Capítulo 1. Mi camisón nuevo

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Me miré en el espejo una vez más antes de bajar a la cocina. Samuel estaba preparando la cena y me recorrió una vez con sus ojos del color de la miel. Como era habitual, no dijo nada en absoluto y siguió con lo que estaba haciendo, pero esta vez me sentí particularmente decepcionada.

―¿Qué hay de cenar? ―pregunté, acercándome a él.

Detuvo el cuchillo un instante y cortó otro trozo de zanahoria antes de contestar:

―Fajitas.

―Mmm... Me encantan.

Vi oscilar su nuez y fui hasta la nevera para poder sonreír en secreto. Cogí la jarra de agua y luego me procuré un vaso, y en todo momento le sentí observarme y no escuché el cuchillo, pero al darme la vuelta, él había regresado a su tarea.

Alejandro llegó corriendo del salón y nos dio un abrazo a cada uno. Samuel le revolvió el cabello negro como el carbón con una mano y le entregó un trocito de zanahoria, pero tuvo que darle también uno de pollo para que lo aceptase. Luego le indicó que me ayudase a poner la mesa.

Como todas las noches, comimos repasando lo que había sucedido en nuestro día. Miré a Samuel casi todo el tiempo, pero él no lo hizo conmigo más de lo habitual. De hecho, parecía incluso rehuirme. Al terminar quise quedarme para limpiar y recoger, pero él me dijo que me fuese a la cama.

―Yo me encargo ―repuso cuando insistí―. Hasta mañana.

Le di un beso en la mejilla, que le dejó paralizado, y le deseé buenas noches antes de marcharme. Esperé en mi cuarto a oír que acostaba a mi hermano y que se metía en su habitación, y entonces, salí al pasillo y me acerqué despacio a la puerta. Con el corazón en la garganta, así el manillar y abrí con rapidez, y lo que vi al otro lado hizo que me palpitase también el sexo.

Samuel se sacó a toda prisa la mano del pantalón.

―¿Qué haces? ―pregunté, cerrando la puerta.

―¿Qué haces tú? ¡Vuelve a tu cuarto!

Me puse un dedo sobre los labios para pedir silencio y avancé hacia la cama. Él me observó con unos ojos que a cada instante se abrían más de la sorpresa. Solo cuando me vio subirme a la cama se movió y pretendió escapar, pero no opuso apenas resistencia cuando tiré de él para que volviese a estar tumbado y me senté a horcajadas en sus caderas.

―¿Qué estás haciendo? ―musitó. Me froté contra la erección que padecía―. Paula...

―¿Te gusta mi camisón? No me has dicho nada.

Volví a frotarme y se le escapó un jadeo. Clavó los ojos en el techo.

―Es nuevo ―insistí, acariciando su pecho con una mano. Alcancé uno de los botones, pero él me detuvo cuando fui a quitarlo y me miró con exigencia, aunque sin decir nada―. Cuando lo vi pensé que te gustaría. ¿No es así?

Me recorrió entera con la mirada y noté cómo mis bragas se mojaban un poco más. Me froté de nuevo y entonces él se fijó en mi entrepierna.

―Paula, tienes que irte. Esto no...

Una vez más me moví, y acto seguido me aparté un poco para poder meter la mano en su pantalón, pero él me agarró de la muñeca justo antes de lograrlo.

―Quieta ―ordenó―. No sigas. Vete a la cama.

―¿Eso es lo que quieres? ―Tiré del camisón para mostrarle mis bragas, que atrajeron su atención enseguida―. Estoy tan húmeda que sería una pena que no quisieras otra cosa.

Me miró como si estuviese loca, aunque apenas un segundo, y miró entonces mis pechos como si quisiera comérselos, así que bajé los tirantes de mi camisón y se los enseñé. Él los taladró con esos ojos tan bonitos, y yo aproveché para zafarme de su agarre y para colarme en su pantalón.

Papa LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora