La Batalla de Las Fauces

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Realizando breves paradas de descanso cada vez que fuera necesario, dos días después llegaron a Castello, donde sí se detuvieron para poder dormir.

Al amanecer, Tybur sacó una jaula con un ave del carro de suministros. Le ató un mensaje y la liberó.

Castelloni era una ciudad de grandes edificaciones, muchas de sus torres eran dedicadas al elementalismo. Al principio habían sido de gran interés para Lisa y Antoinette, pero ambas ya habían acudido varias veces allí.

La compañía continuó adelante como se tenía planeado.

—Desde aquí cruzaremos a Umberra. Luego por Nuissenac atravesaremos Las Fauces, y desde allí, continuaremos hasta Mondstadt. Si para cuando lleguemos es de noche, veremos las estrellas desde el Cabo Juramento, las lucernas del camino, y después el Viñedo del Amanecer —le comentó Lisa a su amiga dentro del carruaje.

Antoinette se veía emocionada, pero por momentos su sonrisa se desvanecía.

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El sol estaba en lo más alto. Era el sexto día de viaje y cruzaban Nuissenac.

Antoinette miró pensativa el bolso que Lisa siempre llevaba consigo.

—Parece que mis aventuras han terminado —dijo con una falsa sonrisa.

—¿Por qué lo dices? —inclinó la cabeza de lado Lisa.

—Contigo he ido a muchas partes, conocido lugares que de otro modo jamás hubiera visitado. Sin ti, la vida pierde color.

Lisa le dio un abrazo.

—Vamos, tú no eres así. Tú puedes hacer lo que te propongas, mi familia siempre te ayudará, y yo también por supuesto.

—Te extrañare un montón —admitió Antoinette.

—Y yo a ti —replicó Lisa.

Se separaron, tenían los ojos un poco aguados.

—Pero ¿Quién sabe?... ¿Quién sabe lo que depara el destino? Quizá nos reunamos antes de lo que imaginas —dijo con una misteriosa esperanza Lisa mientras se quitaba las lágrimas con una mano.

Antoinette volvió a ser la misma de siempre.

—Por el momento, te encargo a mis padres —continuó hablando Lisa.

—Claro, los cuidare como si fueran míos —rio Antoinette.

—Por un instante invertimos los roles —se rio Lisa.

—Para que veas, que puedes ser una rosa azul o una dorada —le respondió Antoinette acariciándole el cabello, entonces sí pareció la mayor.

No estaba segura del por qué, pero a Lisa le gustaron aquellas palabras.

De pronto el carruaje se detuvo. Ellas no se sorprendieron para nada, habían hecho varias paradas para que alguno de los soldados orinase o que los caballos beban agua. Pero Lisa percibió un movimiento extraño alrededor, y empezó a oír voces ajenas a su escolta. Espió a través de la cortina de la ventanilla. El camino que cruzaba Las Fauces estaba bloqueado por dos carromatos derribados y un numeroso grupo de hombres alrededor. El rostro de Lisa palideció y se llenó de espanto. Antoinette alcanzó a oír su exclamación ahogada.

—¡Por los arcontes!... —se le escapó a Lisa llevándose las manos a la boca.

Los caballos que habían jalado esos carromatos estaban muertos, su sangre se mezclaba con los charcos de lodo. También había soldados fallecidos, cuyas bocas besaban la fría tierra ahora. De los hombres que estaban allí, había dos a caballo, el resto a pie. Eran más de una docena y ninguno tenía buen aspecto. Vestían ropas viejas o raídas, y todas sucias. Estaban manchados de sangre y portaban armas que iban desde arcos y ballestas hasta hachas, espadas, dagas y estiletes.

Promesas: Lágrimas (Genshin Impact [1])Donde viven las historias. Descúbrelo ahora