Capítulo ocho

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Había llegado la mañana junto con un brillante sol abrazador. El omega despertó con los molestos rayos solares mañaneros, obligando a su laxo cuerpo a moverse fuera de la cama. Se arrastró hasta el cuarto de baño personal y desde ahí comenzó su rutina de limpieza. En tanto, en la otra habitación, los cinco alfas morían de un asfixiante calor. Kise con Aomine se sentían pegoteados por sus pieles juntas y Akashi sentía que esa cama era más un charco de su propio sudor. Daiki pateó la pierna de Ryouta y este abrió uno de sus adormilados ojos. Gruñó con molestia y acercó su palma para golpear el "feo" rostro del otro alfa, sin embargo, Daiki la empujó con su puño, obligando a esa mano a retroceder y caer en el rostro pacifico de cierto peli lila. En ese momento ambos escucharon un grueso gruñido. Ronco y rasposo. Kise sintió movimiento a su costado e inmediatamente se despertaron sus sentidos. Se levantó con apuro para alejarse de la segura muerte que le esperaba bajo aquellas garras del lobo malhumorado. Aomine también sintió que su cuerpo se despertaba, pero no fue lo suficientemente rápido para evitar la gruesa mano que ahora le sostenía del cuello de su camiseta. Observó el rostro cubierto por una maraña de cabello lila y pudo apreciar un ojo brillante y considerablemente enfurecido. Bajó sus ojos hasta la boca de Murasakibara y en ella detalló los grandes caninos de Atsushi. Definitivamente ya se le había ido el sueño.

Sintiendo que estaba siendo amenazado, Aomine mostró de igual manera sus caninos ya crecidos, gruñendo desde el pecho al alfa que lo sujetaba.

— Suéltame —pidió con tono grave el moreno, pero Murasakibara no retrocedió.

— Discúlpate —ladró, casi pareciendo un perro.

— Yo no te golpeé, imbécil, fue la rubia —respondió sintiendo el agarre aflojar en su camiseta.

— ¡Oye! —gritó desde fuera del cuarto la rubia, pero inmediatamente se arrepintió cuando vio al peli lila acercarse a él a gran velocidad. — ¡Mierdaaa!

— ¿Qué demonios pasó aquí? —consultó Midorima saliendo del cuarto de baño con una toalla reposando en sus hombros, observando como Murasakibara corría tras Kise fuera de casa y Aomine los perseguía con el celular en mano, riendo a carcajadas. Y todos seguían en pijamas.

— Ignóralos, quieren llamar la atención —dijo Akashi con la espalda toda mojada, mientras ingresaba al cuarto de baño para asearse.

— Los jóvenes de hoy en día son tan enérgicos —mencionó la abuela Kuroko junto a un sorprendido peli verde. La viejita lo había asustado, definitivamente la falta de presencia era de familia. — ¿Una galleta? —ofreció con una sonrisa.

Cuando Kuroko salió de su cuarto, no encontró a nadie dentro de la casa, pero pudo escuchar algunos gritos y carcajadas fuera del hogar, así que se guío por las voces hasta llegar al patio trasero. Un lugar verdoso con unas cuantas rosas mantenidas por su abuela y un pequeño huerto donde cosechaban algunas verduras, también estaba el viejo árbol de su abuelo, el mismo donde había construido aquella casa que se había derrumbado. Un par de tablas aún se encontraban en el tronco del viejo árbol, evidenciando lo que alguna vez fue un fuerte.

En el pastizal encontró a tres de sus alfas revolcándose en una clase de lucha libre, mientras su abuela, Midorima y Akashi observaban el show sentados en el borde del piso de madera que servía de pasillo externo y de unión al patio trasero. Cuando se acercó al grupito, su abuela le sonrió y Kuroko le respondió de la misma manera. Después de saludar a su abuela con un beso en las palmas, dedicó un mañanero beso a los dos jóvenes sentados que gustosos aceptaron el "buenos días" del omega. Después dejaron a ambos omegas tener una charla privada y aprovecharon de unirse al nuevo juego que habían improvisado los otros tres. Aparentemente habían encontrado una pelota inflable más o menos compacta.

El llamado del omega ||KnB||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora