33. Entre nosotros.

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—Quiero quedarme a vivir aquí para siempre —susurró Asher contra mi pecho. Me había abrazado posesivamente luego de tener sexo, había puesto su cabeza justo arriba de mi corazón y no se había movido de allí durante mucho rato.

—No dirás lo mismo dentro de unos minutos... —suspiré acariciando su cabello. Me gustaba que siempre estuviera tan sedoso y siempre oliera tan bien. —Cuando Ítalo te interrogue por lo que acaba de pasar.

—¿De verdad crees que me importa? —consultó con suavidad. Él estaba en absoluta calma. En ese momento no quedaba nada del Asher que se había presentado completamente empapado, completamente perdido. —Nada me importa ahora, sólo tú.

Rodé los ojos.

—Te encanta que te diga esas cosas —aseguró inclinando su cabeza para observarme con una sonrisa brillante en sus labios. —Lo sé.

—Idiota —dije antes de besarlo.

Fue un beso corto ya que mi teléfono anunció un mensaje. Lo tomé a pesar de la queja de Asher y leí a Cristian avisándome que en media hora llegarían.

—Debemos movernos, tenemos que ir al departamento —suspiré empujándolo de mi cuerpo. Asher, quien había leído el mensaje, no puso resistencia.

En cuanto me puse de pie él lo hizo tras de mí, me tomó por la cintura y cruzó el pasillo conmigo flotando en el aire, directo al baño. Asher no dejó de reír y sonreír mientras tomábamos una ducha, ni después de eso, mientras nos vestíamos.

Yo sabía y él también que todo aquello terminaría en cuanto cruzáramos la puerta de la casa. No importaba si él se había encargado del "asunto", no importaba que ya no fuera necesario que él y Paula estuvieran juntos, nosotros no podíamos, no estaríamos juntos como una pareja.

Llamé un taxi y no rechacé la mano de Ash mientras íbamos en camino, ni lo hice tampoco durante el viaje en ascensor, pero sí lo solté cuando estuvimos en la puerta del departamento. Cuando él tomó su llave, disimuladamente, para abrirla.

Él se puso frente a mí en cuanto estuvimos en la sala. Una sala ocupada por todos los habitantes del lugar que observaron de uno al otro con caras de póker. Yo me había puesto un abrigo y una bufanda, no había manera que notaran las marcas que Asher había dejado en mí, pero era evidente. De la manera que lo miraran, era claro lo que había pasado entre nosotros. Aunque claro, eso era lo de menos, Asher había actuado solo y eso era lo grave del asunto.

Ítalo fue el primero en ponerse de pie. El que había profesado que "entre ellos no peleaban, nunca", se había movido rápido dispuesto a moler a golpeas a Asher.

Me adelanté, por supuesto, lo tomé por los hombros con toda la fuerza que tenía y lo detuve.

—Basta —dije sin alzar mi voz, pero sin que por eso no fuera firme. —Está hecho.

—¡¿Te das una idea de lo que hizo?! —gritó completamente fuera de sí quitándome de su camino para arremeter contra Asher. Pero otra vez lo detuve, no porque hubiera evitado que él me mandara a volar, sino justamente porque su empujón me estrelló contra el mueble más cercano provocando un fuerte ruido.

Asher fue el primero en correr en mi auxilio, agradecí que hiciera aquello y no que hubiera arremetido contra Ítalo por lo que había hecho.

—¿Estás bien? —consultó por encima del pesado silencio que mi golpe había dejado. Asentí y le di una sonrisa tranquilizadora.

—Mierda, Sofie, lo lamento —Ítalo intentó acercarse, pero la sola mirada de Ash lo detuvo.

Asher respiró tranquilo unos segundos buscando algún tipo de herida, lo cual era ridículo porque el golpe no había sido fuerte. Cuando comprobó que nada me había pasado, me ayudó a ponerme de pie y me dirigió a un sofá individual, donde se sentó y me invitó a hacerlo en su regazo. Miré incómoda a mi alrededor y me negué antes de sentarme a su lado, en el posabrazos. Él envolvió sus brazos en mi cintura y me acercó lo más que pudo a su cuerpo.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora