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Era un viernes trece de febrero. Vaya día para tener una entrevista de trabajo.

- ¡Por aquí, señorita Leonhardt!

La persona que me estaba llamando no era nada más ni nada menos que Hoover, un amigo de la preparatoria. Al igual que yo, terminó siendo profesor de una escuela de la región. Desde joven, él era un apasionado por la enseñanza y los niños lo motivaban a seguir con su sueño de dictar clases en un centro educativo.

- No estés tan nerviosa, muchas personas hablaron muy bien de ti ante el rector. Ten por seguro que obtendrás el puesto.-dijo mientras ordenaba unos papeles de su folder.

- Eso no me preocupa. Solo quiero volver a mi casa para comer un pedazo de pastel.

Yo era todo lo contrario: odiaba enseñar.

Y odiaba los niños.

- Bueno, ya llegamos.-ambos estábamos parados frente la puerta del señor.-Mucha suerte, Annie.

Le agradecí y entré a la oficina. Mi entrevista no duró más que treinta minutos sino hubiese sido por los contactos que tenía en mi currículum y los idiomas que manejaba. Por primera vez podía admitir que la suerte estuvo de mi lado, usualmente la gente se asustaba por mi apariencia y mi comportamiento. Por supuesto, eso no me afectaba tanto. Pero a mi billetera si.

Regresando a casa, mi padre me felicitó por mi logro. Entre los dos, él era el más emocionado por saber que su hija dejaría de depender económicamente de un viejo testarudo. Ahora, los bares y prostíbulos estarían disponibles para él sin necesidad de darme la mitad de los ahorros en comida.

Subiendo a mi habitación, revisé un viejo álbum de fotos de mis años como colegiala. Las colitas me hacían ver muy aniñada, mas los tatuajes que venían en las cajas de jugo combinaban con mi actitud en aquel entonces.

"Tanto tiempo ha pasado y todavía sigo siendo la estúpida miedosa del salón".

Era verdad, en el fondo tenía miedo de este nuevo gran paso en mi vida. Nunca me habría imaginado estar en un salón dictando clases de música a niños de seis años. Y con ese mismo sentimiento me quedé a la hora de dormir. Solo faltaban semanas para que la profesora Annie llegase a su pupitre y saludase a medio mundo con una sonrisita jodidamente molestosa.

Deseaba que todo eso desapareciera. Lo único que quería era inundarme en un gran océano y quedarme allí por el resto de mis días.

***

- ¡¿Me estás jodiendo?!-le grité a Hoover, pronunciando la última palabra de tal forma que él lo recuerde perfectamente.

- Annie...no hables así en frente de los niños. Estamos en el salón de inicial.

- Me vale una mierda.-grité con los ojos rojos.-¡¿Qué es eso de que enseñaré a la clase de último año?

Berth me miró un poco apenado.

- Me olvidé comentarte de eso. Los cupos para primaria ya estaban llenos.

- ¡Mierda!-maldecí a los cuatro vientos. El estúpido de mi amigo se le había olvidado decirme, genial. A partir de aquí, seré tutora de chicos malcriados de diesisiete y dieciocho años en esta tremenda pocilga.

Subiendo al segundo piso, preparaba mis cosas para dar una buena impresión ante mis nuevos alumnos. No es que estuviese emocionada por enseñarles, sino todo lo contrario, tenía muchas ganas de desaprobar a todos por malograr mi año como profesora.

"Esto no puede ponerse peor".-pensé.

Un ruido interrumpió mis pensamientos. Era el timbre del cambio de hora y una gran avalancha de jóvenes me embistió con fuerza.

- ¡Quitense de mi camino, niñatos babosos!

En cuestión de minutos, toda la multitud desapareció. Todos ya estaban dentro de sus aulas mientras que yo me encontraba tirada en el suelo.

Mi rostro no podía estar más rojo de la vergüenza y del enojo. Recojí uno por uno las partituras de mi cuaderno. Contando, no me percaté de una silueta al costado mío.

- ¿Se encuentra bien, profesora?

Un chico rubio de gafas negras y ropa de anciano me habló. Me entregó una hoja manchada por las pisadas de sus compañeros.

- ¿Profesora?

Estaba atenta a sus ojos. Eran de un color azul cielo.

No, me equivoco. Eran idénticos al color del mar. Quedé embobada por minutos frente a ellos. Fue la primera vez que veía unos ojos tan bellos en el cuerpo de un chico.

- Sí, no te preocupes. Mejor anda a tu salón, te harás tarde.-dije con un pequeño rubor en mis mejillas.

- La ayudo. Creo que usted es nuestra profesora nueva.

Armin Arlet, ese era su nombre. Fue mi alumno de la clase 12-B de la preparatoria Loyd Hamilton. Y también fue mi primer amor.

(La historia continúa en el siguiente capítulo).

𝐂𝐀𝐑𝐓𝐀𝐒 𝐃𝐄𝐋 𝐎𝐂𝐄𝐀𝐍𝐎. 𝑎𝑟𝑢𝑎𝑛𝑖Donde viven las historias. Descúbrelo ahora