II

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- ¡Que increíble! No sabía que tocase muy bien el piano, profesora Leonhardt.

Armin se encontraba al costado mío, atento a cada movimiento que hacía. Ya habían pasado tres meses desde nuestro primer encuentro. Nuestra relación prosperaba.

- No es tan complicado como parece, Arlet. Esto es solo fruto de años de práctica.-me levanté de mi asiento y caminé por todo el aula.-No conocía esa faceta tuya. ¿Desde cuando te gusta la música?

Desvió su mirada. Extrañada, esperaba su respuesta desde la esquina del lugar.

- La música nunca fue mi clase favorita.-se acercó hasta mí con un pequeño cubo rubik.-No lo fue hasta que la conocí, profesora Leonhardt.

- ¿Yo?-reí.-¿Y como así? No soy alguien tan interesante a los ojos de toda la escuela.

- Para mi sí.-sus ojos se encontraron con los míos. Él muy bien sabía como me derretía por ellos.-Nunca fuí el tipo de alumno popular entre la gente. Soy como un marginado estudiantil.-su rostro sonrojado aceleró mi corazón en segundos.-Pero desde que llegó a mi vida, he sentido que formo parte de un lugar.

Formar parte de un lugar. Yo tampoco pertenecía a uno. Siempre estuve sola en la escuela y en la universidad, y por más que me esforzaba por encajar con los demás, siempre estaba insatisfecha. No fue sino hasta que me pregunté: ¿Por qué encajar con otros si nadie quiere encajar conmigo? Era así de simple. Si yo no obligaba a nadie a que encaje con mis gustos, no tenía por qué ser obligada a que otros me obliguen hacerlo.

Pero Arlet tenía un contexto distinto. Al no ser como sus demás compañeros, creía que no pertenecía a algo o a alguien. No obstante, sus acciones y palabras repercutían mucho en los demás, algo que yo nunca fuí capaz de hacer a su edad.

Armin no era un marginado ni un desadaptado. Él, con sus conocimientos e ingenio, podía tener el universo a sus pies. Esa era la diferencia entre Armin y yo.

Yo jamás dejé que nada ni nadie me parará. Seguí siendo como lo soy ahora desde que comprendí todo, pero nunca me preocupé por cambiar algo en el mundo.

De hecho, nunca le tomé importancia en cambiar algo a este horrible pero hermoso carrusel llamado vida. Solo me dedicaba a existir y encerrarme en mi burbuja.

- Eres una persona grandiosa, Armin. No dejes que te detengan.-sobé su cabello con ternura.-Espero verte otro día.

Se fue con una gran sonrisa. Inevitablemente sonreí, también. ¿Cómo es que este chico podía cambiar mi actitud en segundos?

Creo que después de todo, algunas personas tienen una magia única que te provoca miles de emociones con solo una palabra o un simple aliento.

Así era Armin. Único y mágico.

Terminando las clases, fuí directo a mi casa, pero no sin antes guardar los éxámenes de mis alumnos en mi casillero. Busqué mis llaves en mi mochila y un sobre cayó en mis pies.

Este era de color blanco y estaba acompañado de una firma. Abrí el papel y empezé a leer su interior:

"Gracias por todo, profesora Leonhardt. Hoy fue una clase increíble. ¿Le parece si nos vemos mañana?"

- Armin Arlet.

***


La mañana siguiente nos encontramos en la azotea. Compramos algunos snacks y conversamos por un largo rato. Le invité una lata de cerveza que saqué de mi casaca. Lo bebió con gusto.

Descubrí que le gustaba las bebidas alcohólicas desde hace dos años. Cuando sus padres salían de su casa, se escabullía en ciertos puntos de encuentro para bebedores. Allí aprendió todo acerca del mundo de los adultos.

Me agradó saber eso. Yo también salía de mi casa para probar un poco de las actividades de los mayores. Lo único distinto era que él iba a tomar; yo, a fumar.

- ¿Le apasiona enseñar, profesora Leonhardt?-me preguntó.

- Antes que nada, llamame Annie. No me gusta que me llamen así.-agarré el sobre de gomitas y llevé algunos ositos a mi boca.-Para nada. Odio enseñar.

- ¿Entonces por qué está aquí?

- No había de otra. Un futuro como solista no me aseguraba mi futuro, o eso decía mi padre.-suspiré.-La única opción que me quedaba era enseñar. Al menos me alcanza para la cena, no me quejo.

Armin miró la lata vacía sobre mis piernas. Titubeó un poco pero logró decir algo:-¿Es feliz?

Quedé helada.

- Claro que lo soy. Me siento completamente feliz con todo lo que hago y digo.-me paré de mi lugar y lo dejé.

¿Alguna vez escucharon algo que provocó un desorden en su estado emocional? Pues yo sí. No paré de llorar hasta que mis ojos se cansaron. Intentaba ser fuerte ante la sociedad que quería marginarme. Quería demostrar que sola podía con mis problemas y mis sombras detrás mío. Deseaba enseñarles que me sentía a gusto con lo que era.

Pero no lo era.

Esas misma tarde le escribí una carta a Armin:

"Perdón por mi actitud de hoy. Quiero invitarte a la playa el fin de semana. Espero vayas".

- Annie

(La historia continúa en el siguiente capítulo).

𝐂𝐀𝐑𝐓𝐀𝐒 𝐃𝐄𝐋 𝐎𝐂𝐄𝐀𝐍𝐎. 𝑎𝑟𝑢𝑎𝑛𝑖Donde viven las historias. Descúbrelo ahora