Capítulo 12. Una oveja entre lobos

3.9K 205 8
                                    

No tardé en captar el interés de uno de los chicos. No era del colegio y quizás no estuviese aún al tanto de lo sucedido con Javier, porque había notado que los chicos me rehuían desde su detención. Se me acercó y al poco me dijo que iba a la universidad, como si así me sedujera, y empezó a tontear mientras yo le seguía el juego solo para distraerme. Entonces, cuando consiguió hacerme reír por una tontería que dijo, se atrevió a acariciarme el brazo.

Opté por dejarlo pasar y le fui prestando cada vez menos atención, hasta que él prefirió a otra persona. Pero, cuando ya nos íbamos a casa, el chico, llamado Roberto, propuso que el viernes por la noche fuésemos todos a una discoteca, y cuando lo dejé en un ya veremos, por presión de mis amigas más que nada, él me pidió mi número. Aunque no insistió cuando me mostré reticente.

―¿Qué haces? ―me reprochó Carmen en cuanto Roberto se alejó―. ¿No te gusta?

―No es mi tipo.

―¿Cómo? ¿Prefieres a un viejo que no te hace caso antes...

―No es viejo, y no os conté eso para que me critiques.

―Vale, tía, perdona. Solo digo que la vida es corta.

Arqueé una ceja y le pregunté si ya se había declarado a Manuel. Ella bajó los ojos.

―Irá el viernes ―dijo María―. Aprovecha entonces.

Cuando me dejaron frente a mi casa, me acerqué al nuevo coche de Samuel y toqué el capó. Estaba caliente. Entré en casa, besé a mi hombre y esperé pacientemente para darle el castigo que se merecía por seguirme. En esta ocasión, le hice ponerse bocarriba y, con su cara entre mis piernas, golpeé su miembro con la fusta hasta que se le puso blando.

Como suponía, no se tomó nada bien que fuese a ir a la discoteca. Tuvimos nuestra primera discusión, como toda una pareja, y al final se fue enfadado a recoger a Alejandro. Pero después de cenar tuvimos un sexo increíblemente íntimo, con el que parecía querer decirme algo. Claro que él no sabía que yo no podía estar más enamorada de lo que ya estaba.

Mi vestido le hizo ordenarme que fuese a cambiarme. Eso no iba a pasar de ningún modo, por mucho que tratase de intimidarme o de seducirme, así que al final solo le quedó amenazar con ir a por mí si me pasaba un solo minuto de la hora establecida.

―Es muy temprano ―me quejé.

―Es la misma hora de siempre.

―¿Te crees que soy cenicienta? A esa hora empieza lo mejor.

―No quiero que bebas, Paula.

―Todo el mundo lo hace, Samuel.

―¿Y a mí qué me importa? No quiero que bebas en una discoteca, de noche y rodeada de tíos.

―Ni que fuera una oveja entre lobos.

Me agarró de los hombros y me exigió prometerle que no perdería mi vaso de vista.

―¿No hablamos ya de esto? No soy estúpida.

―Prométemelo.

―Sí, vale, te lo prometo. Y ahora suelta. Voy a llegar tarde.

―A las doce, Paula ―me advirtió.

―Sí, sí.

Me siguió hasta la puerta y vigiló que me montase en el coche de Anabel.

―¿Por qué no se viene? ―preguntó ella.

―Tiene que cuidar de Alejandro ―contestó María.

Papa LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora