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Ringabel cruzó corriendo la plazoleta, donde aún permanecía la multitud. Cuando lo vieron pasar vestido para el combate escuchó entre los murmullos expresiones de sorpresa, alabanzas, y más comentarios acerca de que estaba loco y que se iba a morir.

En la entrada de la villa, la mujer lo estaba esperando con suma ansiedad. Traía un pequeño bolso entre sus manos. Detrás de ella aún continuaban pululando las cabras, que mordisqueaban los trozos de hierba que encontraban mientras dos soldados las vigilaban. Y más atrás, en las puertas, junto a la atalaya, estaba Fauque, aguardando con un semblante sombrío, y otros tres guardias, uno sobre el puesto de vigilancia.

—Joven, aquí tienes lo que me pediste —lo recibió ella entregándole el bolso—. Ahora préstame atención. El nombre de mi hijo es Percival. Mide una cabeza menos que tú. Tiene el cabello oscuro y corto. Ojos cafés. Vestía camisa blanca y pantalones marrones, ropa para trabajar el campo. No llevaba ningún otro elemento que yo recuerde. Yo de verdad creo que puede estar vivo, porque le enseñé sobre el pantano y como cuidarse en él. Pudo haberse perdido... —la mujer estaba haciendo un gran esfuerzo para concentrarse en dar toda la información útil posible—. Ah, además, marqué el lugar donde encontré su rama, el sitio donde se perdió. Lo marque clavando un palo en la tierra y poniendo varias piedras alrededor del palo. Así lo reconocerás.

—Perfecto. Todo esto es excelente. Me será de mucha utilidad. Muchas gracias.

—No, gracias a ti joven, a ti. Ahora date prisa por favor —le suplicó con sus últimas fuerzas.

—Sí, sí, ya me voy —tomó el bolso Ringabel y se lo colgó del hombro contrapuesto, quedando la correa de cuero atravesando su torso—. Puede que esto me salve la vida.

La mujer se había vuelto a poner pálida. Mantenía la boca abierta para respirar, y en su rostro había una expresión desesperada. Él la tomó de las manos, que estaban muy frías, y la miró a la cara.

—Le prometo que traeré a su hijo de vuelta, tenga fe.

Consiguió dibujarle una sonrisa de esperanza por un segundo.

Se despidió y continuó el trote hacia el portón.

—Muchas gracias joven —le dijo ella algo estática, luego reaccionó—. ¡No lo olvides! ¡Su nombre es Percival! ¡Y el mío es Glorieta por si acaso!

Ringabel volteó a verla una última vez.

—¡Percival! —volvió a gritar ella colocando una mano junto a su boca para dirigir el sonido.

—¡Percival! ¡De acuerdo! —asintió y volvió a ver adelante.

De inmediato Ringabel pensó en que le había mentido a Glorieta, en realidad él no podía saber si encontraría o no a Percival. De hecho, las probabilidades jugaban en su contra. Pero sintió que había hecho lo correcto. Que su deber era al menos darle esperanzas por ahora. De nada serviría que sufriera aún más.

Pasó entre las cabras, que estorbaban, y se dirigió hacia Fauque.

—¿Listo?

Ringabel asintió rápidamente y le dio un mordisco a la manzana que traía.

—Vamos —dijo Fauque y levantó la vista hacia el vigía—. ¿Ves algo?

—Nada señor. Despejado.

—Abran las puertas —ordenó.

Los dos soldados allí levantaron la viga que bloqueaba la entrada y se hicieron a un lado. Fauque jaló del soporte derecho, abriendo ese extremo, solo lo necesario. Ringabel salió fuera. Fauque le siguió y cerró hasta donde pudo la compuerta.

Promesas: Lágrimas (Genshin Impact [1])Donde viven las historias. Descúbrelo ahora