Vida:
Recostada en la cama ,en posición fetal, me aferré más que nunca al collar de mi madre, como hacía cada vez que estaba mal, me hacía tanta falta; y es que ella también lo había dado todo por el amor de un hombre que no podía ser suyo.
Nací a finales de 1910, el año del centenario. Mi padre, Alberto Cáceres, era contador en una empresa importadora de maquinaria agrícola. A los treinta, convenientemente, se dio cuenta de que estaba muy enamorado de la hija de su jefe, y tras perseguirla por meses ésta aceptó casarse con él, empujada, más por abandonar la casa familiar, que por amor.
Pocos meses pasaron para que comprendieran lo distintos que eran y lo poco que se soportaban, así que, imitando el estilo de la clase alta, vivieron vidas separadas mientras hacían la vista gorda; siempre y cuando el buen nombre de la familia no se viera afectado con ningún escándalo.
Era aquel un año de festejos y al verse libre de su padre, la señora Cáceres, Lili para sus amigos, mandó a confeccionar decenas de nuevos vestidos para todas las ocasiones, pensando en disfrutar su nueva posición de mujer casada respetable. Mi padre se alarmó, al principio, por los gastos de su mujer, pero ella supo disuadirlo afirmando que si querían destacar en la alta sociedad debían verse como tal, lógica que él aceptó. Mandó llamar entonces a una de las costureras más populares de la ciudad, quien vino acompañada de su hija que la ayudaba en su labor.
La primera vez que se vieron mis padres, fue en una de las pruebas de vestuario, él volvió temprano del trabajo y vio a una jovencita en su jardín oliendo las flores. Ella estaba vestida de amarillo y para mi padre fue como ver el sol. Se acercó y le preguntó cómo se llamaba, a lo que ella respondió: "Alma". Siguieron hablando un buen rato acerca de las flores y el clima, y mi padre quedó cautivado por esa muchacha alegre y vivaz, con unos hermosos ojos avellana, muy distinta de su esposa siempre fría y distante, al menos con él.
Sin importarle la diferencia de edad entre ambos, ya que mi padre era casi quince años mayor, comenzó él a esperar las veces en las que vendría mi abuela para tomar medidas o hacer arreglos a la ropa de su esposa. Escuchaba muy atento cada mañana a Lili, quien le informaba de los planes que tenía para el día, esperando poder ver a la joven Alma, aunque se aseguraba de parecer indiferente, era sospechoso que cada vez que venía la modista salía temprano del trabajo o directamente no iba.
Los días que Lili le informaba que vendrían, esperaba con paciencia a que se tomaran las medidas, espiando desde su estudio, a que Alma, quien ayudaba en las tareas a su madre, estuviera a solas para poder hablar con ella. En un comienzo eran saludos y conversaciones banales, inocentes, por lo general en el jardín. Ninguno se animaba a dar un paso más allá. Pero los dos estaban seguros de la atracción que ejercía en el otro.
Esas visitas al jardín eran breves pero mi madre las atesoraba, con la esperanza de ver al señor de la casa. A sus escasos veinte años, aquello le sabía a aventura, una que podría llegar a ser placentera, aunque pronto se terminó enamorando de aquel hombre que la miraba con dulzura y le hablaba como si fuera una adulta, a diferencia de sus padres que aun la veían como una niña.
Pronto comenzaron las notas y encuentros secretos, primero con decoro, encontrándose de "casualidad" en algún parque cercano o en el mercado. Pero como era de esperar aquello no fue suficiente, sus corazones y sus cuerpos les pedían más, estar separados era insoportable; por lo que mi padre alquiló una casa pequeña en un barrio tranquilo y de buena reputación donde instaló a mi madre de manera oficial.
Mis abuelos, como era de esperarse, le dieron la espalda. Ahora viéndolo en retrospectiva debió ser un duro golpe que su hija decidiera dejarlo todo para ser la amante de un hombre casado, justo cuando estaba ganando experiencia como costurera y teniendo una discreta reputación.
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Por el azul de tus ojos
RomanceSiempre busqué la felicidad, pero de alguna forma ésta siempre se empeñó en esquivarme. Prometí acompañar a mi hermana de por vida, siempre como testigo, nunca como protagonista. Pero nunca me queje de mi suerte, hasta que lo conocí... Sabía que no...