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El sol se ocultó, y solo quedó una tenue claridad. El croar y grillar se intensificó. El sonido de las garzas fue reemplazado por el de otras aves que él no conocía. Se puso de pie y miró a los alrededores mientras secaba el rastro de las lágrimas con la palma y el dorso de su mano derecha. No confiaba en la quietud de la naturaleza. Un mal paso podía significar la mordida de una serpiente oculta, o verse envuelto por una telaraña. Y en esta ocasión particular, también podía conducir a un encontronazo con un lagarto de su misma altura, ya que esas criaturas aprovechaban el color de las plantas para camuflarse y atacar por sorpresa. No le diría eso a Paimon, de por sí ya la veía bastante inquieta, girando su cabeza en todas direcciones. Era evidente que los ruidos y la penumbra la ponían bastante nerviosa. Él, con un poco de vergüenza, aún surnía. Calmó su respiración y soltó un largo suspiro. La frescura del aire le proveía cierto consuelo, pero estaba consciente de que pronto se convertiría en un frio perjudicial.

—Bueno, hagamos esto de una vez —habló bajo.

Escudriñó el bolso.

Paimon se asomó a ver su contenido.

—¿Para qué es eso?

Él la miró fijo y apoyó un dedo en sus propios labios.

—Hicimos mucho escándalo, hablemos en susurros.

—Bueno —susurró ella.

—Parece que esos monstruos son conscientes de que las personas se guardan al caer el sol. Esa debe ser la razón por la que ya no andan cerca del sendero.

Ella prestaba atención a lo que él decía, pero no dejaba de estar tensa.

—Por estas horas devoran los botines que obtuvieron. Algunos pelean con otros por esos botines. Así que procura no gritar si oyes fuertes ruidos —hablaba despacio y bien bajo, pero lo suficientemente claro para que ella entienda—. Aguzan sus oídos durante la noche. Si oyen algo que rompe la monotonía investigan si se trata de un intruso en su territorio y si es una presa posible. Y para ellos, cualquier cosa más pequeña es una presa posible.

Esa última frase dejó helada a Paimon, que se sujetó los brazos comenzando a temblar, y miró con aún más paranoia los alrededores.

«Rayos» pensó él olvidando cuidar lo que decía.

—Preguntaste por esto, ¿verdad? —dijo enseñándole el bolso para cambiar de tema e intentar distraerla de sus temores.

Ella asintió aún con el miedo en su rostro.

—La verdad es que en aquel momento estaba un poco nervioso, así que no pensé con mucha claridad. Solo recordé que es fácil perderse en los pantanos, y que me gustaría tener algo que me sirva para encontrar el camino de regreso al sendero.

—¿Velas? ¿En un lugar con tanta agua?

—Por eso digo que no pensé con claridad. Dije lo primero que se me ocurrió. Había prisas. Quizás sirvan de algo —hizo una pausa y sacó una bola de hilo—. Esto me inspira más confianza.

Empezó a desenrollar el hilo. Mientras lo hacía miró en el interior del bolso de vuelta.

—Qué bueno, hay mucho aquí, parece que di con una hilandera.

—Ringabel, ¿tienes un plan?

—¿Para salir de aquí o para encontrar al niño?

—Ambos.

—Para salir de aquí, pues esto mismo que ves —dijo atando el hilo a un tronco.

La corteza estaba húmeda.

Sacó una vela del bolso, se arrodilló y la dejó al pie del árbol.

—Vamos a dejar esta vela aquí.

Promesas: Lágrimas (Genshin Impact [1])Donde viven las historias. Descúbrelo ahora