Capítulo 12

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—Mierda, maldita porquería.

Comencé a golpear el viejo tractor que estaba tratando de arreglar con la llave inglesa, pero por más que intenté no pude sacar el maldito tornillo y me puse a reír de lo absurdo de la escena, con mi mano ocultando mi rostro.

—¿Te ayudo?

Su voz hizo que se me cortara el aliento y no pude articular sonido por varios segundos, giré mi cabeza hacia la puerta y allí estaba, parada en la entrada con el cabello alborotado por el viento que se colaba. Me puse de pie lentamente porque me pareció que si parpadeaba desaparecería. Corté la distancia que nos separaba y cuando abrió la boca para decir algo la tomé en mis brazos y la besé, intuyendo que esa sería la última vez. Intentó deshacer el beso pero no la solté, no podía, no quería. La atrapé contra la pared para que no pudiera moverse y después de unos segundos dejó de luchar, sus brazos dejaron de apartarme y me tomaron por el cuello de la camisa atrayéndome más hacia ella. Era un beso desesperado, urgente. A la mierda las consecuencias, en ese momento no importaba el resto del mundo, no importaba la realidad, solo nosotros y esa fantasía.

Mis labios bajaron hacia su cuello y ella hundió sus dedos en mi cabello soltando un leve gemido, mis manos estaban torpes e intentaba tocarla con algo de desesperación. Mi cabeza no funcionaba con lógica, era solo instintos; bajé mi mano hasta el borde de su vestido e intenté subir pero de pronto ella se tensó e intentó apartarme.

—No, no es el momento. ¡Basta! —me costó alejarme de ella porque todavía estaba exitado, pero obedecí hasta llegar al otro lado del galpón.

—¿Qué hacés acá? Pensé que ibas a pasar todo el día encerrada. Al menos eso me dijo mi abuela —me senté nuevamente junto al tractor y continué con lo que estaba haciendo, aunque lo hacía sin prestar atención.

—No podía seguir escondiéndome, quería verte.

—Acá estoy, vos dirás.

—Voy a irme.

Dejé de trabajar y la miré, estaba al borde de sus fuerzas, igual que yo. Fueron días intensos y no pude culparla por intentar huir, ya que si pudiera yo también me iría. Hice un gesto para que se sentara junto a mí en el cajón de madera que me servía de banco, y ella aceptó pero se sentó lo más alejada que pudo.

—Por fin te decidiste a arreglarlo.

—Ya era tiempo, no podía alargarlo más. Además me ayuda a pensar.

—Si, lo sé. Me lo dijiste aquella vez que fuimos al secadero y te pusiste a trabajar a la par de los peones. Me acuerdo que Juana y yo mirábamos todo sin saber cómo salir de ahí sin parecer groseras. —sin proponérmelo sonreí al recordar aquel día.

—Me acuerdo, les prometí llevarlas a ver el arroyo y la cascada y terminamos envolviendo hojas de yerba en los atados, era la primera vez que veía que Juana se reía de esa manera. Y los hombres las miraban incómodos, a las "señoritas de la ciudad" ensuciando sus lindos vestidos. Todo un espectáculo.

—Si, me acuerdo. —reímos nostálgicos.

—Y ¿Qué tal estás? digo considerando toda esta mierda...

—Bien, supongo.

—¿Cuándo te vas?

—En una semana, iba a esperar a que Juana estuviera mejor pero creo que nunca va a estar bien del todo, así que no veo razón para no irme ahora.

—Quédate con nosotros... conmigo.

—¿Y hacer qué exactamente, fingir que no pasó nada? ¿Vivir como una familia felíz?

Por el azul de tus ojos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora