Capítulo tres

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La noche estaba queda y la luna pálida con su sonrisa fina. El viento no era fuerte, pero la frialdad de las calles calaba los huesos de las criaturas nocturnas, incluso de aquellos resguardados en la comodidad de sus camas acolchadas y calentitas. El ruido de los autos se sentía lejano y el andar de algunos peatones parecía casi fantasmal. Para Kuroko el resto de la existencia sucedía en un plano secundario; como si todos se hubieran marchado y él hubiera sido olvidado. Que solitario.

¿Por qué se habían ido así sin más? Aquel "lo siento" resonaba en su mente dándole dolor de cabeza y el corazón se encontraba estático, esforzándose por dar latidos para demostrar que aquel pedazo de cuerpo seguía vivo, aunque por dentro se sintiera muerto.

— Lo siento —susurró, recordando la forma en que aquellos alfas se fueron sin siquiera dirigirle una mirada. ¿Estarían molestos con él por haberlos golpeado?, ¿por haberles dicho todos sus pensamientos?, ¿había sido muy duro con ellos? No lo sabía. Kuroko estaba amortajado entre las sabanas, sintiendo unas inmensas ganas de llorar, pero aguantándolas al máximo. — Soy patético —determinó, encogiéndose hasta que sus rodillas toparon con su pecho y sus brazos las abrazaron. Un quejido salió de improviso de sus temblorosos labios por el latido que hundió su corazón. — Lo siento —repitió, como si se estuviera dirigiendo a los muchachos. Por alguna razón sentía que había perdido parte de su alma.

Las feromonas de tristeza invadieron la habitación hasta filtrarse por los agujeros de la puerta, desbordando el dolor por cada rincón de la casa hasta llegar al cuarto de la abuela. Ella descasaba placida en la cama, mientras sus recuerdos divagaban en el vivido rostro de su difunto marido hasta que su gastada nariz percibió el doloroso aroma de un omega destruido. Alterada, se quitó las sabanas y se puso las pantuflas que su esposo le había regalado en su penúltimo aniversario. Corrió a la puerta y en cuanto la abrió, las fuertes feromonas de Kuroko le dieron de lleno en el rostro mareándola un poco. Siguió andando a grandes pasos hasta el cuarto del peli celeste, respiró profundo sintiendo el melancólico olor de la vainilla. Tocó dos veces la madera e ingresó al cuarto sin necesidad de una respuesta, sabía que el omega no la escucharía. Al ingresar pudo ver en la cama un cumulo de sabanas revueltas que se enredaban en el cuerpo temblante de su nieto, quien sollozaba en silencio sin advertir su presencia. La anciana con el corazón en un puño, se acercó al muchacho y haciéndose un lugar en el colchón, abrazó la complexión del joven.

— Mi niño —habló, sintiendo como Kuroko se giraba en su dirección y la envolvía con fuerza, casi desesperado. — ¿Qué pasó, cariño?, ¿tuviste problemas en la secundaria? —el chico no respondió de inmediato, tuvo que respirar profundamente un par de veces para que la voz no saliera en un murmullo ahogado.

— Yo. . . —comenzó. — No sé qué me ocurre, abuela*. Mi corazón duele y no puedo dejar de llorar, me siento muerto, pero el dolor es tan fuerte que me impide olvidar que estoy vivo. Me siento enfermo, abuela, sólo quiero que termine —las lágrimas no son las únicas escurriendo por su carne, el sudor frío también empapa sus ropas, casi filtrándose a las prendas de la anciana. — ¿Por qué duele tanto, abuela? No lo entiendo.

La mujer observó con grandes ojos las reacciones y palabras de su nieto, casi haciéndose una idea de la situación, pero queriendo saber el único detalle que podría confirmar sus sospechas.

— Cariño —susurró suave, acunando al de ojos celestes en sus brazos y masajeando su cabellera transpirada. Sus feromonas calmaron el agitado interior del joven y se sintió bien, aunque sólo por unos segundos. — Ese dolor en tu pecho, ¿ocurrió después de tener alguna pelea con ese alfa moreno? —se estaba refiriendo a Aomine Daiki, el muchacho que casi siempre iba a dejar al peli celeste en la puerta de su casa. Lo sabía porque siempre se ocultaba en la cocina sin que nadie la viera, logrando tener una maravillosa vista de ese par de tortolos. Realmente deseaba tener al moreno como familia. — ¿Fue muy fea su discusión?

El llamado del omega ||KnB||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora