Capítulo 13. Roles

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Al día siguiente, me levanté de la cama antes que él y evité cualquier contacto. Al principio se mostró confuso, preguntándome con esos ojos qué pasaba, y al final, ante mi silencio, se enfadó y se fue así a llevar a Alejandro al cumpleaños. Pero cuando regresó y me vio vestida de enfermera sexy, su semblante rebosó de deseo.

―Sígame, por favor ―dije, subiendo las escaleras.

Volvió a mirarme de arriba abajo antes de moverse. Entramos en su cuarto, eché el cerrojo, y él se quedó quieto y callado mientras yo iba a por su supuesto expediente y lo revisaba.

―Según pone aquí, ha estado sufriendo molestias en el vientre. No está muy claro cuál es la causa. Voy a hacerle unas pruebas. Por favor, desvístase de cintura para abajo.

Se quitó la ropa despacio, como si le diera vergüenza, y yo puse una cara de asombro que le llenó de orgullo.

―Tiéndase bocarriba, por favor. Y súbase la camisa.

Palpé con cuidado toda la zona de su abdomen, procurando acercarme lo justo a su ingle.

―Bien, ahora dese la vuelta y póngase de rodillas.

Obedeció y se expuso todo lo posible.

―Vamos a revisar el interior. Puede que sea un poco molesto, pero no tardaré mucho.

Me coloqué guantes de plástico y eché crema en su acceso. Metí el dedo índice poco a poco y lo moví como buscando algo, y entonces el miembro se le endureció.

―Tranquilo, es normal. No se preocupe.

Introduje otro dedo y me centré en la zona inferior, detrás de sus testículos. Él gruñó y hundió la cara en la almohada.

―Vale, voy a tener que inspeccionarlo ocularmente. Quédese así.

Me acerqué al escritorio, donde había dejado todo lo que pretendía usar, y cogí lo que me habían dado en la farmacia para practicar un enema. Fui al cuarto de baño a llenarlo de agua templada, y cuando él lo vio, se mostró sorprendido y volvió a esconder la cara.

―Esto es para lavar su recto ―aclaré―. Es necesario que esté limpio para poder verlo bien.

Le introduje el líquido mientras él gruñía contra la sábana. Pronto aprecié que el vientre se le hinchaba un poco.

―Tiene que retenerlo un rato ―dije, dejando el artilugio sobre el escritorio y cogiendo una sonda―. Mientras esperamos, revisaré sus genitales. El problema también puede estar ahí.

Le coloqué varios cojines de almohada para que tuviera la espalda más recta y puse entre sus piernas un pequeño barreño de plástico. Me moría por apretar y meter cosas, pero en esos momentos debía ceñirme a mi papel para no fastidiar el juego. Revisé su entrepierna antes de embadurnar la sonda de crema.

―Esto puede doler un poco ―advertí, tanteando su uretra. En cuanto introduje la sonda, se quejó y se le escapó algo de agua―. Tranquilo. Tiene que aguantar un poco más.

―¿Mucho más?

―No.

Empujé la sonda muy despacio y solo unos centímetros. Luego le coloqué electrodos en los testículos y en las nalgas, y al encenderlos, se le escapó más líquido.

―No puedo ―murmuró.

―Un poco más. Estoy midiendo cómo responde. Tranquilo, lo está haciendo muy bien.

Me quedé mirándole mientras él gruñía y a punto estuve de quitarme un guante y meterme la mano en las bragas, así que le di permiso para vaciarse por fin. Le limpié con un pañuelo y quité el barreño antes de introducirle un dilatador de silicona, que fui inflando poco a poco. En cuanto estuvo lo bastante abierto, le coloqué un dilatador de acero y revisé su carne con una linterna.

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