspiraba el rubio.
Entre un bocado y otro salían risitas de cada uno de los integrantes, en realidad ese restaurante tenía un código de vestimenta bastante estricto, que cierta panda, con ciertos privilegios, se dedicaba a ignorar.
Y de pronto llegó la noche, aunque no culpaban al tiempo por traerla, la habían pasado fantástico: Luffy comiendo montones de carne, Usopp colocándose palillos en la nariz, Zoro tomando sake y de un momento a otro durmiendo en un costado del sillón, Chopper comiendo dulces y mucho algodón de azúcar y Sanji preparando todos los alimentos para sus amigos.
Aunque en su banda faltaban sus dos amigos, Brook y Franky, unos peculiares universitarios, ya festejarían con ellos alguna otra vez.
Porque así eran sus vidas, vivían al día y sin remordimientos de lo que hicieran en el pasado, y era de esperarse que fueran un grupo tan unido, pues todo inició con el sueño en común que tenían: la libertad de hacer lo que quisieran, ¿qué importaba que opinaban los demás?, ¿si se equivocaban?, ¿qué los castigaran? Bah, a ellos les valía un pepino, y eso los hacía sentirse demasiado bien, porque todos eran libres.
—Nos vemos—. Mencionó Zoro y miró al rubio indicándole que era hora de partir, pues eran vecinos, y aunque Sanji se defendía muy bien y daba unas patadas aterradoras, su madre había pedido a Zoro que cuidara a de él, pues al ver a cualquier chica guapa ya estaba enganchado —y en el pasado, al rubio eso le había costado alguno que otro problema—, si bien estaba tentado a negarse, se vió obligado a aceptar al ver la espantosa mirada que le dirigía su madre, que no quería quedar mal con su apreciada amiga.
Todos se despidieron y fueron rumbo a sus hogares con una sonrisa en el rostro, Usopp junto a Chopper, Zoro peleando con Sanji, y Luffy se fue por su cuenta.—¿Qué cocinas Nami?
La menor más que cocinando, estaba batallando con esa estufa, le resultaba un fastidio, pues en su hogar utilizaba un aparato más rústico: una estufa de leña, y la que había en su nuevo hogar era eléctrica, ni siquiera sabía cómo prenderla.
Harta pegó una patada al cacharro.
«Extraño mi hogar» Pensó mientras se colocaba sus crocs y suéter.
—Iré a la tienda Nojiko.
Antes de que la mayor se volteara a despedirla se oyó el golpe de la puerta siendo cerrada.
—Que te vaya bien—Pensó la mayor.
(...)
—Joder, odio este lugar—susurraba para si misma pegándole pataditas a una piedra que se había encontrado saliendo de su casa, parecía encariñada con ella pues iba a la mitad del camino y todavía la seguía pateando.
Lastimosamente, sin fijarse en el camino y en si venía alguien, pateó la piedra demasiado fuerte con la punta de su croc, y no supo si para su buena o mala suerte fue a parar a la cara de un joven pelinegro, tirándolo de senton al piso obligándolo a sobarse la frente.
Al menos todavía sabía donde estaba su piedrita.
Antes de preguntarle si estaba bien la agarró entre sus manos y la escondió en la bolsa de su pantalón.
—¿Estas bien?, parece que te tropezaste—. Entre las opciones más razonables, eligió la mejor: fingir que ella no había provocado nada.
—Estaría mejor si la piedra que pateaste no me hubiera dado en la cara—dijo aún con su mano cubriendo su rostro.
La pelirroja decidió ignorar su comentario y seguir en su papel.
—No recuerdo haber hecho algo tan ruin como eso.
El muchacho soltó una carcajada haciendo que Nami bajara sus defensas.
—¿Ruin?, ¿Quien utiliza esa palabra?, que rara eres—, dijo haciendo que Nami, por unos momentos, se sintiera avergonzada.
—Las personas que no son incultas, como tú. No se porque me molesté en ver si estabas bien.—Dijo sustituyendo se vergüenza por molestia.
—Eh...¿quizá porque me pegaste?—Luffy apoyo sus dos manos en el piso para ponerse en pie, ya era tarde y si no se apresuraba sus hermanos se enojarían con él. Pero no contaba toparse con su vecina, y si de lejos era muy bella, de cerca era un un diamante en bruto, ojos avellanados adornados con largas pestañas, una nariz respingada, labios grandes y carnosos, y al parecer de Luffy, bastante apetecibles.
Sin darse cuenta había invadido el espacio personal de la joven, haciéndola sentir incómoda.
—¿No serás uno de esos bárbaros que persiguen a chicas o si?, porque me estas dando esa impresión, y solo para advertirte, sé defenderme.
Luffy soltó una carcajada—no te preocupes, no soy ese tipo de persona, soy Luffy, y soy tu vecino.—recitó sonriente.
La chica se lo pensó por unos momentos.
—No te había visto antes en mi vecindario.
—Entonces probablemente no te fijes mucho.
—Bueno...Luffy—pronunció desconfiada—debo irme, tengo que ir a la tienda.
—Pero ya es de noche, deja que te acompañe, así no correrás peligro.—dijo sonriendo.
—Gracias, pero vuelvo a repetírtelo, sé defenderme sola.—Soltó avanzando hacia su destino.
El chico la siguió.
—Entonces nos podemos conocer.—dijo sonriente.
—Joder, eres muy molesto.—volteó a mirarlo—Me acompañarás si cargas lo que voy a comprar.—Colocó una mano en su cadera esperando la negación del chico.
Y cuando no sucedió, se rindió y caminó hacia delante.
Así fue todo el camino; en ese corto tiempo se había dado cuenta de tres cosas: La primera: Luffy era muy platicador, no cerraba la boca con nada, la segunda: era un buen chico, y la tercera: era un Don Juan.
Habían pasado al menos a la par de cuatro chicas, tres de esas cuatro habían hecho comentarios bastante bochornosos hacia el, que gustoso los había recibido y les había sonreído y, la cuarta, que iba con su novio, lo único que había podido hacer era guiñarle un ojo.
Hacia esto, la pelinaranja solo se había sentido incómoda, con ella había pretendido ser un caballero —después de haberle pegado con la piedra—, cosa que no le resultó, y ahora se había dado a conocer que era todo lo contrario, no dudaba que había usado esa misma técnica con otras chicas para engatusarlas.
Cuando llegaron a la tienda, Nami buscó sopas instantáneas, refresco y bebidas alcohólicas, una buena noche no le hacía daño a nadie, además, luego de una semana tan ajetreada como esa, se lo merecía; cuando se preocupaba, —que era raro—,tendía a hacer uso de un vicio que casi nadie conocía: fumar. A Nojiko no le agradaba la idea pero se aguantaba, incluso la propia Nami llegaba a pensar en dejarlo, pero su fuerza de voluntad era muy débil, y a menudo se rendía ante sus deseos.
Agradecía que en Tokio hubiera una tienda muy cerca de su casa, pues en su antiguo hogar, llegar a la más cercana le tomaba cuarenta minutos.
—Oye Luffy, ¿qué edad tienes?—preguntó acercándose a él con los productos.
—Dieciocho.—respondió con simpleza mirando curioso lo que había agarrado.
—Paga esto por mi, ¿quieres?—dijo Nami haciendo un puchero.
—¿Eres menor de edad?—el azabache la miró divertido colocando una mano en su cintura.
—Tengo diecisiete, usualmente mi hermana me compra el alcohol, pero no vengo con ella.
Luffy la miró dudoso, probablemente le ganara por meses, ¡pero era menor!, aunque viendo el puchero que le estaba haciendo no le quedó otra más que aceptar; así cuando llegaron a pagar, Nami le entregó el dinero a Luffy y se encargó de regatear con el vendedor, que hizo lo que ella quiso.
La dejó en la puerta de su hogar y se despidió de esta, entrando a su morada que estaba a la par de la casa de la pelinaranja. Nami agradeció que su vecino no mintiera.
—¡Oh! Veo que ya regresaste Nami.—dijo sonriente Nojiko.
—Si, me topé con un chico—. Murmuró examinando su sala, encontrándose con una pelinegra de ojos azules—¿Quién es ella?
—Es Nico Robin, nuestra vecina— dijo sonriente su hermana mayor.
La pelinegra se inclinó ante Nami, que le devolvió el gesto, aunque no entendía porque tanta educación.
—Soy Nami, un gusto.
—El gusto es mío.—Dijo sonriendo la chica con timidez.N/A:
Olis, pues esta es una nueva historia que llevo demasiado planteándome, no sabía si subirla o no, pues es muy fácil que deje mis historias a medias, ojalá y este no sea el caso. :)
