Capítulo 10. La zorra de mi profe

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Utilizar los pechos no era tan sencillo como me había parecido, a pesar de que no los tenía precisamente pequeños, pero conseguí mi propósito. Luego él me metió juguetes por todos lados durante casi una hora, y los dos nos quedamos dormidos acurrucados el uno en el otro. Me despertó el sonido de una alarma de coche.

Samuel sacó del armario un bate de beisbol que yo no sabía ni que tenía. Le supliqué que no fuera a ninguna parte, pero él me ordenó que no saliera de allí y cerró la puerta. Esperé sentada en la cama, con el corazón desbocado y enredado en miedo, y en cuanto reapareció fui corriendo a estrecharle entre mis brazos.

―Tranquila, todo está bien.

―¿Qué ha pasado?

―Nada que deba preocuparte.

―Samuel ―me quejé.

―Vuelve a la cama. Tengo que hacer una llamada.

Cogió su móvil y se marchó ignorando mis protestas, pero esta vez le seguí. Oí su voz en el salón y entendí que hablaba con la policía. Luego hizo otra llamada.

―Hay un chico que está acosando a mi hija, y acaba de venir hasta mi casa a destrozar el coche. ―Hizo una pausa―. Sí, acabo de hacerlo. ―Otra pausa―. Bien. Te lo envío enseguida.

Se hizo un silencio solo interrumpido por mis latidos. Sin darme apenas cuenta había bajado todas las escaleras, y él me vio en cuanto se dio la vuelta.

―Paula, ¿qué te he dicho?

―¿A quién has llamado?

Me agarró del cuello y me aseguró que no tenía nada de qué preocuparme.

―¿No vas a hacerle daño, verdad?

―¿Crees que hablaba con un matón o algo así? Si alguien le golpea, seré yo mismo.

―¿Entonces?

―Un juez, Paula. Se va a encargar de que tenga un buen escarmiento.

Le abracé, y no quise soltarle hasta que llegó la policía. Él me ordenó que fuese a mi cuarto, pero me senté en la cima de las escaleras. Le repitió a la policía lo que había dicho por teléfono y le mostró las imágenes de la cámara de seguridad que vigilaba el coche. En cuanto se quedó solo, bajé de nuevo para abrazarle y besarle.

―¿Tengo que llevarte yo mismo a la habitación?

Asentí con la cabeza y él me cogió en peso. No había pasado tanto miedo desde la noche en la que mis padres tardaban demasiado en regresar, y eso me convenció de mantener mi mentira sobre Javier.

Al día siguiente, todos en el colegio sabían que habían expulsado a un alumno que en esos momentos estaba detenido. La orientadora me citó para hablar sobre lo ocurrido, y no se quedó satisfecha hasta que me vio llorar, pero al menos, me aseguré de que ella confiaba en la capacidad de Samuel para cuidar de mi hermano y de mí.

La profesora de mates había corregido los exámenes, tal y como esperábamos. Se decía que no tenía vida más allá del colegio y que por eso siempre era tan rápida con todo. El mío estaba aprobado, pero me había puesto menos nota que a María y eso no había sucedido nunca. En un principio me dije que me lo merecía por la poca atención que le había prestado, pero de todos modos me pareció injusto y me quedé al terminar la clase. La profesora esbozó una de sus sonrisas ambiguas y solo me dijo que tenía que estudiar más y estar menos pendiente de los chicos.

Revisé el examen una y otra vez y constaté que estaba mal corregido. Al menos le faltaban dos puntos a mi nota. Así que busqué a mi tutora por todos lados, pero ya se había marchado a su casa. Nunca me había pasado nada parecido, por lo que fui a preguntarle al jefe de estudios y me encontré con su adjunta. Ella me dijo que lo mejor era intentar solucionarlo primero con la profesora, y que si no, tenía tres días para presentar una reclamación.

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