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La compañía salió de la mansión. Cruzaron la muralla del señor, y después la villa de Calcenada. Por las calles del burgo, algunas personas se arrimaron a la avenida principal para despedir a lady Lisa y desearle buen viaje. Ella se asomó por la ventanilla y sacudió su mano agradeciéndoles. El pueblo reconocía a su dama que salía esporádicamente en sus excursiones científicas. No tenían idea de que esta vez su viaje era mucho más importante que una expedición. Habían tomado la decisión de no anunciar su larga partida hacia la academia, no querían atraer demasiada atención.

Su partida le afectó más de lo que había imaginado, creyó que no sentiría nada, excepto por su familia, ya que su interacción con su gente había sido muy escasa; se había pasado la vida yendo de un lado a otro. No fue hasta ese momento que realizó en su mente el hecho de que a donde iba no sería la dama de nadie, pues no serían sus súbditos, y los Caballeros de Favonius en actividad no poseían nobleza alguna; nadie la reverenciaría ni la atendería. Sus siervos habían quedado muy atrás, perdiéndose en el horizonte. Sintió algo de remordimiento por no haberles dedicado más de su tiempo, pero no persistió, pues entendió que era un resultado inevitable, ella era así, y de ninguna forma hubiera dejado sus incursiones al extranjero para quedarse en su tierra. Solo podrían apreciarla como es, aunque las experiencias de su niñez ya le habían hecho conocer el verdadero rostro de varios individuos.

En los límites del centro urbano se les unió otro carro de suministros. Así, la compañía se completó con sus nueve caballeros -entre ellos su capitán, Ser Tybur Lancel-, cinco civiles asistentes, a cargo de los transportes, Lady Lisa, y su dama de compañía, Antoinette.


Mientras veía por la ventanilla el cauce del Bruin, cuyo murmullo relajante parecía perfecto para suavizar el continuo sonido del traqueteo del carruaje y los cascos de los caballos, pensó en su hermano. Se preguntaba cómo se encontraría, en qué lugar estaría, qué experiencias le habría tocado vivir desde su última carta. Recordó su partida, seguido de mil hombres, miles más lo despidieron con grandes aplausos, gritos, alabanzas, buenos deseos, e incluso les habían arrojado flores. Aquella no parecía para nada una despedida. La diferencia le dolía un poco más de lo que le gustaría aceptar, pero se trataba de la guerra, algo totalmente diferente. Ella no tendría lo que su hermano, no estaba destinada a tales alegorías. Su camino era más discreto, pero le confortaba pensar que también estaba contribuyendo a su casa, a su manera.

Rememorando a sus padres, su hermano, y momentos de si misma, no pudo evitar esbozar una lánguida sonrisa, mientras se divertía pensando que los arcontes habían hecho un lio al escoger los dones para su familia.

De pronto sintió las cálidas manos de Antoinette envolviendo las suyas. Ella era una joven dulce y hermosa, de sonrisa que alegraba los corazones, halago que Lisa siempre le envidió, ya que ella no recordaba que le hayan hecho uno tan bonito. Por desgracia, sí recordaba que hicieran muchos cumplidos no muy agradables acerca de sus senos o su trasero. Los oía sin querer o se enteraba por terceros, ya que no se atrevían a decírselos a la cara. Más recordaba frases acerca de cómo su erótico cuerpo era el sueño y fantasía de tantos hombres, casi que la hacía reír aquello.

Pero Antoinette se merecía aquellas palabras, pues además era humilde y cariñosa. Su belleza no tenía nada que envidiarle a una dama noble. Era una joven de diecinueve años, con ojos celestes y cabello oscuro lacio. En esta ocasión traía puesto un vestido naranja que hacía juego con las pecas de su rostro. A pesar de ser un año mayor, a Lisa siempre le había parecido que era un poco más infantil, por lo que siempre la trataba como si fuera más pequeña.

—Todo va a estar bien Lisa —dijo con voz tranquilizadora Antoinette.

Lisa intentó una mejor sonrisa.

—Gracias.

Antoinette se la devolvió y se acomodó de vuelta en su asiento.

Lisa volcó su mirada hacia la ventanilla, mostrando una faz reflexiva.

—Estaba pensando, en mis padres, en lo vacíos que se sentirán ahora que su primogénito se fue a la guerra y su hija a enlistarse en una orden de caballeros, que dicho sea de paso tiene entre sus tareas combatir criaturas peligrosas. Temo que sientan... que su mundo se derrumba. Que vivan con temor a recibir palabras negras.

—La desgracia nunca ha hecho diferencia con ninguna persona, así que no tiene caso sentirse más desgraciado que nadie. Y tus padres, no solo son personas fuertes, sino que se tienen el uno al otro.

Lisa sonrió de verdad, hacía mucho de la última vez. Incluso su rostro pareció iluminarse un poco. Antoinette lo había hecho de nuevo. Era su magia, su hechizo. Lisa sentía orgullo de la excelente amiga con la que contaba. No pudo evitar mirarla con asombro a los ojos.

—Tu lengua no tiene nada que envidiar a los sabios de Luisenbarn.

—He pasado tiempo con una persona muy sabia.

Su voz nunca carecía de afecto. Lisa pensó que el hombre que la despose sería uno de los más afortunados del mundo.

—Mis padres aún son jóvenes. Puede que resuelvan sus temores con una pizca de amor. No me sorprendería que al regresar me encuentre con un hermano pequeño, o hermana.

En ese momento una gran felicidad le suscitó a Lisa, se hizo evidente en su rostro.

—¿Lo imaginas? —se emocionó Antoinette—. Y podrías enseñarle tantas cosas, convertirlo en un prodigio.

—Eso me encantaría. Podría enseñarle el mundo en los libros, y cuando tenga la edad, acompañarlo a recorrerlo.

Una sonrisa muy placentera la acompañó en el camino a Castelloni, mientras seguían imaginando entre risas qué podría pasar si tuviera un hermano menor, y si fueran dos, o hasta tres.

Promesas: Lágrimas (Genshin Impact [1])Donde viven las historias. Descúbrelo ahora