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APENAS HABÍAN ARRIBADO en Berk cuando Hiccup volvió a preguntar, por décima vez, si Lukas estaba realmente bien.
—Ya, pecas, en serio, estoy bien —volvió a repetir él, caminando con rumbo a la casita desprolija que compartía con Bocón.
—¡P-pero podría ser algo grave! Te pateó muy fuerte, ¡de verdad! —insistió Hiccup tratando de seguirle el paso.
Astrid los había dejado solos, alegando tener que asegurarse de que Tormenta tampoco tuviera alguna herida por la trampa con la que los habían derribado.
—Bueno, ya —Lukas giró sobre sus talones para enfrentar al pequeño vikingo—. Si te dejo darme algún ungüento o algo por el estilo, ¿me dejarás en paz?
Las mejillas de Hiccup se colorearon de repente, pero se recompuso con rapidez.
—Sí, bueno, me preocupa que puedas tener alguna costilla rota o algo —espetó, acomodando un poco su cabello—. Haz lo que quieras, yo de todos modos debo ir y hablar con mi padre sobre...
Pero Lukas se apresuró a detenerlo por el brazo.
—Yo… Lo siento, es que estoy algo nervioso, todo este asunto del ejército de dragones... —murmuró de forma queda antes de suspirar—. Vamos adentro, me ayudas con esto y después vamos a hablar con tu padre, ¿sí?
Hiccup asintió, aceptando la ofrenda de paz.
—Está bien.
Entonces, una sonrisa pícara nació de los labios de Lukas.
—¿Sabes, Hiccup? Me alegra saber que soy taaan importante para ti.
El vikingo lo observó abochornado antes de golpearlo en el brazo, sacando una carcajada de Lukas.
—¡Yo no estoy taaan preocupado! —afirmó con el ceño fruncido—. No exageres las cosas. Me preocupo por mis amigos.
—Por supuesto, lo que digas.
Hiccup resopló y rodó los ojos.
—Eres un idiota. No sé por qué me preocupo.
—Huh huh, nada de quejas, ya es muy tarde para arrepentirse.
