Capítulo 2: La niña en la cabaña

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Ric:

Cada paso que daba era aún peor que el anterior, pero de alguna manera lograba poner un pie después del otro. A mi alrededor todo era silencio, puse mi mano sobre la herida de mi costado y suspiré de alivio al notar que al menos ya no sangraba, seguramente iban a tener que coserme, pero por ahora me daba cierta libertad de movimiento. Solo podía pensar en Juana. Solo quería pensar en Juana, me obligaba a mí mismo a hacerla mi prioridad y cada vez que mis pensamientos se iban hacia lo que pasó en la casa, me recordaba que ella estaba perdida en alguna parte de esta inmensidad verde.

Era una niña lista y estaba seguro de que había encontrado un buen lugar para esconderse, el problema era saber dónde. Recordé la última vez que la traje a recorrer el yerbal, le conté la historia de mis padres y mis abuelos que llegaron desde Alemania a estas tierras a principios del 1900, y construyeron, de la nada, un pequeño rancho donde vivían hacinados quince personas, sin duda fue un duro comienzo. Y como me pareció que estaba muy interesada en mi narración, decidí llevarla a conocerlo. Pensé que lo mejor era comenzar por allí y rogar al cielo que no estuviera equivocado.

Aceleré mis pasos todo lo que pude, ignorando las punzadas de dolor que aparecían en diferentes partes de mi cuerpo. Y tras lo que me pareció una eternidad, al fin divisé aquel rancho destartalado, arruinado por años de abandono. Ya poco quedaba del refugio que mis antepasados levantaron al llegar a esta tierra extraña y hostil.

La lluvia había disminuido su intensidad, cosa que agradecí internamente. Cuando estuve lo suficientemente cerca noté que la puerta estaba abierta, y comencé a rezar pidiéndole a Dios que estuviera allí.

—¡Juana! —dije levantando un poco la voz para que pudiera oírme por encima del ruido de la lluvia— vine a buscarte para ir a casa; ya pasó todo, nadie está enojado. Lo arreglaremos. Confía en mí —agudice el oído cuando percibí el sonido de madera moviéndose—; hablame por favor. Vamos Juana, ya sé que podés. Vamos a casa.

—¿Ric? —dijo con su vocecita débil. Se notaba que había estado llorando.

—Sí pequeña, aquí estoy —noté en la semi penumbra que se movían algunas tablas del suelo, "niña lista" pensé, recordó que le hablé de la antigua bodega de alimentos y se escondió allí— ya estás a salvo, aquí estoy, vine por ti.

—Me caí en un pozo en el camino y se me dobló el pie, me duele mucho.

—No te preocupes yo te cargo. —le ayudé a salir de donde estaba y la abracé.

—Perdon, perdon —no dejaba de repetir entre sollozos—. No quise... pero iba...

—Shhhh, lo sé. Y nadie te está culpando de nada. No pienses más en eso, yo también estoy herido ¿Ves? —le mostré la herida que tenía y ella me miró con horror— Me salvaste, y eso es lo que importa. Pero tenemos que volver, tu mamá está todavía allí. —asintió.

No estaba muy seguro de si mis fuerzas soportarían cargarla hasta la casa, pero debía intentarlo, la lluvia podía comenzar de nuevo de un momento a otro y Juana estaba ya mojada y fría por haber estado a la intemperie durante bastante tiempo. Salimos al exterior y la tomé en mis brazos y de inmediato una punzada de dolor atravesó el lado derecho de mi cuerpo, apreté la mandíbula y seguí andando sin detenerme.

No sabía qué parte de mi cuerpo se quejaba más, si mis brazos, debido al peso de la niña; mi costado, por la herida que estaba abriéndose otra vez; o mi cabeza. Avanzamos lento, pero lo hicimos. Cada paso me demandaba un gran esfuerzo, pero me empujaba la necesidad de poner a la pequeña a salvo. En aquel momento agradecí a mi padre por hacerme trabajar hasta desfallecer, de lo contrario no tendría las herramientas mentales para seguir aguantando aquella marcha, y de seguro habría caído mucho antes.

Caminé por lo que me parecieron horas hasta que mi cuerpo se negó a continuar, para agravar la situación la lluvia comenzó a caer con mayor intensidad, así que con mis últimas fuerzas me arrastré hasta debajo de un gran árbol; puse en forma delicada a Juana con la espalda en el tronco y me desplomé a su lado.

—¿Estás sangrando? —me preguntó con tono preocupado. Me percaté que hablaba lento, como pensando bien cada palabra, consecuencia de no haber hablado por bastante tiempo

—No es nada pequeña, apenas un rasguño. —respondí con una sonrisa despreocupada para no asustarla más de lo que estaba.

Miré al cielo y deduje que serían alrededor de las cinco, pronto anochecerá. "Vida espero que hayas encontrado a Otto", no dudé en ningún momento de ella, sabía que no fallaría.

—¿Qué estás pensando?

—Pienso que la ayuda está por llegar. Vida se fue a casa de los Keller, Otto es un hombre inteligente y nos encontrará.

—Pero ¿Cómo va a saber dónde estamos?

—No sé, solo tengo fe.

Una nueva punzada de dolor me hizo soltar un gemido.

—Vi cuando lo hizo. Estaba mirando por la ventana y la vi. Estaba loca ¿cierto? Mamá. —no supe qué contestar, no era justo que hablara mal de alguien que ya no podía defenderse, pero tampoco quería mentirle. Además ella había estado en la casa y vio lo que Blanca era capaz de hacer.

—¿Ella está bien? —dijo a punto de llorar.

—No, ella... la herida...

—Entiendo—bajó la cabeza para ocultar sus pensamientos, no parecía una niña de seis años, su mirada mostraba una madurez impropia para su tierna edad. "Pobre", pensé.

— ¿Qué va a pasar conmigo? —dijo sollozando, la abracé y acaricié su espalda para calmarla.

—Cuando me casé con tu mamá te prometí que serías como mi hija y pienso cumplir mi palabra. Somos familia ahora. —al escucharlo me observó con sus inmensos ojos marrones.

—¿Y la tía Vida? ¿Qué pasará con ella? ¿Dejarás que se quede?

No supe qué decir así que guardé silencio. Vida era un misterio para mí, y a la vez un libro abierto. Quería que se quedara con nosotros, pero no estaba seguro de que quisiera hacerlo después de lo que pasó. Blanca me lastimó físicamente pero a ella... bueno con ella fue mucho más cruel.

—No sé qué pasará con tu tía Vida. Si se queda o no, esa es su decisión, no la nuestra.

—Estoy segura de que se quedará si se lo pides.

—Shhhhh...... —no quise seguir escuchándola. Me horrorizó la poca tristeza que mostraba ante la pérdida de su madre. "Qué le hiciste a tu hija para que te odiara" pensé.

Escuché voces llamándonos a la distancia; le indiqué a Juana que se ocultara detrás del árbol hasta estar seguros de que se trataba de los hombres de Otto.

—¿Ric? ¡Gracias a Dios! —reconocí a Karl Grumber, el capataz de los Keller que se acercaba hasta donde me encontraba— llevamos buscándolos bastante tiempo. Recorrimos gran parte del campo y dejamos esta zona para el final.

Por suerte no estaba solo y segundos después dos hombres, que vinieron tras ser alertados por Grumber, me apoyaban en sus hombros para ayudarme a caminar, les indiqué donde estaba Juana y Karl se encargó de ella.

En el camino me puso al tanto de todo, de cómo Vida se presentó gritando pidiendo ayuda; cómo Otto llegó a mi casa y encontró a metros de la entrada a Blanca. De cómo fueron a buscar al Doctor Varela, al Juez y organizaron una partida de búsqueda, y que después de buscarnos por más de tres horas se les ocurrió venir hasta el viejo rancho.

A medida que la casa iba siendo visible los recuerdos vivaces se manifestaban. Incluso me parecía escuchar los gritos de Blanca como ecos en mi mente. Ya no podía escapar, era hora de enfrentar las consecuencias, fuesen cuales fueran.


Por el azul de tus ojos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora