IV

534 57 20
                                    

Fue la declaración de amor más ridícula del mundo. Él, con medio cuerpo ensangrentado, dijo todo lo que sentía por mí, su profesora de música de onceavo grado.

Estaba mal. No podía aceptar sus sentimientos como si de cualquier persona se tratase. Yo era mayor que él por cuatro años y Armin, en ese entonces, tenía diesiocho cumplidos en agosto. Era difícil llevar una relación fuera del ámbito estudiantil estando él todavía en último año. Pero sus hermosos ojos azules me ablandaban. Cuando quería flaquear, Arlet se ponía al costado mío para reconfortarme y motivarme a dar una lucha más.

Él y solo él era el único con la magia de sensibilizar toda mi alma a su gusto propio. A veces creía que era su pequeño juguete o su mascota. Cualquier cosa que hiciese o diga, yo lo obedecía. Era un imán a la cual yo me sentía atraída desde hace mucho.

"¿A veces hacemos locuras por amor, verdad?"

Lo besé. Nos besamos por un largo rato. En la camilla, acosté mi cabeza en su pecho. Sentía una gran calidez que hace mucho no experimentaba. Me abrazó con mucha fuerza y solo nuestros alientos nos acompañaron durante nuestra siesta.

Ese día toque el cielo. Llegué a mi casa y grité todo lo que tenía contenido desde la mañana. Mi padre intento callarme por el ruido que hacía por toda la sala, pero eso no me importaba en lo absoluto.

Eramos él y yo, juntos. Formamos un nosotros durante dos cortos meses. No podía estar más agradecida con el destino por traerme a alguien como Armin. Él me salvo de este infierno que me quemaba desde hace muchos años y de la cual no encontraba salida. Por supuesto, discrepábamos como cualquier pareja en muchas situaciones cotidianas como quién pagaría la cena en el restaurante, la canción que seguiría en la radio o cual era el mejor sabor de helado.

Pero eso era lo mejor del mundo. Pásamos muchas noches contando estrellas en la playa. El aire helaba nuestras pieles, obligándonos a permanecer unidos. El roce de nuestros cuerpos me envolvía en un ambiente cálido y sereno.

- ¿Viste esa ave?-me dijo.

- No me percaté. Pasó muy rápido.-nos sentamos sobre una toalla con caricaturas de fondo. Armin amaba las series de niños.

Y creo que yo también lo hacía.

- El océano toma un color muy bello con la luz de la luna.-lo miré.-Se parece mucho a tus ojos.

Acaricié sus mejillas con cuidado, temiendo que lo lastimara con mis uñas. Acto seguido, me acostó sobre la arena y recibí un beso. Algunas manos inquietas pasearon por mis piernas, y gustosa permití que se abrieran paso por mi entrada.

Solté unos gemidos ante la fricción de sus dedos en aquella parte.

- Nos van a ver, Armin.-enuncié con la voz entrecortada por el placer que crecía desde lo bajo de mi abdomen. Él solo soltó una risita y se acercó hasta mi oreja, susurrando fuertes obscenidades que nunca imaginé que saldrían de un chico que, a simple vista, se mostraba inocente y frágil.

- Hay que divertirnos un poco.-succionó mis labios con deseo, intentando hacer de la noche la última de nuestras vidas.

***

Gritos, suspiros y gemidos. Algunas palabras soezes se escucharon con facilidad por otras personas, pero a los dos nos valía toda una mierda lo que escuchasen.

Solo queríamos disfrutar el momento. Uno que se acabó de la noche a la mañana.

Arlet terminó satisfactoriamente su año escolar. Todos los grupos de jóvenes se felicitaban por su logro y, al igual que ellos, festejaba con los profesores por la culminación de nuestros trabajos, aunque solo tuviesemos simplemente dos semanas de vacaciones.

No fue sino hasta la hora de salida cuando Armin dijo lo que menos quería escuchar. El oído es el encargado de traducir la información del exterior para llevarlas al cerebro y convertirlas en un mensaje. Los participantes de esta actividad son el emisor y el receptor.

Y por mi parte, era una mala receptora. O simplemente no quería saber lo que saldría de su boca.

"Me iré de aquí".-fue lo último que recordé en el pasillo de la escuela.

Y dicho eso, se fue de mi, y con él, todas mis ilusiones se hicieron añícos segundo a segundo. Cada paso que daba me dolía, sentía como mi garganta en cualquier momento explotaría por el nudo reacio a salir. Mis ojos se tornaron vidriozos y de un color carmesí oscuro:-¿Estás bien, Annie?

Le saqué el dedo medio a mi amigo.

Me encerré en mi habitación y rompí en llanto. El agua que salía de mis órbitras cayó en el suelo y formó un pequeño círculo, siendo capaz de verme en él: Una completa inútil que dejó de ser lo que era antes. Un cuerpo sin alma, sin sonido, sin nada.

La mujer que lloraba en su alcoba fue la misma mujer que, con los pocos pedazos que le quedaban de su ser, se paró frente a un puente de la ciudad.

Las bocinas y las voces de la multitud resonaron en mi cabeza por un largo rato. Me paré sobre un piso de cemento y miré debajo mío.

"Adiós".

Y salté.

(La historia continúa en el siguiente capítulo).

𝐂𝐀𝐑𝐓𝐀𝐒 𝐃𝐄𝐋 𝐎𝐂𝐄𝐀𝐍𝐎. 𝑎𝑟𝑢𝑎𝑛𝑖Donde viven las historias. Descúbrelo ahora