Capítulo 15

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Me quedé mirando la puerta varios minutos después de que Bruna se fuera. Mi desprecio hacia ella aumentaba a cada segundo, pero una parte de mí la comprendía. Ric era la única familia que le quedaba, y era lógico que no quisiera perderlo; lo mismo sucedía con la yerbatera, que como ella misma dijo, significó todo para su esposo y su hijo.

Por lo que decidí que no le diría nada a Ric sobre la conversación con su abuela, ya que no quería generar un conflicto aún mayor entre los dos. Pero eso no significaba que la perdonara por todas las cosas tan desagradables que dijo. De repente, aquella manera de "amar" de Bruna me recordó a Lili, la madre de Blanca; quien al igual que ella, se aferraba a una autoridad inexistente para no perder el control sobre su familia. Sin darse cuenta de que esa actitud los alejaba.

Me dirigí a la ventana cuando oí el sonido de un motor. Vi al comisario discutir de manera acalorada con la abuela de Ric mientras se subía al automóvil; minutos después Martha le alcanzaba al hombre su sombrero, y el vehículo se puso en marcha.

Cuando me dí cuenta de que ya no volverían suspiré aliviada, di media vuelta para ir a buscar a Juana, porque quería que arreglaramos las cosas entre nosotras antes de que me fuera al día siguiente.

En el pasillo me encontré con Martha, quien iba a la sala con intención de recoger la bandeja del té.

—La señora bruna ya se fue —me dijo apenas me vió.

—Si, la vi. Parecía muy enojada. —Ella se rió.

—Hasta creí que iba a dejar abandonado al comisario Montero. Le dijo que si no se subía ya, que fuera caminando. Estaba tan enojado que casi se olvida su sombrero.

—Si, lo vi por la ventana. ¿Por las dudas sabés dónde está Juana? —dije con rapidez antes de que Martha quisiera continuar aquella conversación, y la verdad era que estaba cansada de hablar Bruna.

—Sí señora —dijo ella comprendiendo mi malestar— está en el cuarto de juegos. —Le agradecí la información y me dirigí hacia el final del pasillo de la planta baja, donde estaba ubicado dicha habitación.

Recordé cómo varios días después de la boda, Blanca le insistió a Ric tener un lugar de entretenimiento, donde pudieran leer, tocar el piano y jugar juegos de mesa. Al principio él no estaba del todo convencido, pero tras darse cuenta de que ella no estaba a gusto pasando mucho tiempo sola, ya que yo me encargaba de Juana y Ric estaba casi todo el día fuera debido al trabajo; él aceptó acondicionar un cuarto de la planta baja, que solía usarse para costuras y manualidades, para que sea el cuarto de juegos.

Blanca convirtió en su proyecto personal la adecuación de ese espacio, y no escatimó en gastos. Mandó a traer de Buenos Aires un piano, cientos de libros de todas las temáticas, varios juegos de mesas, un tocadiscos con varios discos de moda y muchos juguetes para Juana. Sin duda tenía la intención de que la pequeña tuviera las mismas comodidades que ella disfrutó de niña.

Poco a poco se hizo costumbre que todas las tardes, antes y después de cenar, pasáramos el tiempo en el cuarto de juegos, yo solía leer mientras Blanca tocaba el piano y Ric ojeaba el periódico del día. Parecíamos una de esas familias de los catálogos de electrodomésticos. Fueron buenos tiempos, pero pasó muy rápido.

Abrí la puerta sin tocar y entré, Juana estaba en el piso peinando una de sus muñecas de porcelana. Alzó la cabeza para mirar quien había entrado, y al ver que se trataba de mí, continuó con lo que estaba haciendo. Su actitud no me alteró, sabía que había heredado el carácter rencoroso de su madre, cosa que rogaba que no se manifestara de la manera tan explosiva como lo había hecho en Blanca.

Me acomodé en uno de los sillones y me dediqué a observarla en silencio. Ella miraba de vez en cuando con disimulo en mi dirección, para comprobar si seguía mirándola.

Por el azul de tus ojos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora