—No puedo creer que tuvieras la desfachatez de traer a esa... esa... basura a esta casa.
—¿Qué se supone que iba a hacer, dejarla tirada?
—Si, o en un asilo, que sé yo, ya le pagabas una casa como a la puta de su madre.
—Cuidado Lilian no me provoques o sino...
—¿Qué? intentalo y vas a ver cómo la sociedad te condena, sin mi familia no sos nada, y menos ahora que te postulaste a vicepresidente de la Sociedad Rural. Martínez de Hoz estará fascinado con la historia.
—Ni se te ocurra amenazarme ¿Crees que tu familia moverá un dedo en mi contra? Tus padres tienen comida gracias a mí, y vos también. Ella se queda.
—Bien, pero ni pienses que la voy a criar como a mi hija, es más que ni se acerque a ella.
—No cuidás ni a tu hija y me venis a con eso. No seas hipócrita.
—Y que no se me acerque porque... no respondo.
Los gritos retumbaban por toda la casa y parecía como que temblaba. Yo estaba quieta, sentada en el pequeño taburete junto a la entrada aún agarrando mi maleta, por si debía salir huyendo. No comprendí jamás lo que me detuvo de escaparme de allí aquel día, pero estoy segura que no fue por temor a estar sola en la calle. Las criadas pasaban y me observaban a veces sin disimulo, debía de ser un espectáculo tener a la hija de la amante del señor sentada en el vestíbulo, pero yo no les daba importancia, me limitaba a estar sentada y callada donde me dijeron.
—Es mi hija también y quiero que conozca a su hermana...
—Ni en sueños Blanca tendrá contacto con esa...
Minutos después las voces cesaron y mi padre apareció de nuevo acompañado de una mujer, me la presentó como Giovanna y me pidió que la acompañara; tenía un rostro sereno pero sin indicios de que riera mucho.
Pasamos rápidamente por un largo pasillo rumbo a la cocina y continuamos por una puerta que pensé que se trataba del armario, pero que llevaba a las habitaciones de los criados. Era un pasillo estrecho con puertas a ambos lados. Entramos a la habitación del final del corredor que era tan pequeña que únicamente cabía una cama, una mesa de noche con su lámpara, una cajonera y junto a ella una silla. La única ventana daba a un muro de ladrillo detrás de la casa, la vista era deprimente pero al menos tendría luz natural.
—Acá vas a dormir, es algo pequeña pero está limpia.
—Gracias —no sabía qué más decir y ella tampoco parecía interesada en interactuar conmigo.
—Eso es todo, me voy para que te acomodes, descansa. La cena es a las nueve, todavía espero instrucciones de qué hacer con vos así que quédate acá y no salgas. La señora lo prohibió. —y sin decir nada más se fue.
Acomodé mis escasas pertenencias en la cajonera y al finalizar me recosté en la cama mirando al techo. Lágrimas silenciosas surcaron mis mejillas y ni siquiera intenté secarlas. Me sentía sucia.
Crecí escuchando las historias que mi madre y doña Gracia me contaban sobre el señor Cáceres, de las maldades de su esposa Lilian y lo rancio del mundo al que pertenecían, pero ahí estaba yo durmiendo bajo su techo. Me sentí culpable por no rebelarme cuando el cura me dio la noticia de que mi padre había aceptado que viviera con él, debí tomar algo de comida y escaparme de la casa parroquial, pero tuve miedo.
Conocía el mundo a través del periódico que doña Gracia me permitía leer, y estaba lleno de asesinatos, robos y otras bajezas imposible de pronunciar en voz alta. No me costó mucho imaginar lo que le pasaría a una niña de nueve años allí afuera. Con todo eso en mente, la perspectiva de vivir con mi progenitor no fue tan mala, al menos al principio.
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Por el azul de tus ojos
RomanceSiempre busqué la felicidad, pero de alguna forma ésta siempre se empeñó en esquivarme. Prometí acompañar a mi hermana de por vida, siempre como testigo, nunca como protagonista. Pero nunca me queje de mi suerte, hasta que lo conocí... Sabía que no...