Twin Flame | Fred W. [ traducción ]

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POV de Fred

Valentía.

Era una palabra en la que pensaba a menudo cuando pensaba en las guerras del mundo; de la generación de mi madre y mi padre mientras luchaban contra las fuerzas del señor oscuro, de los soldados muggles que arriesgaban sus vidas por sus países. La valentía me venía a la mente cada vez que consideraba a los hombres en los campos de batalla, sufriendo heridas, lidiando con bajas, armas en mano, cargando hacia adelante. Por supuesto, estas personas eran valientes, su valentía era incomparable, pero nunca se me había ocurrido que hay actos de valentía que ocurren todos los días. Para ser valiente uno no tiene que arriesgar su vida de la manera más noble, sin embargo, esto como principio es valiente, hay valentía por todas partes.

Hablar con Iris me permitió ver una nueva perspectiva, una perspectiva mucho más amplia. Pues, las historias no contadas incluso de aquellos que amamos esconden tal valentía, valentía que las mayorías pasan por alto. Cada individuo tenía una anécdota de valentía, pero una gran parte de esta valentía es su secreto. Sin embargo, un acto privado de valentía seguía siendo un acto de valentía. Mantener la valentía de uno tan cerca de su corazón, atarlo bajo llave, sin permitirle nunca ver la luz del día, dejarlo reposar sobre el pecho de uno durante tantos años, solo se suma a la valentía. Mujeres que caminan por las calles de noche, vulnerables a los extraños que acechan en las sombras, niños que regresan a un hogar inestable todos los días, hombres que pasan sus días teniendo que estar a la altura de las expectativas sociales de masculinidad, luchando silenciosamente contra sus demonios, hombres luchando en guerras, familias que viven en zonas de guerra, bomberos en el mundo muggle que arriesgan sus vidas a diario por otros, la lista podría extenderse para siempre; mi punto es, sin embargo, que cada uno es valiente a su manera. La gente, en todas partes, era irrefutablemente valiente.

Iris, decidí, era valiente. Las cosas que había experimentado a una edad tan temprana, el trauma al que se había enfrentado, el hecho de que se lo guardó para sí misma durante tantos años. Pasar por algo así, luego continuar la vida, no volver a hablar de ello y ser tan inherentemente bueno, era más que valiente; me desconcertó. Todos los días esa chica me demostró que era diez veces más persona que yo. Su vida temprana había estado plagada de tantas dificultades, dificultades más allá de mi propia comprensión, y todavía era la mujer más virtuosa, benevolente, amable y feliz que había conocido. Ella era una estrella, mi estrella, y el orgullo que sentía por ella era incomprensible. Una vez más me quedé estupefacto de que una criatura tan maravillosa fuera mía.

No había pensado que fuera posible que pudiera amarla más. Pero, escuchar su historia, darme cuenta de lo verdaderamente asombrosa que era, presenciar un optimismo tan puro, ver la luz que brillaba tan intensamente en ella, a pesar de todo, me hizo amarla aún más. Amaba hasta los huesos de ella, no había una sola parte de mí que no la amara. Cada átomo de mi cuerpo amaba cada átomo del suyo. Si alguna vez pudiera ser la mitad de la persona que ella era, estaría extasiado. Ella valía el mundo y más. Casi me sentí inadecuado a su lado.

Nos quedamos en silencio por un rato, permitiéndole llorar por sus injusticias, injusticias que había ignorado durante más de una década. Y mientras la abrazaba, digerí sus palabras, intentando extraerle el dolor, queriendo sentirlo por mí mismo; para que ella no tuviera que hacerlo. Una vez más, encontré que las palabras eran prescindibles entre Iris y yo. Porque, ninguna palabra podría hacer justicia al dolor que sentía por ella, ninguna palabra podría personificar mi admiración. Así, nos acostamos juntos, con las extremidades enredadas, mis manos frotando suaves círculos sobre su preciosa piel, los labios dibujando un fantasma a lo largo de la coronilla mientras sus lágrimas caían. Simplemente esperaba que mis acciones pudieran transmitir la novela de palabras que bailaban en la punta de mi lengua, pero que no podían salir de mis labios, de una manera que realmente expresara los pensamientos y sentimientos que flotaban en mi conciencia. Su dolor era mi dolor, y me mataba saber que había pasado por una prueba así; nadie se merecía eso, Iris no se merecía eso. Iris merecía nada menos que el mundo y, con todo en mí, quería dárselo.