Capítulo 17. Mi rutina

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Asalté a Manuel justo después del desayuno. Él se mostró extrañado, porque nosotros dos no habíamos intercambiado ni una palabra, pero accedió a hablar conmigo a solas.

―¿Te gustan las chicas? ―pregunté sin preámbulos.

La sorpresa cruzó su rostro.

―Ninguna me llama la atención de momento. ¿Por qué?

―Porque le gustas a alguien que conozco.

―¿Carmen?

―¿Lo sabes?

―Bueno, lo sospecho.

―¿Y qué piensas de ella?

Se encogió de hombros, pero supe la respuesta.

―No la conozco demasiado.

―Ya sabes a qué me refiero.

Bajó la mirada. Me estaba pareciendo tan buen chico que lamenté no haberme acercado antes a él para intentar conocerle. Y me hubiera gustado pedirle que pasase un rato conmigo y con mis amigas, pero eso le habría hecho daño a Carmen.

―¿Eres gay?

―No lo sé. Quizá algún día me guste una chica. Pero Carmen no me gusta, lo lamento.

―No te disculpes ―dije con una sonrisa―. Oye, ¿tienes pareja para la yincana de mañana?

―No, pero no creo que...

―Me refiero a que te pongas conmigo.

―¿Pretendes algo?

―Te aseguro que no.

―Está bien.

Entonces, se fijó en mis pantalones, llenos de estrellas de Super Mario, y me preguntó si me gustaban los videojuegos. De un tema pasamos a otro. En ningún momento me pareció que yo le interesase como mujer, y como estaba realmente a gusto y mi mente distraída de mi anhelo por Samuel, al final nos alcanzó el almuerzo y aún seguíamos juntos. Nos separamos al entrar en el comedor, solo porque no quería hacerles el feo a mis amigas.

Enseguida me di cuenta de que Carmen se había enfadado, aunque ella aseguraba que no. Le juré que nunca le haría algo como lo que estaba pensando, ni Manuel tenía interés en ninguna chica, efectivamente. Al final ella pareció conformarse, y entonces les hablé a las dos de lo buena gente que era Manuel y les propuse invitarlo a nuestro grupo. Carmen no tardó en negarse, así que le pregunté si tenía algún problema con que yo sí que tratase con él. Ella se lo pensó un momento antes de decirme que no.

Me divertí mucho en la yincana con Manuel. Además de bueno era muy listo, y entre los dos conseguimos ganar. La emoción me hizo darle un abrazo y pedirle una foto con nuestro trofeo, que convertí en estado de Whatsapp. Puse a prueba mi paciencia esperando hasta la noche, hasta mi segunda llamada diaria con Samuel, para comprobar si él lo había visto. Lo supe en cuanto tardó en contestar. Se lo compensé con una videollamada de lo más explícita.

Los días siguientes alterné entre mis amigas y Manuel, hasta que Carmen me dijo que podía traerle a la habitación para probar. A María le cayó bien enseguida, y aunque Carmen estuvo bastante callada, reconoció que se lo había pasado bien y que aclararlo había sido lo mejor. Por lo que pasamos mucho tiempo juntos el resto de la semana, y cuando regresábamos en el autobús, me prometí que mantendría aquella relación.

Samuel estaba esperando con el resto de padres y con Alejandro. Salí corriendo hacia ellos y di un salto para rodear el cuello de mi hombre con los brazos. Le besé en la mejilla antes de soltarle, y al encontrarme con su enorme y correspondido deseo de unir nuestros labios, me centré en mi hermano, en ir a por mi maleta y en despedirme de mis amigas y de Manuel.

―¿Qué tal? ―me preguntó Alejandro en el coche.

―Muy bien, aunque estoy feliz de haber vuelto por fin.

Aún tuve que esperar hasta que hubimos cenado y pude meterme con Samuel en su cuarto. Sin embargo, estaba tan cansada que no fui capaz de repetir.

Al día siguiente, que era domingo, conseguí que mi hermano se fuese a casa de un amigo y exprimí tanto a Samuel que se quedó seco. Entonces nos metimos en la bañera, y allí le conté todo lo que había hecho en su ausencia.

―No sé cómo he podido estar toda una semana sin ti ―dije, haciéndole sonreír.

―Ni yo.

Nos sentamos en el sofá a ver una película mientras comíamos palomitas, pero no aguanté ni media hora antes de deslizarme para apoyar la cabeza en su regazo. Sentí sus caricias hasta que dejé de hacerlo. Cuando desperté, era él el que se había quedado dormido, y entonces no pude hacer otra cosa que observarle.

Su móvil vibró y lo cogí rápidamente para que no le molestase. Fui a devolverlo a su sitio, pero acabé desbloqueándolo. Aunque no era más que un mail de publicidad, ya que estaba revisé la bandeja de entrada, y luego miré sus mensajes. Comprobé que él seguía ajeno antes de entrar en el historial del navegador. Había mucho porno, como esperaba, y también páginas de hoteles, aviones, restaurantes y turismo en general, de varios sitios lejanos y con playa.

Contuve mis ganas de besarle y fui a preparar algo para cenar. Él apareció en plena faena y me dio un tendido beso antes de marcharse a por Alejandro. Cuando regresó, les abracé a los dos y comimos los tres juntos como llevaba toda una semana queriendo hacer.

Temía que la vuelta a la normalidad malograse mi incipiente amistad con Manuel, pero después de un primer momento, en el que él pareció haber estado pensando lo mismo, todo fluyó como en el viaje y los cuatro nos sentamos juntos en el recreo. Quedamos para vernos un rato en el parque por la tarde.

Aquello le disgustó tanto a mi hombre, a pesar de que me había asegurado de respetar el tiempo que teníamos para estar solos, que le tuve que decir que Manuel era gay. Al principio se mostró desconfiado, pero se terminó tranquilizando y me dejó besarle en los labios. Luego me dejó claro que nadie me complacía más que él.

Me siguió, por supuesto, así que me acerqué a su coche como si hubiéramos quedado en que él me recogería y le dije que me llevase al centro comercial para comprar una cosa. Allí le hice entrar en una tienda de ropa interior, y le hice ver cómo me probaba sujetadores y bragas sin poder intervenir más que para darme su opinión.

Intentó ir al servicio, pero le pedí que se aguantase y él me complació, por lo que decidí no torturarle mucho más. En el asiento trasero del coche, con mi nuevo sujetador a medio quitar, le apreté las nalgas mientras él me penetraba con brusquedad. Luego estuvo un buen rato saboreando mis pechos, como si tratase de compensar lo que no había podido hacerme en el probador.

Recuperé mi rutina y mi felicidad hasta que llegaron los exámenes finales. Aunque tampoco dependía solo de mí, porque Samuel no estaba dispuesto a permitirme hacer mucho más que pasar casi todo el tiempo estudiando. Fueron tres semanas en las que apenas tuvimos sexo en otro momento que no fuese después de cenar, y eso a pesar de que me esforzaba por excitarle más que nunca. Cuando por fin hube hecho el último examen, pasamos juntos la noche entera y el día siguiente me lo tomé libre.

Desperté sola en la cama. Era casi la hora de almorzar, por lo que Samuel debía estar en la cocina. Busqué mis bragas, en vano, y abrí el armario para coger una de sus camisas. Entonces, reparé en un par de bolsas extrañas. Eran de una tienda de ropa de mujer, y dudé, pero al final eché un vistazo y confirmé con regocijo un bañador y un vestido.

Estaba haciendo espagueti con albóndigas. Le di un beso largo y profundo y me centré en poner la mesa. Él me observó mientras removía la olla, y al final, apagó el fuego y me persiguió por la cocina hasta que logró follarme contra una pared. Luego me besó en la frente y se fue a recoger a Alejandro del colegio, no sin antes activar la alarma de la casa.

Papa LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora