Bulletproof ❥ʟᴇᴠɪ ᴀᴄᴋᴇʀᴍᴀɴ

13┇TRECE

❝ Soy Levi Ackerman. ❞

♔

Un balazo, solo eso hizo falta para que todo mundo cayera a pedazos. Desde afuera, era una tragedia, un pago de cuentas, una desgracia. Pero internamente... era morir vivo.

Para decir la verdad, nunca lo entendí bien. No comprendía lo que ocurría desde un principio. En ver a mi padre caerse en seco, en que mi madre grite al tomarlo entre sus brazos y todo ese grupo de hombres corra de un lado a otro buscando al dueño de esa bala.

♔

Todo empezó cuando sentí la muerte cerca mío. La vi abrazarme en la madrugada, en notar cómo mi cuerpo estaba aprisionando mi pecho, ahogándome hasta no poder hablar. Sentía que mi fin también se acercaba, como mi padre. Pero no fue así. Mi madre anteriormente había entrado asustada cuando tiré una lámpara al suelo, ayudándome a no perder la consciencia y rogando que no la dejara. Ella no deseaba estar sola.

Su instinto orgulloso estaba allí, con ambas manos a la altura de mis pulmones y gritando para que mi cuerpo volviera a recibir oxígeno. Recuerdo que mis huesos eran frágiles, que hasta no me dolía irme de allí. Mi madre me había salvado, ella logró que pudiera respirar y tocer. Pude volver a hablar.

No obstante, lo mismo seguía al día siguiente y el siguiente. El recuerdo de papá parecía llamarme, en querer tomar mi mano y dejar el mundo en el que no me aceptaba. Era una rareza que moría y volvía a la vida, que dejaba de respirar y mágicamente lograba tomar bocanadas de aire. Nadie sabía lo que pasaba, ni siquiera cuando mi cuerpo reaccionaba mal a los roces de un objeto sucio. Siguió hasta volverme adicto a limpiar todo, a no desear ver aquella luz que me alejaba de mi madre y el dolor profundo a hundirme en un arma que rompía mis huesos.

Temía morir y a la vez, deseaba hacerlo. Quería irme de aquí... sin dolor, sin miedos, sin ver entre mis sueños esa imagen de mi padre llamándome.

♔

Había quedado lastimado, como un muñeco de prueba. Miles de estudios y medicamentos se me eran administrados a diario. Hasta a veces veía a mi madre detrás de un vidrio, rodeado de una habitación blanca y aburrida. No era sitio para un niño. Estudiar en casa se veía horrible, pero en una escuela normal me daba terror. Ni siquiera pude hacer amigos, nunca tuve uno.

Solo ella, a Rin.

La veía recorrer el lugar desde las cámaras, la veía robarse algunos dulces de la zona de pediatría y hasta traerme unos cuando notó que había un niño encerrado. Se podía decir que era una amiga, una que no vio mi rostro en toda la estadía que estuvo con su madre. No me conocía, pero yo a ella sí. Hablábamos detrás de una puerta, cuando me aislaron para no tener contacto y ver si así podía sobrevivir.

Supe que le gustaban las flores, los vestidos largos y las bufandas que tejía su abuela. Eran datos que no valían la pena, pero me mentía de que estaba aburrido para aprenderlo. Había memorizado todo y cada una de las cosas. Hasta me hacía olvidar de mi condición; me nacía el deseo de recuperarme y poder ser su amigo o simplemente hablarle como un conocido en la calle.

Pero la vida no era fácil. Apenas había salido de aquella prisión, volví a ser prisionero de mi hogar. Uno que ya no brillaba, uno que me hacía añorar a mi padre. Esa niña ya no estaba a mi lado, se había ido con sus padres a Corea luego de nuestra última charla. Mientras mi madre trabajaba, mi única compañía era conmigo mismo y una computadora.

Descubrí que era bueno en el manejo de los sistemas y eso aumentó cuando logré entrar a la base de datos de un programa codificado, gracias a la clave de una carta que me dejó mi padre. Allí descubrí que dos niños habían desaparecido a los meses de haber nacido, se suponía que eran mis hermanos. La curiosidad fue más allá, que descubrí sus puestos, sus nuevas identidades y hasta de qué trabajaban en el lugar. Mamá no lo sabía o lo ocultaba, pero seguía aparentando que ambos estaban muertos y yo era el único hijo que había tenido.