Capítulo 2

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Capítulo 2:

"LA DAMISELA EN APUROS"

La espada brillaba. Estaba nueva, recientemente hecha y lista para el joven príncipe.

Fue llevada desde la herrería al castillo, a cargo de un guardia real. Una vez que la dejaron en las manos del príncipe, este dijo sólo unas palabras:

—No entiendo porque necesito otra espada, madre.

Gilbert miró a su madre con confusión mientras daba miradas de reojo a la espada, receloso.

—Gilbert, esa espada vieja que tienes ya no sirve de nada —contestó la reina.

No podía ser más diferente a su hijo. Unos grandes ojos verdes. Cabello rubio, largo, más largo que su vestido. Facciones que parecían ser de marfil. Y una mirada gélida. Fría.

—Era de mi padre —replicó el muchacho, dejando la espada en su funda—, y antes de ser de papá, era de mi abuelo.

La reina suspiró desde su gran trono, mirando a su hijo con cansancio.

—Puedes guardar la espada familiar, pero quiero que salgas con esta espada. Es mas útil que ese vejestorio. —Hizo una señal al guardia para que se llevara la espada y luego sonrió fríamente al chico—. Recuerda que en dos meses llegará la princesa de Francia. Espero que te comportes, ya que si todo sale bien, tu compromiso con ella estará más que asegurado.

—Madre, sabes lo que opino con respecto a los matrimonios por conveniencia —masculló Gilbert, desviando la mirada a la ventana.

Había un pajarito en la copa de un árbol, mirando fijamente.

—Entonces enamórate de ella y te casarás por amor. Puedes retirarte.

Gilbert hizo una pequeña reverencia y salió de la sala del trono, no sin antes volver a mirar por la ventana en dirección al árbol en donde estaba el pajarito.

Ya no estaba.

El chico caminó por el gran castillo, con la mirada baja. Sabía perfectamente que era lo que su madre pensaba de él.

Que era un bueno para nada, a pesar de que estuviera mejor educado que otros nobles y tuviera aptitudes guerreras mucho mejor que la gran mayoría.

El caso era que la reina quería a un hijo igual a ella. Frío, calculador y guerrero más que alguna otra cosa.

Y él, muy a diferencia de lo que quería ella, estaba feliz haciendo nuevos descubrimientos sobre plantas medicinales.

Suspiró, larga y detenidamente, para luego avanzar hacia la aldea cercana al castillo. No tenía muchas ganas de estar ahí dentro y tener que soportar como su madre lo miraba de esa forma.

—¡Majestad! —Gilbert giró su cabeza para ver quién era. Se encontró con la mirada color chocolate del aprendiz—. ¿Puedo acompañarlo?

Ah, Abid siempre quería acompañar al príncipe.

—¿Incluso si voy nuevamente al bosque?

El morocho se detuvo unos pasos, casi temeroso, pero asintió, convencido. Para su alegría, Gilbert negó con su cabeza y sonrió.

—Tranquilo, iremos a la aldea —le aseguró. Pronto caminaron juntos—. Veré si encuentro al duque de Aberdeen en una de sus tantas jugarretas con damiselas en peligro.

Exactamente eso era lo que estaba pasando cuando llegaron al centro de la aldea, en donde había una fuente de agua de diez metros de altura.

Jerry, el duque de Aberdeen, tenía a una pobre chica en sus manos, que sollozaba sin control alguno mientras un hombre la miraba con enfado.

El Bosque (Anne x Gilbert) PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora