9.

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-Toc, toc.

-¿Quién es?

-Los Stoll.

-Los Stoll, ¿qué?

-Los Stoll que vienen a robar tu comida.

-¡Largo!

Travis' pov:

¿Alguna vez os habéis preguntado cómo suena la voz del diablo?

Yo sí lo sé. Al fin y al cabo, he escuchado a Katie Gardner hablar:

— Por Hefesto, Ares y la Hera que los parió, ¿qué narices hacéis en mi cabaña?

Connor abrió mucho los ojos y casi se atraganta con las galletas. Debió toser y escupir para librarse de morir ahogado.

Me di la vuelta para enfrentar a una Gardner desastrosa. Sus ropas estaban rotas, su cara herida y... ¿eso era sangre?

— ¿Qué te ha pasado? — fruncí el ceño.

— ¿Qué te importa, Stoll? — Katie Gardner se abrazó a sí misma. — Esto no es nada comparado a lo que te va a pasar a ti como no dejes de comer mi mantequilla de cacahuete.

"Ah, bueno. Si tiene fuerzas para ser una borde, tampoco está tan mal".

Le echó un vistazo despectivo al tarro que sostenía en mis manos. Y yo metí en mi boca una cucharada enorme de mantequilla de cacahuete. Para fastidiar.

— Gardner, esta mierda está malísima — me quejé, tragando con dificultad. — ¿Por qué tu cabaña no tiene mantequilla de cacahuete normal?

— Para tu información, es una marca especial: sin calorías, sin aceites artificiales, y sin productos que hayan herido a los animales en el proceso.

— Me han herido a mí. Sabe a rayos.

— ¡Nadie te obliga a comerla! — ella abrió mucho los ojos, exasperada.

Engullí otra cucharada y contuve una arcada. Si le chupara una pezuña a Quirón, no notaría la diferencia.

— ¡Eh, Katie! — la llamó Connor desde detrás. — ¿Os queda leche para acompañar a esto?

Mi hermano sacudió la caja de galletas que habíamos encontrado junto a la mantequilla de cacahuete, en uno de los cajones de la cabaña 4.

Katie Gardner puso los brazos en jarras. Me alegré de que no tuviese ningún cuchillo a mano.

— No. Y ahí te va una idea: ¡consigue tu propia comida!

Me interpuse entre ella y mi hermano, haciendo que volviera a mirarme a mí.

— Aquí va una idea mejor — la señalé con la cuchara de la mantequilla :— compra leche para que nosotros podamos robarla. Dioses, Gardner, ¿es que nadie te ha enseñado modales?

¡Effo, Gardner!— exclamó Connor, hablando sin dejar de comer: — Ereff una maleducaffa.

Gardner soltó un chillido y dio un pisotón en el suelo. Me reí, y recibí un puñetazo en el hombro por ello.

— La culpa es mía — masculló la chica, revolviendo su cabello. — Debí saber que seríais incapaces de dejar mi cabaña tranquila, y más cuando nosotras estábamos fuera.

De flores y bromas pesadas (#TRATIE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora